Jorge E. Lara de la Fraga.
De un texto relativo al tema destaco el párrafo siguiente: “la profesión médica, su ejercicio, que debería ser un camino sin desviaciones, se ha convertido en un intrincado laberinto, en el que puede perderse quien busca atención médica honesta y capacitada. A esto contribuyen, paradójicamente, la proliferación de especialidades y subespecialidades, los avances tecnológicos, los seguros llamados “de gastos médicos mayores” y los abusos que se cometen en los hospitales. La única arma de que puede disponer el paciente para evitarlo es contar con un médico de su plena confianza, capaz, sensible y honrado, que lo guíe en medio de esas tinieblas y peligros…” Ante lo cual, lo que todo paciente o enfermo busca, hasta con “la lámpara de Diógenes”, es a un buen profesionista de la salud, entendiendo con ello que es ubicar a un doctor preparado, conocido, probo y sensible.
En mi modesta opinión un médico de confianza amerita poseer los siguientes atributos: haberse desempeñado como médico general, contar con estudios de especialización, con asistencia a cursos de actualización, siempre atento a los progresos científicos y a los avances tecnológicos, respetuoso de las opiniones fundamentadas de sus colegas, preocupado por la estabilidad y procesos de rehabilitación de sus pacientes; un “doctor de cabecera” ejerce su labor encomiable con respeto y amabilidad, revisa acuciosamente a sus pacientes, les informa con objetividad sus problemas y afecciones, así como ofrece los tratamientos necesarios para superar la situación de emergencia. Por si lo anterior fuera poco, tal profesionista prudente y ubicado, procede acorde a las circunstancias: si el caso es harto complicado y rebasa “sus posibilidades facultativas”, recomienda que el enfermo sea atendido por otro u otros colegas expertos, con probada calidad profesional. Hay que dejar muy claro que un paciente que no se encuentra en buenas manos puede padecer estudios o análisis improcedentes, internamiento innecesario, operaciones ilógicas, prescripciones onerosas, alarmas, angustias incesantes, así como riesgos de sobrevivencia.
Repruebo esa actitud indiferente de algunos “practicantes cotidianos de la salud” que identifican a los pacientes como meros objetos, sin dispensarles a ellos atenciones o cierta preocupación por sus dolencias y achaques. Individuos “monetaristas” que remiten a los dolientes a los laboratorios para los diversos análisis, sin previa revisión somática ni diálogo de por medio; que de antemano vislumbran la ganancia o el jugoso estipendio, sin haber ofrecido un trabajo serio ni el básico procedimiento terapéutico. Por desgracia en los consultorios, en las clínicas, en los hospitales existen contados seres deshumanizados que no se inmutan ante el dolor del semejante, que “operan mecánica y burocráticamente” y que encapsulan en el olvido las prédicas de Hipócrates, de Galeno, así como las directrices de su noble encomienda.
Se expresa popularmente que cada quien habla bien o mal, de acuerdo como le haya ido en la fiesta o en “la feria”; entendiéndose que cada persona se ubica como juez
o evaluador ante las vivencias obtenidas en eventos o ante el comportamiento y acciones de los individuos con quienes interactúa. Así, calificaría de positivo un singular espectáculo deportivo o cultural, beneplácito pleno ante un suculento platillo o el agradecimiento ante un buen servicio de un profesional. Contrariamente, su dictamen sería reprobatorio ante experiencias ingratas en lo referente a espectáculos mediocres, servicios deficientes, conductas prepotentes y acciones imprudentes. Lo anterior obedece a que hoy en día algunos suponen que ya no existen médicos confiables y humanistas, dándose el caso que todavía varios –entre ellos me incluyo-indicamos que “no todo está podrido en Dinamarca” y que aún persisten los galenos comprometidos, esforzados y preocupados por sus congéneres.
En la familia de un servidor puedo manifestar que almacenamos un nutrido repertorio de experiencias reconfortantes en lo relativo a la labor de médicos honestos, confiables, vinculados con su altruista vocación de servir. Rememoro con gratitud a los siguientes profesionistas que se han guiado por los preceptos hipocráticos y que nos han auxiliado, ellos son: Armando Contreras Arreola, David Jiménez Zepeda, Arturo Flores García, Rosa María Gutiérrez Vidrio, Yunuén Cristales Pavón y Alfredo Daza Martínez; estimados galenos que han fallecido: Jorge Betancourt, Hidromiro Murrieta, Leonardo Kats B., Rigoberto Martínez Zárate, Miguel Covarrubias y Jorge Olivares, dejando lamentablemente en el tintero a médicos honorables de mi tierra nativa y de esta Ciudad Capital.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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