Con solidaridad y respeto a Cuitláhuac García Jiménez, Eric Patrocinio Cisneros Burgos, Ricardo Ahued Bardahuil y Rafael Hernández Villalpand0
Mientras ustedes leen este texto queridos lectores, en él hay para mí varias lecciones.
Coneval ha publicado las mediciones de pobreza para 2018, con base en los datos que produce la ENIGH que levanta INEGI cada dos años.
Si quiere uno ser positivo el porcentaje de mexicanos viviendo en pobreza es el menor desde 2008, que es la serie comparable que tenemos la distribución de la pobreza, como todo en México es muy desigual.
Si los peores augurios se confirman, ese organismo padecerá recortes presupuestales que en cosa de nada le impedirán realizar importantes estudios o de plano funcionar, por lo que se interrumpirán investigaciones seriadas sobre la pobreza en México.
La muerte del Coneval, sería justificada por algunos, afines al Gobierno Federal, con un argumento tramposo: llevamos años metiendo dinero a medir la pobreza, y ésta no baja, mejor metamos ese dinero al combate a la pobreza.
Si el estado no gestiona (financia, posibilita y facilita) la medición del impacto de las políticas sociales de los gobiernos, ¿desaparecerá todo el conocimiento sobre la pobreza?
Y sobre todo, sin el Coneval ¿será capaz México de orientar de la mejor manera las políticas para ayudar a paliar los efectos de la pobreza, y generar condiciones para ayudar a que millones de mexicanos no caigan en esa condición o encuentra en la salida de la misma?
Conviene hacerse esas preguntas en voz alta, pues hoy un México sin Coneval es tan factible: sólo es cuestión de tiempo
Sin embargo en el caso de la CRE como en el Coneval, la lección va incluso más allá. La muerte de esos órganos está echada.
Y al ver el recuento de organismos autónomos caídos, lo que toca es desaprender que esa era la normalidad mexicana. Una normalidad imperfecta, pero hoy condenada a la extinción. Más vale desaprender pronto, pues además hacerse a la idea de perder lo que se había batallado para instituir, será una tarea dura. Y encima, luego de desaprender tocar a hacerse la pregunta de "y ahora como empezamos de nuevo".
Como apunté en una columna previa para el proyecto de AMLO es vital el rumbo de la economía.
Sin crecimiento no hay empleo, ni ingresos, ni impuestos por cobrar; ni consumo, ni servicios públicos suficientes, ni ahorro interno.
Todos estos objetivos los quiere la nueva administración, pero para eso se requiere crecimiento y éste no aparece.
La buena noticia es que AMLO pareciera estar cobrando conciencia de que éste no llegará por pura voluntad.
Si en alguna parte hace falta un viraje es en el de la política económica.
Es plausible su discurso sobre la necesidad de "separar el poder económico del político".
La combinación de inversión pública y privada, en proyectos conjuntos o por separado es lo que activa el crecimiento.
Separar el poder económico del político no implica asumir al empresario como adversario. Unir los negocios privados y los públicos no tiene que significar contubernio y corrupción. Con reglas
claras y transparentes puede significar precisamente lo contrario: colaboración para el crecimiento.
Todas las naciones se enfrentan el dilema de las relaciones entre el poder económico y el poder político.
En esta difícil relación, tienen que hacer juegos y malabares entre la economía y las consideraciones sociales: hacer compatible la inversión y ganancias privadas con la obligación del estado de evitar abusos, redistribuir el ingreso y garantizar a los ciudadanos los mínimos de bienestar.
La oferta de gobierno de AMLO requiere de mucho dinero.
Es posible que como mencionó Leonardo Curzio, estemos frente a un punto de inflexión. Los empresarios entienden de una variable: la tasa de retorno de sus inversiones.
Para mí, la mejor noticia es la que revelan las entrevistas al secretario de Hacienda: mayor velocidad en el gasto, evaluar el impacto de las políticas, conservar control de la inflación como mandato único del Banco de México, evitar rezagos en el gasto y mover la economía desde ahora.
Faltaría lo que apuntaba Federico Reyes Heroles: hacer que esa reforma revierta el hecho de que "nuestro sistema fiscal tiene una mínima capacidad de redistribución". Lo peor para los más pobres sería la crisis que siempre los hiere. Una inflación fuera de control condena a los asalariados a perder capacidad adquisitiva.
El desempleo es un flagelo en sí mismo y caldo de cultivo de degradaciones sociales.
Un gobierno, si desea el éxito, debe ir mucho más allá de lo que cruza por una sola cabeza. Más mentes piensan mejor. Lo que resiste apoya, dijo por allí un viejo sabio. Los que resisten no son enemigos.
Sin resistencias, el presidencialismo se degrada. Nada al "requetebien". No al "austericidio".
Raúl Feliz define a la actual economía como una atonía, término que tomaron prestados los economistas de la biología. México no emociona a nadie en materia económica. Al contrario, genera dudas.
Dudas que explican su atonía.
En el sexenio pasado, la apuesta para elevar el crecimiento potencial de la economía fueron las reformas estructurales; y ¿ahora?, ¿de dónde va a venir el crecimiento económico?, ¿cuáles van hacer las palancas del desarrollo?
La idea de que combatiendo la corrupción vamos a tener un mayor crecimiento económico no alcanza; y la historia de que tenemos mayor desarrollo aunque la economía está estancada carece de sustento.
Plantean el Plan Nacional de Desarrollo: "Retomaremos el camino del crecimiento con austeridad y sin corrupción, disciplina fiscal, cese del endeudamiento", es claramente insuficiente, si no va acompañado de políticas públicas específicas.
En síntesis, la economía está estancada por razones internas y no están a la vista las palancas que nos permitan salir de esa situación.
Napoleón decía que "Los acontecimientos no deben gobernar a la política; sino la política a los acontecimientos", dejarse llevar precipitadamente por los acontecimientos es carecer de sistema político.
No obstante, la disminución en la pobreza extrema hila el acceso a servicios de salud, habla de que algunos esfuerzos de los gobiernos de los últimos años han ido por el camino correcto.
Al diseñar políticas sociales para combatir la pobreza, no es lo mismo buscar una mejoría en la pobreza general que reducir la pobreza extrema. En el mismo sentido, tampoco es lo mismo atender la pobreza urbana que la rural. En términos per cápita, erradicar la pobreza extrema es más caro que la pobreza moderada. Sin embargo, la población en pobreza moderada es mucho mayor que aquella en pobreza extrema.
Por último, aunque son problemas relacionados, no es lo mismo paliar la desigualdad que la pobreza.
Como lo he comentado en varias ocasiones en este espacio, no, no es gratuito que, amparado en un texto de Alfonso Reyes, AMLO haya mandado a confeccionar la Cartilla moral, un inventario de buenas actitudes que enfrentarían al perverso proceder de hampones cuello blanco, huachicoleros, ruines criminales y productores de bajas pasiones, que han sumido al país en un angustioso calvario del que nadie se salva, aunque el resguardo, aparentemente, pudiese ser un restaurante lujoso.
Viene a cuento el libro de Emmanuel Macron, Revolución, editado por Sin Fronteras, quien en la página 107 publica: "No creo que la política debe prometer la felicidad".
Los franceses no son tan ingenuos, saben que la política no lo puede todo, dirigirlo todo, mejorarlo todo.
Estoy convencido de que más que para alcanzar la felicidad, debe servir para proporcionar el marco que permita a cada cual encontrar su camino, convertirse en dueño de su propio destino, ejercer su libertad y escoger su modo de vida, pero para elegir el modo de vida hay que vivir del trabajo propio.
Es trabajando como se puede vivir, educar a los hijos, disfrutar de la existencia, aprender, tejer vínculos con los demás.
Es el trabajo lo que permite progresar y hacerse un sitio en la sociedad.
Regalar recursos a una parte de la población es arrojarla a profundidades de la inutilidad económica; es algo que en mis oídos siempre ha sonado como una derrota estrepitosa de la más hermosa promesa de la República. |
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