Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil
Está escrito Jean Baptiste Poquelín (1622-1673), dramaturgo y poeta francés, mejor conocido como Moliére, describe magistralmente en su comedia "Tartufo", a su personaje, en un mundo religioso en decadencia, en los tiempos de la ilustración.
Orgón, rico burgués de París, es engañado por Tartufo; y aquél entrega, a éste, toda su autoridad. Así, Tartufo ejerce un peligroso autoritarismo, y lo encubre diciendo: "yo me debo y obedezco al cielo".
México es de los mexicanos; México ¡es una nación! ¡Es un país! México no es propiedad privada de ningún Tartufo.
Llegan a nosotros como noticias diarias de última hora. No es necesario buscar con mucho afàn entre las páginas de los periódicos, escuchar durante horas los distintos noticieros o simplemente navegar en plataformas digitales para darse cuenta que, durante este sexenio, la banalización de los problemas más graves que padecemos como sociedad ha sido un mecanismo efectivo que le ha dado muy buenos resultados a un gobierno que, a fuerza de tanta palabrería ha terminado por crear humaredas que validan una opacidad sin límites. Ya lo de "cortinas de humo" se queda corto cuando se entiende que el efecto propagandístico ha creado una narrativa que le gusta y es suficiente para su base electoral y que es llevada al patriotismo por los miembros de su más preciado corifeo, que no dudan en amplificarlo para terminar por validar una "realidad" a la medida de su pretendida cuarta transformación.
Se ha trivializado la violencia a tal grado que ya no resulta extraño ni nos sorprende escuchar las noticias de lo que, día con día, sucede en todo nuestro país. Y como sociedad no sólo lo hemos permitido, también nos encontramos en medio del marasmo y la indiferencia,
tal pareciera que nos basta con escuchar y ver las estadísticas oficiales que nos hablan de una realidad que contrasta con aquellos que se experimenta en lo cotidiano. A grandes problemáticas, respuestas triviales que, de inmediato, llenan de humo la búsqueda de aquello que se necesita explicar, que se debe afrontar y solucionar. Otro de los aspectos que han seguido el mismo derrotero es, tal vez, uno de los que más ha activado a los engranajes del aparato propagandístico. Quizá no haya algo tan delicado y trascendental como el derecho a la salud para nuestra sociedad; sin embargo, también se ha frivolizado con algo tan preciado.
Así, no hay mejor estrategia para dejar que los problemas se diluyan que banalizarlos, trivializar sus consecuencias y alcances. Quizá, en una lectura muy superficial, se pueda deducir que, al final de cuentas, así son las cosas entre la sociedad y la clase política de nuestro país. Y no perder de vista que, para la palabra trivialidad, también existen los antónimos. Lo exigible a las y los políticos es sensatez y prudencia. Mesura en sus planteamientos y realismo ante una dura, dolorosa y triste realidad.
La prudencia, es decir, la templanza y el gobierno de sí mismo, no es una de las virtudes extendidas en nuestra política. Pero el país lo requiere y las y los ciudadanos merecemos gobiernos serios, responsables y con la capacidad de hablar con la verdad. No es mucho, pero es lo menos que debemos ser capaces de exigir.
Aunque estemos enfocados en nuestras propias elecciones, debemos recordar que 2024 está destinado a hacer un año trascendental para la política mundial, con un impresionante número de elecciones en todo el mundo, incluyendo algunos de los países más poblados y geopolíticamente significativos.
Más de 60 países y la Unión Europea celebrarán elecciones en 2024. Algunos de ellos son democracias establecidas, otras democracias emergentes y otras más autocracias con votos, pero con pocas opciones reales para que el electorado elija. En cualquier caso, más
de cuatro mil millones de personas, 50% de la población mundial, votarán y sus decisiones tendrán implicaciones de amplio alcance tanto a nivel local como internacional.
Las elecciones de 2024 ocurren en el contexto de desafíos globales como la inseguridad económica, las tensiones geopolíticas prácticas democráticas en algunas regiones.
Los resultados de estas elecciones no solo darán forma a los paisajes políticos domésticos de los países, sino que tendrán efectos de gran alcance en las relaciones internacionales y la dinámica global.
Desde el aumento de la violencia étnica hasta los pasos destinados a debilitar los controles judiciales y otros sobre el poder del Ejecutivo, las amenazas a la democracia son reales.
Más que en cualquier otro punto de la historia, la supervivencia de la democracia misma estará en las boletas alrededor del mundo. Pronto, conoceremos el veredicto ciudadano sobre el futuro de la democracia.
Embrujado por las redes sociales y sus algoritmos, nos fugamos jugando a las elecciones, colocándonos en uno u otro bando de una disputa electoral prematura para defender o maldecir a los imbéciles que hoy administran o buscan administrar el infierno. La fuga forma parte del mundo humano y animal. Su etimología no solo significa huida sino también su causa: el espanto, un acto de sobrevivencia. A veces, sin embargo, fugarse no es lo mejor. Sus consecuencias suelen ser más trágicas de lo que hubiese implicado encarar el horror. Tal vez, su mejor representación sea Edipo, quien huyendo del oráculo que le reveló que mataría a su padre y se casaría con su madre, lo cumple. Al saberlo, se saca los ojos.
Ciego, desterrado, reducido a la miseria y acosado por las Euménides (las diosas de la venganza), termina vagando sin rumbo tomado de la mano de su hija Antígona.
Los mexicanos nos merecemos a Edipo, huimos. Pero, a diferencia suya, no lo hacemos para escapar de lo terrible que, a fuerza de fuga, se realiza. Nos evadimos de lo que está sucediendo.
Así, huimos de la violencia y sus víctimas, que desde hace décadas aumentan de forma descomunal. No lo hacemos como Edipo y los migrantes, cuya conciencia frente al horror los lleva desplazarse de un territorio a otro, sino mediante lo que Ignacio Solares calificó de "fugas descendentes", aquellas que, al mismo tiempo que nos hacen olvidar o distanciarnos de nuestros males, nos destruyen. De esa forma, embrujados por las redes sociales y sus algoritmos, nos fugamos jugando a las elecciones. Huimos creyendo que la continuación de este gobierno o su cambio terminarán por resolver nuestros problemas y que el horror que nos rodea y amenaza es un asunto menor frente a la necesidad de salvar la democracia.
Nuestras fugas se parecen a las del alcohólico o las del adicto, para quien sus paraísos artificiales se vuelven la realidad misma y están dispuestos a habitarlos antes que asumir el peso de lo real.
De acuerdo con The Economist, México pasó de ser una "democracia defectuosa a un régimen híbrido" que combina elementos propios de la democracia y del autoritarismo.
Debe demandarse a las instituciones cumplir sus responsabilidades y a todos respetar la ley, empezando por los servidores públicos. No está de más recordar que la democracia se juega en la elección.
En otro orden de ideas la metáfora bíblica tierra prometida Éxodo, no resulta ociosa. Dicha alegoría conlleva enseñarnos sobre los grandes cambios civilizatorios. El libro bíblico del Éxodo va más allá de la fe y de la literatura sagrada. Es un punto de referencia para la filosofía política e incluso ha sido fuente y referencia para el pensamiento revolucionario no mesiánico en occidente. Por ello, autores como el politólogo estadounidense Michal Walzer usan el libro bíblico del Éxodo y revolución.
El Éxodo tiene varias lecturas. Yahvé ofrece la tierra prometida a la descendencia de Abraham, se le representaba con colores de
extraordinaria belleza, una superficie ancha y muy fecunda que "emana leche y miel". Después de la épica liberación de la esclavitud egipcia, la travesía dura 40 años en medio de penurias y fracturas internas. ¿Por qué tardaron tanto? Cuando llegan a la tierra de Canaán, la primera impresión es que no es el Edén ni el vergel imaginado. El libro de Éxodo relata como Yahvé por medio de Moisés guía a los israelitas en su salida de Egipto a través de la península del Sinaí hasta las tierras de Canaán. Pasaron dos generaciones y muchos conflictos internos para que los judíos decidieran su futuro. Moisés jamás entró en Canaàn, pero la vio desde lejos en su vejez.
La analogía con nuestra actual circunstancia no tiene desperdicio. A 5 años del triunfo electoral del 18, las expectativas de cambio en México tienen, en un sector de la población, una dimensión más realista. Un sexenio no basta para cambiar el país. Se dimensiona la envergadura del propósito y la complejidad que el designio conlleva.
La escatología cristiana interpreta la promesa como plataforma de esperanza, base para una transformación anticipada del mundo de la nueva tierra prometida. En este 2024, los ciudadanos decidirán si entran a Canaàn o se regresan a Egipto. En cambio, en nuestra circunstancia es ahondar en la democracia, arribar a acuerdos y pactos que den solidez a una nueva cultura social. |
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