Ni modo, días de difuntos, período “de guardar”, de reflexión. Dejo en el tintero por un momento la problemática nacional para desarrollar un comentario diferente, algo acorde con las ceremonias fúnebres y además típicas de nuestro pueblo mexicano. Así que, como no deseando aludir a cuestiones difíciles, expreso que a finales de octubre, dos días antes de los denominados “Todos Santos”, acompañé a mi esposa para velar y enterrar a su hermano Modesto Alfredo en la localidad de Catemaco, ofreciendo el consabido pésame a la esposa, a las hijas y a los nietos del estimado cuñado. La pena y desgracia familiar no culminó ahí, pues a los dos días siguientes ocurrió defunción de un tío de mi cónyuge en la ciudad de Huatusco, en plenas festividades, donde las ofrendas y las flores se proyectan por doquier. En definitiva, es muy delgada la línea que separa a la vida de la muerte; en cualquier momento puede sobrevenir el desenlace final, no importando sexo, edad, grupo étnico, condición económica o posición social.
Esos días 1 y 2 de noviembre de cada año los reparto entre Xalapa y Huatusco, en razón de que en la Sultana del Macuiltépec fueron inhumados los restos mortales de mis padres y en mi lugar de nacimiento están enterrados varios familiares míos y también desaparecidos entrañables de mi esposa Rosa Aurora, como mis suegros Isabel Vásquez y Joaquín Torres. Este año, antes de salir para la tierra del Gran Conejo, visité la tumba de mis progenitores Guillermina de la Fraga y Julio Lara en el Panteón Xalapeño. Al estar frente al mausoleo respectivo rememoré los consejos de mi madre y las directrices de mi padre, legado ético que me persigue a lo largo de mi recorrido existencial. Guillermina, entre otras cosas, me decía que no almacenara resentimientos, que era preferible operar con ponderación y modestia antes de asumir poses engreídas y soberbias, toda vez que los envanecidos, tarde que temprano, serán humillados. Por su parte Julio me precisaba lo inherente a la responsabilidad en las tareas, a proceder con sinceridad, decisión, honradez y a ser congruente en el decir y en el hacer.
Con esos compromisos reiterados bajo mis hombros, llegué a la tierra pródiga de las chicatanas y del tlaltonile para trasladarme de inmediato al Panteón Municipal; a lo lejos divisé la frase del pórtico: “Postraos, aquí la eternidad empieza es polvo vil la mundanal grandeza”. Al estar en ese recinto, muy concurrido en esos momentos, saludé a paisanos, colegas y amigos que fueron a ver la tumba de sus difuntos; con algunos de esos contemporáneos rememoré a ese feudo mágico de Chicuéllar de los años 40 y 50, cuando me iniciaba en la vida y aprendía de mis maestros lo básico en la Escuela Primaria Miguel Sánchez Oropeza, después denominada “Adolfo Ruiz Cortines”. Es pertinente subrayar que un día o dos insuficientes para gozar del clima de tal feudo y de los recientes típicos de sus alrededores como la cascada de Tenexamaxa, el cerro de Guadalupe, las estribaciones de Acatepec y los espacios bucólicos de Ixpila y de Zentla.
En otro orden de ideas, les manifiesto que el Señorío de Cuautochco se remonta al año de 1327, cuando fue fundado por los teochichimecas. En el devenir de los tiempos ha sido testigo fiel de múltiples sucesos cruciales. Al respecto, Guadalupe Victoria, el primer Presidente de México, en célebre misiva (1824) enfatizó: “Mi afecto hacia Huatusco por los relevantes testimonios que dio a la Patria en su singular lucha y adhesión a la causa de la libertad. En esa tierra honorable se aprovecharon mis planes de
campaña y de sus hijos recibí auxilios incesantes… “También agrego que durante el período de 1847 a 1848 fue Capital del Estado, cuando nuestro territorio padeció la Invasión Norteamericana. Por si fuera poco, en 1860, en su peregrinar por la República, el Benemérito de las Américas encontró respaldo a su causa por esos lares y en ese año convulsionado permaneció un tiempo en Huatusco.
_______________________________________________
Atentamente.
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
|