Si bien en 2018, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt publicaron el influyente libro Hovo Democracies Die, un texto que llegó a enriquecer el debate sobre el futuro de la democracia en un momento muy oportuno pues algunas democracias en distintas partes del mundo,, mostraban señales de gran debilidad ante el avance de partidos, movimientos y líderes iliberales y populistas. En ese libro, Levitsky y Ziblatt presentan ejemplos de la historia que exponen la forma en que líderes políticos externos al sistema, llegan al poder bajo la promesa de sacar del poder a la clase política tradicional, percibida como autocomplaciente, insensible y corrupta, para después cimentar un régimen autoritario.
Un año antes, Ziblatt publicó otro libro en solitario en el que adelanta algunas de las ideas que aparecerían después, pero en el que se concentra en un tema particular que tal vez a algunos les podría parecer contradictorio, y que es la importancia central que han tenido los partidos conservadores y de derecha para el sostenimiento de la democracia.
Es verdad que durante los siglos XIX y principios del XX, los movimientos y partidos conservadores representaban los intereses de aquellos sectores de la sociedad que más se sentían amenazados por el avance de la democracia electoral, del voto universal y el avance de los partidos laboristas y de izquierda.
Tradicionalmente los conservadores habían combatido la democracia. Las reformas democráticas del siglo XIX colocaban a las élites aristocráticas de Europa en el dilema de sumarse o no a los cambios que potencialmente afectarían sus privilegios y riqueza.
Creo y mi punto es que una de las lecciones que ofrece Ziblatt es que la clave para la supervivencia de la democracia no se define en las ideologías, sino en cuál es la actitud de un grupo político frente a las propuestas autoritarias: si las toleran y se suman a ellas, como sucedió en la Alemania de entreguerras, o si las combaten, como ha sucedido en Bélgica o Suecia. Siempre que en una democracia existe un grupo social relevante, con voz, ideas e intereses afines y que tiene la voluntad de participar legítimamente en la disputa por el poder, con independencia de su inclinación ideológica, lo ideal es que tengan la oportunidad de movilizarse por medio de las elecciones. La incapacidad de estos grupos para organizarse como partidos, por miopía política o peor aún, por la cancelación de su derecho político de participación, puede llevarlos a que incuben y apoyen eventualmente movimientos y opciones autoritarias que pongan en peligro la democracia.
Cambiando de tema, como sabe usted amable lector, la independencia de México se escribió con sangre en varios años de lucha que dieron paso a un Imperio. Agustín de Iturbide cayó y la época de la anarquía nos costó perder territorio nacional. La división entre mexicanos, clero y fuerzas armadas lo facilitaron. La guerra con Estados Unidos fue una consecuencia de la expansión de su imperialismo y nuestra debilidad.
Fue Benito Juárez quien logró reunificar la República frente al nuevo imperio europeo. Fundó así al Estado Mexicano, promulgó las leyes de Reforma, separó al clero del gobierno, fundó el registro civil, inició la recuperación económica y facilitó una nueva Constitución Liberal y estabilizó a la nación. Su fama de estadista, de creador de instituciones y libertades rebasó fronteras y se inscribió en la historia mundial.
Construir requiere de convocar a todos en una meta para lograr el progreso. Destruir con tan solo dividir y confrontar es suficiente. Un Presidente simboliza las instituciones, él mismo es una institución, que en una democracia debe conducir en consenso, no eliminar disidencia o cerrar el diálogo con descalificaciones.
México es un país plural, con contrastes, con facetas, y no se puede gobernar con una sola visión, se deben incluir a todos los que con sus diferencias también aman a México, sea quien sea.
Un estadista es generalmente un humanista.
Hizo bien AMLO es retraerse de sus críticas al gremio de médicos, enfermeras y paramédicos, muchos hoy muertos por ayudar al prójimo. Si alguien tiene esa vocación de ayuda es ese grupo. Reconocer su esfuerzo y guardar un minuto de silencio por los más de 71 mil muertos de COVID-19 implica un reconocimiento. Más no un remedio. Ni tampoco un humanismo.
No se dotó al personal de insumos, ni de equipo, ni de protección, más bien se les criticó por sus quejas, se les despreció y humilló. Se lastimó a todos enfermos y médicos.
No soy religioso, pero practico el amor al prójimo, no como mandamiento, sino como forma de vida. No voy a hablar de mi.
Hoy AMLO quiere recobrar esa indignación para lograr votos y se escuda en el juicio a ex presidentes. La Ley no se consulta, se aplica, por igual a todos. No hay pues humanismo en su conducción.
La respuesta a los niños con cáncer de él y su mujer son inaceptables. No se mueren más los niños que los adultos, luchan más sus padres y los resultados son esperanzadores.
Tampoco está más seguro un niño encerrado en su casa, o al cuidado de alguien que puede abusarlo. Desaparecer estancias infantiles no es humanismo, es criminal.
Los niños no votan.
Pero si las mujeres, también ignoradas en ese simulado humanismo. Se cerraron albergues para mujeres maltratadas, se cortó el presupuesto a INMUJERES, para apoyar en lo médico, psicológico y legal a las mujeres. Se organizó marcha de feministas por sus derechos políticos, sociales, reproductivos, contra los feminicidios, por nuevas culturas de no violencia y fueron descalificadas e ignoradas.
Muchas fueron en efecto, violentas, porque están hartas de ser ignoradas, de ser víctimas en transporte público, en trabajo y en la casa. A lo que AMLO respondió la familia mexicana es baluarte de valores. No conoce la realidad, ni le importa, de las nuevas generaciones. Por eso y muchas cosas más no es un humanista.
Dicen que la esperanza muere al último. Es cierto cuando se tiene fe en una causa. Muchos mexicanos han ofrendado su vida para darnos este maravilloso país.
AMLO siempre pidió la oportunidad. Muchos alertaron del peligro que significaría su gobierno.
Pero la democracia y la alternancia no son la respuesta a carencias y necesidades. La participación social, se minimizó, los partidos se burocratizaron, y AMLO habló de que lograría desterrar corrupción e impunidad, un turismo de mayor gasto, ayudas a pobres para reactivar el mercado interno, una representación de los intereses de México en el mundo con presencia y firmeza. Un crecimiento del PIB de 4 por ciento anual, la reconsideración de la Reforma Educativa y Energética.
¿Cuál me pregunto hoy es la esperanza que AMLO nos prometió? Un escenario no basta. Queremos resultados.
Léalo bien, nada bueno puede derivar de la consulta (que en realidad no fue consulta) para enjuiciar a los expresidentes. Como un acto en la pista de un circo, no está mal. Pero no es una manera de hacer justicia.
En nuestra constitución están previstas las condiciones y modalidades en que las consultas se pueden efectuar. Nuestras instituciones de justicia, por otra parte, pueden actuar de oficio o a petición de un agraviado para iniciar un proceso penal a quien haya cometido un delito. En este caso un expresidente. Lo que vimos en días pasados fue una pirueta más del ejecutivo, que si quisiera podría hacer justicia. Y cambiaría el país para siempre. Pero lo que el Presidente quiere es poquito en comparación con lo que podría lograr. No quiere transformar, solo ganar una elección.
No lo duden: tenemos los elementos para hacer un gran caso judicial. Permítanme imaginarlo. Emilio Lozoya es esa hebra que nos puede llevar a entender el amasijo de intereses, participantes y complicidades que marca un modus operandi.
“No nos tocamos porque todos somos lo mismo, hacemos lo mismo”. Porque se puede.
Está la mesa casi puesta para iniciar un macro proceso que nos lleve a entender lo que significa el abuso del poder. El Presidente tiene una oportunidad única en sus manos. Si no la ve es porque es parte del sistema o sigue la misma lógica de poder que la de sus antepasados: la del abuso, no la del poder sujeto al control.
En México con frecuencia hablamos de la debilidad de las instituciones de justicia. Hemos documentado una y otra vez sus grandes carencias materiales, de personal y de organización. Entre lo que tenemos y lo que necesitamos, media un abismo que parece muy difícil de cruz. |
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