Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto Ricardo Ahued Bardahuil y José Francisco Yunes Zorrilla
Embebidos en las rencillas generadas por las disputas del poder, en el chismorreo de las redes sociales que han suplido a los chismes de café, nos dejamos acusar por aquellos que llevan el luto en el alma y quieren que todos lo llevemos.
La historia de México constituye un conjunto fascinante de hechos pletóricos de luces y de sombras, de personajes increíbles, de contradicciones permanentes y también de interpretaciones polémicas y diversas.
Cuando las cortinas se convierten en telones casi teatrales se necesita de un esfuerzo más incesante para que los temas de mayor trascendencia no puedan olvidarse ni omitirse en el análisis de nuestra realidad.
Se requiere de una mayor atención para evitar que se diluyan entre el estruendo que generan las campanas electorales y que se agolpa en nuestros oídos.
Sabemos que quienes aspiran a ocupar un puesto de elección se convierten en los protagonistas de una historia que ocupa la atención, que disfruta de los reflectores y del eco que produce cada uno de los discursos que tratan de endulzar los oídos del electorado. Sus palabras y acciones se subrayan en cada medio de comunicación, se magnifican y se pierden entre los dobleces de esos telones.
Así, el deporte favorito de la clase política de nuestro país comienza a practicarse con la disciplina del alto rendimiento. No es extraño que comencemos a coleccionar promesas y tratemos de imaginar la posibilidad de que cada una de ellas se cumpliera. Desde hace mucho tiempo seríamos un país qué, día con día, se mostraría como el claro ejemplo de la justicia, el desarrollo económico, altos
niveles educativos, sin corrupción y una transparencia sin igual. No obstante, luego del primer día en el que se toma protesta de sus respectivos cargos, parece que todo adquiere otra importancia, las promesas se tornan en meras anécdotas y el mayor vínculo que se mantiene con la sociedad es, por supuesto, el oportuno ejercicio de los programas sociales, símbolo y garantía de contenido, satisfacción, aceptación y popularidad. Y qué decir de las alianzas, son el claro ejemplo de la poca importancia y exigencia que le brindamos al sistema de partidos que se disputa cada peso del erario, de nuestra riqueza. Toda caricatura se queda corta cuando observamos lo que implica la estructura y sus alcances en el gasto del presupuesto anual. Y, sin embargo, son las herramientas más efectivas en el desarrollo de nuestra incipiente y amenazada democracia.
Quizá podríamos concluir que no hay nada nuevo en el proceso electoral que hoy nos ocupa y desgasta.
Vaya tarea que tenemos frente a nosotras y nosotros, pasar de ser simples testigos a coprotagonistas de la historia inmediata de las decisiones que trazarán el camino del país; lo cual no es sencillo cuando, durante este gobierno, se ha llevado el presidencialismo hasta el paroxismo del culto a la personalidad.
No podemos olvidar que detrás de la sonoras fanfarrias y música estruendosa, aplausos incondicionales y jubilosas porras, a unas pocas cuadras de esos templetes que se esfuman en minutos, la violencia y la inseguridad son lo cotidiano, la muerte es como la sombra que acompaña los pasos en las calles y el crimen organizado presume su colección de marionetas. A unos pocos metros de ese mítin lleno de pancartas e ídolos de barro, en donde hay madres buscadoras y se desaparece a un periodista.
Decía José Woldenberg que en el aparente desencanto con la transición democrática podría tener su origen en que los sucesivos gobiernos no han logrado reducir la inseguridad y violencia, los índices de pobreza y desigualdad, que el desempleo parece ser
crónico y, sobre todo, no hemos recuperado la capacidad de ser una sociedad de oportunidades.
Creo que George Bernard Shaw, quién dijo que para que un pueblo pueda vivir la plenitud de la democracia, primero tiene que aprender a perder. Eso es lo que no han aprendido la mayoría de los actores políticos.
La señal es clara: la Iglesia católica ha optado por estar en modo activo en esta elección presidencial. Se abre paso en medio de la campaña para llamar la atención de la inseguridad y violencia que golpea al país, como oportunidad de hacerse escuchar y proyectarse en un rol de intermediador en la pacificación ante la escasez de puentes de diálogo por la polarización política.
También otras Iglesias intentan abrirse un espacio de interlocución entre polos confrontados para incidir en las políticas públicas con la mirada en el próximo gobierno. Por lo pronto, la Conferencia del Episcopado Mexicano entregará una Agenda Nacional de Paz, que construye desde hace meses con líderes y ministros, religiosos, especialistas, ONG y víctimas.
Para las autoridades religiosas, su respuesta es un primer paso, pero significativo, y que cobra realce por sentirse poco tomadas en cuenta en este sexenio a pesar de que como dice López Obrador, las relaciones son buenas, pero poco audibles. Y, sobre todo ensombrecidas por el asesinato de dos sacerdotes jesuitas en la sierra Tarahumara, cuyo crimen detonó un cambio de dinámica en su implicación por la paz. Aquel acontecimiento tiró el mito de la Iglesia como lugar seguro, aunque no era la primera vez que se cobraba la vida de un religioso.
La relación gobierno e iglesia siempre transcurre en una línea delgada por el riesgo de transgredir la separación con el Estado y sus límites difusos. Si por un lado las candidatas visitan a Jorge Mario Bergoglio el Papa Francisco para enmarcar la campaña, por otro miran con cuidado su intermediación frente al narco. Si se exaltan las buenas relaciones con ellas, también se escuchan
descalificaciones a universidades jesuitas o a defensores de derechos humanos cercanos a esa congregación, que es una de las precursoras de la agenda.
En el mundo de la política prefieren no polemizar con la iglesia. Pero donde se aprecia un giro es en su postura contra la violencia que ahora parte de considerar que todo llamado a sumar voluntades contra ella es un asunto político. La idea da lugar a pronunciamientos fuertes como advertir del riesgo de la violencia criminal para la "estabilidad democrática" y la libertad del voto.
Evidentemente, la declaración eriza al gobierno. Aunque la intención de dialogar no está desprovista de recelo que, en clave electoral, se nutre del temor por el uso de la violencia para desacreditar la elección.
por eso entregarán a los candidatos un paquete de estrategias de política pública para la paz, con propuestas de 50 expertos sobre la reconstrucción del tejido social, los jóvenes frente al crimen organizado, seguridad, justicia y sistema penitenciario.
Quien quiere poner agenda sobre la mesa, quiere convertirse en interlocutor, en este caso, del próximo gobierno.
En otro orden de ideas en algunas de sus novelas, ensayos, Eduardo Galeano apuntó que la utopía está en el horizonte, que tal vez sea imposible de alcanzarse, pero sirve para caminar. El Consejo Ciudadano de la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación acaba de lanzar un documento importante, serio, propuestas que por supuesto, no se separan de la narrativa de la Nueva Escuela Mexicana, pero tampoco son réplicas de las consignas de la Cuatroté. Mejora continua para fortalecer la transformación. Plan de gran visión educativa. Trata de tomarse en serio la consigna de Galeano. Sin embargo, el Consejo es optimista en exceso y, en la defensa de la política educativa de la Cuatroté, cae en planteamientos ilusorios, como diría Octavio Paz (El ogro filantrópico).
El documento es sobrio. En menos de 70 páginas despacha un diagnóstico y hace propuestas de mejora continua, lo cual es su misión. No cae en la parafernalia cavilosa del nuevo marco curricular ni del paquete de libros de texto que lanzó la Secretaría de Educación Pública. También abandona el lenguaje abstracto y recurre a mensajes claros que en especial, los dirige a docentes, aunque los destinatarios son los miembros de la Junta Directiva de la Mejoredu.
La porción más utópica, que para algunos quizá se asemeje más a una quimera, se encuentra en el primer capítulo. El poder de la educación en la transformación social. El diagnóstico es pesimista y realista. Cambian los tiempos y la escuela sustancialmente ha seguido igual. En otras palabras, como argumentan los teóricos radicales, la escuela reproduce las condiciones de la sociedad, no las transforma. En la parte propositiva el grupo de autores no abandona la narrativa colectivista de la política educativa de la Cuatroté.
En la página 35, la Comisión sintetiza sus recomendaciones, son razonables, nada transformadoras y evocan varios de los planteamientos de la reforma educativa de la administración de Enrique Peña Nieto.
En el capítulo final, aunque con suma cautela, el Consejo sugiere retomar la evaluación y documentar los haceres del sistema educativo y sus actores. Pudiera pensarse que es una revisión de fin de sexenio de los excesos de la narrativa comunista y plantea un derrotero para el futuro inmediato
Recuerde los gobernantes democráticos están dispuestos al diálogo con los expertos, con los partidos y legisladores de oposición, con las asociaciones de grupos de interés, con la academia y con las organizaciones de la sociedad civil. Seguro de sí mismos, se hacen de información diversa, escuchan, analizan y después deciden. Si se les cuestiona, enfrentan las críticas.
Los gobernantes que no gozan de valores democráticos sólo pontifican. Hablan ni se escuchan en su legitimidad moral o en el pueblo que dicen encarnar.
Si acaso llegan a oír, que no escuchar, lo hacen para rebatir o imponer su verdad desde una posición de poder. |
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