Pues bien, para los gobiernos electos en este siglo, que con frecuencia han tomado decisiones con base en resultados de encuestas de aprobación, los recortes arbitrarios al gasto de la administración pública son una salida fácil y cada vez más frecuente para navegar en una crisis de imagen.
Bajar el sueldo a los servidores públicos se convirtió en muchos casos, en una respuesta sencilla y rápida para calmar los ánimos de la opinión público. Pero hay aquí una cruel paradoja, como escribí en este espacio hace algunas semanas: las reducciones salariales y en prestaciones son muy costosas para los servidores públicos y sus familias, en cambio la totalidad del beneficio político de los recortes es para el ejecutivo federal, estatal y municipal en turno, quien no ve afectado su nivel de vida en los más mínimo.
Así es la dinámica de la democracia electoral, pero el abuso de la respuesta a las crisis de imagen con recortes y reducción cada vez más radicales, nos ha metido ahora en una espiral acelerada de degradación del servicio público que no sé cómo ni cuándo va a parar.
Hasta hace poco creía que había límites racionales que prepararían esa dinámica, pero la publicación y la aplicación del decreto de austeridad del 23 de abril, en el que se propone entre otras diez medidas, no ejercer 75% del presupuesto disponible de las partidas de servicios generales, materiales y suministros, me ha hecho cambiar de opinión.
No sorprende a nadie que este gobierno aplique medidas radicales.
Desde el inicio de esta administración el presidente advirtió que sometería al gobierno federal a un proceso de ajuste del gasto acorde con su idea de austeridad republicana. Incluso, en varias ocasiones el presidente ha dicho que de ser necesario, los ajustes irán más allá y que el criterio sería parecido al de la pobreza franciscana.
Leonardo Curzio atribuye al jefe de la oficina de la presidencia, Alfonso Romo, decir que las intenciones reales del presidente son aún más extremas, y que se llegaría hasta la penuria calcutiana. Héctor Aguilar ha escrito que el gobierno intenta cometer “austericidio”, término mal utilizado, por cierto, pues significa “matar la austeridad”, y en lugar de eso se le está avivando. En todo caso es “suicidio por austeridad”, un “austerosuicidio”.
El hecho es que sí existe un límite material a estos recortes, que llegar a fuerza de dejar sin recursos al gobierno, a la inoperabilidad del aparato de la administración pública. Esta administración está, sin saberlo ni reconocerlo, en grave riesgo de morir de anorexia. El retiro de 3 de cada 4 computadoras a los servidores públicos
en la Secretaria de Economía no es más que un síntoma de que el desorden alimenticio del gobierno ha alcanzado el parotismo.
Más allá de que se pone en entredicho el proyecto transformador del gobierno con estos recortes, me preocupa que se desfonde la capacidad de la administración pública de operar, y las consecuencias que eso traiga en términos de servicios básicos, de deterioro de instituciones, procesos y bienes públicos que tardamos años en diseñar, implantar y hacer cada vez más eficientes.
Me preocupa que servidores públicos honestos y profesionales abandonen el gobierno por no encontrar las mínimas condiciones para hacer su trabajo, y lo que eso significa en pérdida de experiencia técnica y memoria histórica para el país. Me preocupa también pensar en qué tipo de personas sentirán en el futuro el llamado a trabajar en el gobierno, a sabiendas de que las oportunidades de progreso material están canceladas, y que la única forma de acceder a un mejor nivel de vida es corrompiéndose.
Me preocupa finalmente, que el deterioro de los servicios del gobierno contribuya a un circulo vicioso a terminar de destruir la ya de por sí dañada confianza que los ciudadanos tienen en las instituciones públicas y en nuestra capacidad colectiva de encontrar soluciones a los graves problemas que enfrentamos.
En otro tema, la relación EEUU-México siempre ha sido complicada, con aristas, con descalificaciones, con discriminación, con diferencias culturales, si nos remontamos al siglo XIX, a las guerras y a la pérdida de la mitad del territorio. Más recientemente con Donald Trump y su campaña política hemos sido la piñata de la fiesta, con migración, dreamers, descalificaciones por delincuencia, la amenaza de expulsar estudiantes por clases online, la construcción de un muro fronterizo. A lo que AMLO respondió en su propia campaña con el texto “oye Trump”, cuyos planteamientos ya quedaron atrás.
Sin la presencia de Justin Trudeau, y con el pretexto de la puesta en marcha del T-MEC, se reunieron Donald Trump y López Obrador, con una agenda política y comercial. La primera noticia fue la detención de César Duarte, exgobernador de Chihuahua, acusado por diversos actos de corrupción. Después vino la conferencia de prensa, en un tono cordial y amistoso, sin tocar temas polémicos, que subsisten en la relación bilateral.
Trump afirmó que jamás la relación había sido tan estrecha como hoy. Que el trabajo hecho entre ambas naciones ha sido magnifico, de amistad, confianza y respeto mutuo y con dignidad. El jefe de la Casa Blanca no fue explosivo porque no hubo necesidad. Lamentó que se tardase tanto tiempo lograr acuerdos pero se está edificando una nueva relación con una alianza económica y de seguridad.
Subrayó la coordinación para combatir a los carteles el contrabando, la trata de personas y leyes migratorias para los habitantes de la frontera.
La visita a la Casa Blanca difícilmente impacte a AMLO en la opinión pública mexicana, porque corrió tersamente. Pero lo superficial será efímero y quedará a sustancia.
AMLO cumplió su papel de acercamiento con el socio comercial más importante de México, destino de nuestras exportaciones y el mayor inversionista en México.
Dijo que ha recibido comprensión y respeto de Trump a su persona y al país. Ratificó que el presidente norteamericano se ha comportado con gentileza y respeto, que nunca ha violado la soberanía de México ni ha pretendido darnos trato de colonia, sino de nación independiente. Reafirmó la amistad entre ambos y cumplió su compromiso político.
El T-MEC es sin duda un instrumento muy valioso para los tres países, fortalece un bloque norteamericano que impulsa cadenas productivas con comercio electrónico creciente, da un marco de certeza a la inversión, establece reglas en temas salariales y laborales, medioambientales, reglas de origen, protege el comercio trilateral y aumenta la competitividad a nivel mundial.
Repito, no es una panacea, pero establece orden en la planificación del crecimiento de la región con legalidad y certeza. Ayudará a genera confianza.
El acompañamiento de los líderes empresariales mexicanos y norteamericanos enmarcó la reunión y los grupos de trabajo, lo que fortalece lazos entre nuestros países.
El saldo para ambos presidentes es positivo, tanto electoral como económicamente. Habrá críticas, pero el canciller Marcelo Ebrard realizó buena faena.
Ahora falta ver cómo se da la recuperación económica, cómo se protege a la democracia y la libertad de expresión, así como la confianza para que inversionistas vuelvan a ver a México como su destino.
Un tema que debe resolverse es el de energías limpias y el de abandonar monopolios estatales caros e ineficientes. Al efecto se reunieron obras de infraestructura y acciones de protección a la planta productiva y al empleo. Pero por lo pronto arranca el T-MEC que fortalecerá el proyecto neoliberal del bloque norteamericano. |
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