Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil
Dice la vieja frase que los extremos se tocan, que a pesar de que implican una aparente diferencia y simbolizan lo opuesto, terminan apuntando a una misma cuestión. tal pareciera que ese es el principio que rige nuestra actualidad como país al observar la manera en la que pasamos, en un par de minutos con el simple cambiar la hoja del periódico o un parpadeo en las redes sociales, de la narración de un espectáculo absurdo, banal y risible, a tener frente a nosotros y nosotras una terrible noticia que subraya y enfatiza la definición de la tragedia. Ya no hay matices ni pausas que nos permitan entender el galimatías que implica la realidad de nuestro país: la boca del estómago se anuda por el dolor y el corazón se envuelve con el latido de la exasperación.
El libro de cabecera de la clase política mundial, El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, filósofo italiano del Renacimiento 1469-1527, es el que continúa promoviendo esa imagen del político dispuesto a hacer cualquier cosa para obtener y mantener el poder. En esa obra, Maquiavelo pone sobre la mesa de discusión aquella parte de la naturaleza humana que con frecuencia rehusamos confrontar.
Aunque sus teorías se han convertido en una base del estudio de la ciencia política, ha sido también relacionada con el lado oscuro y negativo del ejercicio del poder, por sus teorías de la crueldad como vía para gobernar o apoderarse de un Estado.
Maquiavelo plantea que la obtención y la retención del poder son el fin último y, por lo tanto, todo lo que sea necesario para lograrlo está justificado.
Pero también tiene consideraciones importantes acerca de lo que es la política, qué es el poder y por ende cómo debería ser el liderazgo político.
Concluye Nicolás Maquiavelo en El Príncipe "La condición humana es ingrata, inconsciente y cobarde, por lo tanto, es mejor que el Príncipe (gobernante), sea temido que amado". Dick Morris explica: "El arte de liderazgo es mantener un impulso lo suficientemente adelantado como para controlar los acontecimientos y mover la política pública, sin perder el apoyo público". Si Maquiavelo estuviera vivo hoy aconsejaría el idealismo como el camino más pragmático.
Según Morris, uno puede satisfacer sus intereses y promover los intereses del electorado al mismo tiempo, aunque pareciera un tanto ingenuo hacer tal afirmación.
El filósofo inglés Tomás Hobbes creía algo parecido. En su tratado Leviatán habla del "estado de naturaleza". En ese estado, imagina Hobbes, los humanos actúan aisladamente obsesionados por su propio placer, interés y preservación. Su única motivación es un deseo permanente e insaciable de acumular poder, deseo que solo cesa con la muerte.
El estado de naturaleza lleva al hombre a una competencia sin fin y a veces violenta.
En él no hay confianza ni colaboración. Solo lucha de individuos y conflictos entre sus intereses. Egoístas todos, todos quieren para sí el mayor provecho.
Así, es que, síntesis extrema que espero me disculpe el señor Hobbes, la solución es la existencia del Estado, producto de un acuerdo social en el que todos ceden un poco en sus libertades en pro del beneficio común.
Pero dice Hobbes, los pactos que no descansan en espadas no son más que palabras.
Por ello debe haber un poder que vigile el cumplimiento del acuerdo, que sancione a quienes lo violen, que esté atento a que nadie se beneficie de la transgresión a los términos del acuerdo.
Juan Jacobo Rousseau tiene otra hipótesis. Para él, el ser humano es el buen salvaje, inocente por naturaleza que vive en armonía con
sus prójimos y que se ve alterado, deformado, corrompido por las prácticas sociales. Así, los vicios y otros males humanos son producto de la sociedad en la que se desenvuelve el individuo.
Y continuando con el inicio no hay manera de ignorar que entre las y los miembros que conforman la cortesía política de esta sociedad, hay personajes que no se destacan por su probidad o que solo se distinguen por los escándalos que protagonizan constantemente. Es común enterarnos acerca de sus desplantes casi adolescentes, qué han lanzado declaraciones poco afortunadas, o llenas de cinismo, que han convertido el tabique de adobe en el que se encuentran en un pedestal forrado de brillantina o que han alcanzado el siguiente nivel en su megalomanía. En efecto, son como los personajes que se desenvuelven en los escenarios interpretando su papel en el teatro del esperpento, de forma grotesca y ridícula, quizá sería divertido si no estuviera en juego el presente y el futuro del país, si dicha interpretación tuviera un costo económico y político sufragado por quienes pagan sus impuestos. Y, lamentablemente, este tipo de situaciones se acentúan y se evidencian cuando, por supuesto, se disputan el poder en tiempos electorales, pues salen a relucir los videos, las grabaciones, las capturas de pantallas, todo aquello que pueda trastabillar la figura del oponente. Sin embargo, mientras esto puede ocupar la imaginación y mucho del tiempo laboral del mundillo político, a las y los espectadores se nos agolpa la bilis porque, sabemos, que eso ocurre por una simple razón: se saben impunes y entienden que nosotros, como sociedad, olvidamos las afrentas muy rápido. O quizá apuestan a que la apatía sea su mejor aliada en estas lides.
Pero el extremo del péndulo nos obliga a dimensionar la realidad.
Con ironía, Winston Churchill afirmaba que el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué fue que nos ocurrió lo que él predijo. El ejercicio de la política tiene grandes dosis de
intuición, pragmatismo, convicción, ideales; que se acompañan de los datos disponibles sobre la realidad de sus sociedades y ciudadanos.
Nos encontramos en un momento de profunda transformación política y tecnológica en todo el mundo, pero no podemos cederles pasivamente e irreflexivamente a las máquinas, a los algoritmos y la inteligencia artificial nuestro poder de decisión sobre el rumbo de nuestros países y sociedades.
En otro orden de ideas una de las principales características del siglo XX es que ha sido el peor y el mejor de todos los siglos. Eric Hobsbawn, historiador británico judío menciona: "Ha matado a más gente que ningún otro. Pero al mismo tiempo, hay más gente viva y que vive mejor, y tiene más esperanzas y mejores oportunidades".
Hemos vivido crisis sin precedentes. Ya sea de desigualdad social, de degradación medioambiental, violencia global, de salud o de desestabilización económica.
Es innegable que la concentración de riqueza se ha dado y seguramente, se seguirá dando. La globalización neoliberal ha sido, en gran medida, la responsable. Especialmente, por la forma en que ha sido gestionada. Estamos ante un exceso y es probable que tengamos frente a nosotros, una situación que puede tornarse insostenible.
Cada día que pasa se hace más imperiosa la necesidad de poner manos a la obra y construir un cambio social profundo, con el fin de "desarrollar humanidad" en el largo plazo.
En su libro Tierra- Patria, el sociólogo francés Edgar Morin, dilucida que, "la impotencia de la humanidad para llegar a ser una verdadera humanidad".
Esto no puede ser sostenible económicamente. Ni socialmente. Es menester forjar una conciencia de envergadura planetaria. Si no, tendremos inevitablemente, una crisis de proporciones enormes.
La élite del poder global debe reconocer, por su propio bienestar y supervivencia, que si no desarrollamos esa conciencia social y
realizamos los ajustes económicos, sociales y urbanos necesarios, podremos ser testigos en poco tiempo, del fin de la raza humana.
Tener en cuenta a la rentabilidad social es tan importante como la rentabilidad económica y financiera, que hoy se encuentra en el ostracismo.
Nuestra irremediable impermanencia, en nuestro planeta, nos debería de llevar a vivir una vida más plena.
El rumbo que llevamos nos está conduciendo a la destrucción absoluta de las democracias gubernamentales, de las libertades individuales y de la supervivencia económica de miles de millones de personas.
Si la élite del poder global no introduce cambios correctivos relevantes, los movimientos y las rebeliones sociales masivas, unidos al derrumbe medioambiental, acabarán desembocando de forma inevitable a nivel mundial, en un terrible caos.
En otro contexto me uno al razonamiento del respetado periodista y columnista Federico Reyes Heroles en su anterior artículo en Excélsior. No estamos viviendo tiempos de normalidad democrática. Estamos en una emergencia. No hay escrúpulos de parte de las autoridades.
Tiene razón Reyes Heroles cuando dice que no podemos dormir tranquilos porque nuestras libertades, de todos los sectores y de todos los estratos socioeconómicos, están en riesgo. No están garantizados. El motivo central es la desesperación.
Porque en las elecciones corre más dinero que nunca bajo la mesa. Y también, como apuntó Héctor Aguilar Camín, sobre la mesa. Porque la cancha no puede estar medianamente pareja. |
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