A últimas fechas agrupaciones académicas, instituciones escolares públicas e investigadores han señalado la necesidad de fomentar y divulgar la ciencia, establecer una comunicación permanente con la comunidad para dar a conocer los avances científicos en el campo de la medicina, de la genética, en las áreas de la físico-química, en los ámbitos siderales o en el micromundo. Sobran las razones para que tal cuestión se lleve al cabo, pues las personas ameritan conocer los logros y éxitos para descrifrar las interrogantes que nos plantea el mundo y el universo. Asimismo, el poseer un bagaje racional de lo que acontece a nuestro alrededor nos ubica y nos sitúa en la naturaleza; nos auxilia a percibir lo singular y a la vez lo común que somos en el cosmos. Ante todo hay que entender que la ciencia nos ilumina y nos permite ver la realidad a través de una ventana de reflexión y de conocimiento verídico.
Como conocedor del valor que posee la educación, siempre que hay una reforma es mi deseo que se tome en especial consideración las potencialidades de los escolares y además los docentes se respalden en la ciencia para que los niños, niñas y adolescentes comprendan mejor el mundo que los rodea. Sobre el entendido de que los niños son curiosos por naturaleza, bien vale inyectarles una buena dosis de escepticismo e impulsarlos de manera inteligente para que pongan en práctica aptitudes para la resolución de problemas, además de iniciarlos en labores relativas a las técnicas de la investigación. En lugar de que el profesor prosiga operando como el excelente expositor o de que el libro resuelva todas las interrogantes de los educandos, dejemos que éstos se “zambullan” en la realidad y encuentren las respuestas a cuestiones inherentes a las ciencias naturales, a los procesos biológicos y a los fenómenos físicos o químicos.
Preocupa que en varias escuelas no se fomente el proceso de investigación en los estudiantes, pues adquirir una buena formación científica tiene sus ventajas. Entre los beneficios se enlistan los siguientes: auxilia a los renuevos a valorar el mundo en que viven, a entender la naturaleza y a mensurar la interdependencia de los seres vivos con su entorno; asimismo, la ciencia cuestiona las cosas existentes y plantea a los seres nuevos puntos de vista; a través de la misma los escolares desenvuelven aptitudes de pensamiento independiente y técnicas de comunicación, así como rutinas de trabajo cooperativo. Aunado a lo anterior, la ciencia permite poner en práctica las labores básicas de investigación. Se impone desterrar la idea equivocada de que los aprendientes más jóvenes no pueden asimilar cuestiones complejas y junto a ello tener presente que se debe propiciar en ellos una actitud inquisitiva que se funde sobre los criterios de relatividad y no sobre tesis dogmáticas.
En este siglo XXI muchas personas siguen increíblemente influidas por charlatanes, adivinos o por individuos audaces y sin escrúpulos que aprovechan el dolor, la angustia y la ignorancia de sus congéneres para venderles ilusiones y endosarles fantasmales curaciones. Bastante difícil resulta rescatar a esas víctimas de
dichos depredadores, pero es necesario seguir luchando y enfocar especialmente nuestra atención en las nuevas generaciones para que asimilen el singular valor de la ciencia en la comprensión inteligente de la realidad, así como para aprovecharla como instrumento para solucionar problemas de manera objetiva y racional. Una de las grandes tareas de la educación es desenvolver el espíritu crítico de los individuos y es fomentar su pensamiento científico, a fin de que la comunidad humana destierre posiciones retardatarias y margine comportamientos absurdos.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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