Jorge Francisco Cabral Bravo
Las leyes sin consecuencias concretas son letra muerta y generan corrupción e impunidad.
Por supuesto que cumplir y hacer cumplir la ley cuesta, pero cuesta más no hacerlo.
Nada más costoso para un país que vivir con permanente incertidumbre jurídica. Reconozco lo que nuestra Constitución ha dado ha México como soporte para un sistema más democrático y un andamiaje institucional. Sin embargo, estamos muy lejos de vivir en lo cotidiano una cultura de legalidad.
Cuando autoridades y ciudadanos ignoramos la ley, abonamos a su desprestigio y también a la desconfianza y a una gran pérdida de oportunidades.
En otra medida nuestro destino depende de si en lo cotidiano hacemos posible una Constitución viva, cercana a los ciudadanos y a las autoridades.
En este propósito todos tenemos algo que hacer, porque la alternativa sería dejarla encuadernada y enterrada.
En síntesis, nuestra Constitución dejó de ser socialmente útil, la inseguridad pública y la extrema desigualdad son pruebas de ello, y los gobernantes lo han adecuado a sus intereses, la impunidad de los corruptos y la partidocracia son dos ejemplos. La prometida transparencia que se anunció de esta administración, terminó en pura promesa. La presente administración federal ha fracasado por su obstinación. Querer que recapacite y entienda la realidad es casi misión imposible. ¿Qué podemos pedir a su gabinete?
No creceremos al 4 por ciento. No tendremos nuevo aeropuerto. Ni siquiera un sistema aeroportuario. En empleos ya perdimos 2,030 millones de puestos formales. No se aplana la pandemia, alcanzamos oficialmente más de 40 mil muertos. El narcotráfico se empodera, lo único que va a la alza. La seguridad pública se ha perdido. El Estado abandona sus instituciones, nadie resuelve.
Nos esperan tiempos peores a lo que imaginamos y se concretarán con el nuevo Presupuesto 2021.
No alcanzan los dineros, sube la deuda externa por el doble efecto contratación-devaluación. Cayó la recaudación al caer la inversión, no hay garantías, cambian reglas en energéticos y en electricidad.
Que se concurse obras y se transparentes compras gubernamentales tampoco. Adjudicación directa es la moda. El turismo se desploma en todo el mundo y aquí además se le combate al no difundir nuestra oferta. Todo es culpa del neoliberalismo. Pero lo importante será la corrupción.
En otro tema, ya es una característica del mexicano cuando de ayudar se trata, sobre todo ante graves contratiempos y tragedias, como los causados por fenómenos naturales. En esos casos la sociedad ha rebasado al gobierno y se pone en la línea de frente para apoyar a los que están en desgracia.
Lo mismo ocurre ahora con la pandemia y la falta de empatía de la mayoría de las autoridades ante el dolor de millones de mexicanos, que se debaten entre la crisis médica, económica y de inseguridad.
En verdad, el sufrimiento está por todos lados y, por fortuna, también las muestras permanentes de solidaridad por parte de innumerables ciudadanos y empresas, quienes a diario están apoyando con dinero, alimentos, programas de apoyo, caretas, cubre bocas, gel, y toda clase de insumos médicos.
Bien se dice que un gobernante sin un bagaje ético y con valores familiares, difícilmente se mostrará empático con la población que lo eligió.
La religión, sobre todo aquella que tiene como eje fundamental la misericordia y la empatía con sus semejantes, es uno de los motores que mueven a sociedades que tienen como prioridad ayudar a quien lo necesite, y sin duda, buena parte de los mexicanos tienen esta capacidad de misericordia con los que padecemos algún problema.
La acción solidaria y empática en beneficio de los demás, impulsada por un profundo sentimiento de amor compasivo y humanista, es una condición indispensable en un ser humano que, merced a los valores familiares y la misma religión, los hace florecer.
Dicen algunos teólogos que el amor es como el de la madre o un amigo, totalmente desinteresado. Al respecto, el doctor y líder budista Daisaku Ikeda menciona: “Están los amigos que saben acompañar en el dolor y en los momentos difíciles. Están los que comparten ese brillo de oro que tiene la alegría y viven nuestra risa como si fuera de ellos mismos. Están aquellos que nos hacen soñar; esos que por la puerta de casa traen consigo las cosas más hermosas del universo. Y también están aquellos que nos ayudan a pensar y razonar cuando no podemos ver la realidad o cuando no podemos ser razonables. Quizás, todo esto es muy difícil encontrarlo en una sola persona. Por eso es genial la posibilidad de reunirlo en muchos amigos a quienes debemos querer. Quine tiene un amigo sincero, posee toda la riqueza del mundo”.
Y retomando el tema de la libertad de expresión hace algunas semanas, un grupo muy relevante de intelectuales entre los que están Malcolm Gladwell, Steven Pinker, J.K. Rowling, Fareed Zakaria, Noam Chomsky, el mexicano Enrique Krauze y Yascha Mounk, firmaron una carta abierta en la prestigiada revista Harper´s en la que advierten sobre el ascenso de una cultura de intolerancia a la diversidad de opiniones y una tendencia a la reprobación y exilio de la discusión pública de quienes no se acomodan a los códigos de una nueva moral social fundada en la exigencia de una mayor equidad en cuanto a oportunidades de educación, en el
trato a grupos minoritarios y discriminados en los medios, en la academia y en las artes.
La carta celebra que exista un debate amplio sobre la inequidad, pero también hace un llamado precautorio sobre la actitud cegadora de esta nueva moral y la relaciona con el fortalecimiento de fuerzas liberales que, aliadas de políticos populistas representan una amenaza a la democracia.
La preocupación central de la carta es evitar que la percepción de supuestas transgresiones a la nueva moral en expresiones de opinión y de producción de pensamiento, sigan siendo motivo de sanciones y de autocensura por temor a represalias.
Creo que la carta mezcla dos temas relacionados, pero diferentes. Por un lado está la discusión sobre si esta nueva moral, fundada en una visión progresista que algunos llaman radical, que cuestiona a fondo el origen sistémico, histórico y cultural del racismo y de la desigualdad de género, está alcanzando niveles de intolerancia y censura. Por otro lado está la amenaza a la libertad de expresión proveniente de gobiernos populistas.
Me parece que los firmantes de la carta tocan un punto relevante sobre una amenaza específica a la libertad de expresión en el ámbito en el que todos ellos trabajan, que es la producción intelectual, pero no logran identificar dónde está la coacción verdadera o más relevante para esa libertad, que es la violencia que se ejerce en muchos países en contra de periodistas, y personas que expresan opiniones políticas.
Si bien la carta hace un llamado necesario a pensar sobre la importancia de defender la libertad de expresión en un momento en que el ascenso de los populismos liberales pueden en efecto amenazar las libertades y la democracia, y en el que se han presentado excesos inaceptables de quienes usan como pretexto la rectificación de injusticias históricas. Coincido con los firmantes en que no es la censura, sino la discusión amplia y libre lo que nos va a ayudar a avanzar en estos temas, pero también es necesario mantener la discusión sobre la libertad de expresión sin que esto se oponga o haga a un lado el debate sobre los orígenes culturales, históricos y sistémicos de la desigualdad. |
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