Las cosas han cambiado algo en los años recientes. El propósito de las marchas y de todas las protestas fue demostrar que el sistema que favorecía la acumulación de riqueza por unos cuantos estaba mal, que nuestra sociedad se beneficiaba de un gobierno corrupto que impedía la movilidad en perjuicio de la gran mayoría de mexicanos.
AMLO es un hombre religioso, que se mueve en la praxis entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y que muchas de sus referencias políticas las ancla en los evangelios. Bajo esos parámetros morales mide a las personas y emite sus juicios milenarios.
La honestidad, lo hemos visto bien, es concebida por AMLO como símbolo de pureza, integridad y de lo incorruptible.
La palabra de un líder moral y religioso como se asume el Presidente, que busca la purificación nacional de la sociedad y que repite a todos los grupos “pórtense bien”, donde la moral rige la política y sus decisiones.
El origen del voto que favoreció su ascenso al poder se halló en el hartazgo del modelo neoliberal impuesto, que volvía ricos a unos cuantos e inmensamente pobres a todos los demás. El discurso no tuvo misericordia frente al neoliberalismo económico, al que impuso la carga de todas las desgracias que atraviesa el mundo.
Hoy, a pesar de que todas las estadísticas aseguran que la crisis de la pandemia pudo haber atravesado la cresta, hay un largo camino por recorrer antes de retornar a la normalidad en términos de salubridad pública. Pero lo que más preocupa es cómo recuperar el bienestar de la economía nacional, del que depende el empleo y los recursos para alimentar, para garantizar la seguridad y el bienestar para toda la gente.
Es en ese escenario crítico en el que Morena y toda su administración sucumbe. Sin dejar de ser atinados en el señalamiento de las imperfecciones del sistema económico liberal, el que a costa dde la salud planetaria ha producido el mayor desarrollo d ela historia, en la era del mayor crecimiento numérico de la humanidad, el vacío de su retórica no se ve subsanado con el modelo sustitutivo que corrija los errores del anterior. No hay pasos adelante en proceso de construcción de una democracia participativa, o de administración abierta, o de impulso de energías verdes y subsidios a la producción orgánica que vengan a reparar muchos de los males que a lo largo de los últimos lustros se fueron gestando.
Es en ese estado de cosas que los eventos ocurridos a lo largo de las últimas semanas en el ámbito de la educación y la salud brotan como un bálsamo de alivio y de esperanza, anuncios que nos hacen cruzar los dedos a la espera de que sean muestra de un cambio en el entendimiento de la realidad. La crítica no se ha dejado esperar y dejan en evidencia una aparente contradicción del régimen.
Lo hacen presa de su propio discurso.
Los acuerdos firmados con las concesionarias en materia de tele-educación, y el anuncio sobre el paso que la inversión privada, a través de la Fundación Slim, realiza con la finalidad de producir una vacuna que pueda ayudarnos a sobrepasar el estado de zozobra en que vivimos, ambos llevados a cabo por parte de esta administración demuestran la sumisión del régimen ante la realidad. Y no debemos confundirnos; no hablamos de una genuflexión del ejecutivo frente al sector privado, sino de una necesaria y esperada aceptación, de que, para resolver los problemas de México, hace falta construir acuerdos y consensos, un trabajo del que depende el mejor empleo de todos nuestros activos.
La asociación de lo público y lo privado, no como modelo normativo de contratación pública, sino como modelo de gobernanza, no debe significar un retroceso en el necesario proceso de cambio y transformación que atraviesa nuestro país.
El gobierno no sucumbe ante la intervención de empresas y profesionales para remediar los grandes males que aquejan a México.
Levantar a México de la terrible depresión en que se encuentra demanda un esfuerzo conjunto en el que participemos todos. La apertura de mente para que, bajo el ejercicio soberano de control que la constitución encomienda al gobierno, pueda también involucrarse al sector privado, puede ser el primer paso para que la anunciada transformación acabe por concretarse.
Hay muchas equivocaciones y muchas desviaciones que semana tras semana nos ofrece una oportunidad para ser críticos del gobierno y el rumbo en que se enderezan las cosas.
En esta colaboración, a diferencia de otras anteriores, preferimos aplaudir la acción anunciada por medio de la cual se respalda la intervención del sector privado para hacer frente, solidariamente, a los retos que vive el país en educación, y en salud pública.
Ojalá que en ese mismo rumbo se adopten medidas para remediar los otros males que nos aquejan; desde la justicia y la seguridad, o la administración del subsuelo y la generación de energía, hasta el medio ambiente, el turismo, la cultura y la defensa de nuestra identidad.
Cambio de tema. La emergencia sanitaria trae de la mano una emergencia educativa. Es importante mantenernos activos, esperanzados y resilientes. Pero es fundamental a partir de la verdad, y no negarla ni endulzarla.
En este momento, nos enfrentamos a una catástrofe generacional que podría desperdiciar un potencial humano incalculable, minar décadas de progreso y exacerbar las desigualdades arraigadas.
La ineficacia y, sobre todo, la exclusión e inequidad del sistema educativo nacional eran muy preocupantes de por sí. Con los más recientes datos, a los 15 años cumplidos, ya nos faltó 34 por ciento de la generación en su primer año de bachillerato. Dos tercios de la generación están en graves problemas. Si se nos van 800 mil alumnos al año en un ciclo típico imaginemos el riesgo que tenemos ahora. Necesitamos aplicarnos a fondo, los gobiernos y la sociedad entera.
Y aquí hay un agente clave: las maestras y los maestros. Habrá que decirlo de mil formas posibles, en todos los tonos: son cruciales, son centrales, deben ser los conductores y protagonistas de la propuesta educativa en el nuevo ciclo.
Pero ese protagonismos implica apoyo y no sólo sacrificio; es muy loable las mil y un maneras en que han, las maestras y los maestros de nuestro país, mantenido el ánimo de sus alumnos, ahora es momento de impulsar algo ordenado y sistemático. El punto del Consejo Técnico es precisar: cómo en concreto las y los docentes van a ser los mediadores del aprendizaje.
La diversidad de canales de contenidos, debe servir para ampliar posibilidades, para empoderar a los maestros para que hagan el balance adecuado y la contextualización debida.
La diversidad de los alumnos de México es vertiginosa.
Cito a Guterres de nuevo: “necesitamos invertir en la alfabetización y la infraestructura digitales, evolucionar hacia el aprendizaje de cómo aprender, revitalizar el aprendizaje continuo y reforzar los vínculos entre los sectores formal e informal de la educación”.
Y finalizo con el siguiente comentario: ¿Qué es la chatarra? Es la escoria que deja el mineral de hierro, máquina vieja que ya no funciona.
Pero ahora se usa para describir comida. A ciencia cierta nadie puede describir exactamente qué es y que no, la “comida chatarra”. Lo cierto es que darle un dulce a un niño puede convertirse en delito.
Sin bases científicas, y con simplismo frente a la diabetes, ahora la prohibición se pone de moda.
Nosotros comimos, golosinas, pan de niños, a veces con abuso, pero salíamos a jugar, la bicicleta, los patines, la cuerda, los quemados, saltar el burro, el beisbol, el futbol, los encantados, con los vecinos y había sentido de comunidad. La calle era segura y siempre había juegos novedosos con los cuales divertirnos. El gordito que siempre estaba por ahí, a veces discriminado, gozaba de salud y también jugaba. Es decir, los llamados “alimentos chatarra” no son los que han causado los problemas de salud. Es el cambio de vida. No nos ejercitamos, ya no se juega más que con tableta y con Phones. Siempre sentados sólo mueven el dedo y se lesionan.
Culpar a los “alimentos chatarra” como el enemigo de la salud es querer tapar el sol con un dedo. Es una falacia. Cambiar la golosina por la gordita, las frituras no es necesariamente un remedio. Es más, puede salir más caro el caldo que las albóndigas, por higiene y por valor calórico. Además es cerrar más fuentes de trabajo, al afectar empresas mexicanas. Es interferir de forma incorrecta en las saludes de niños, niñas y adolescentes. El enfoque es erróneo y absurdo.
Prevenir obesidad y diabetes tiene que pasar por aprender a comer bien, en forma sana, equilibrada y sobre todo nutritiva.
Otro tema importantísimo es el ejercicio físico, el juego, la falta de espacios públicos, de instructores gratuitos que el Estado apoye, la formación de equipos, la convivencia comunitaria, los torneos de barrio. Quedó en el pasado. Y como alguien siempre tiene que tener la culpa ahora son los “alimentos chatarra”.
Aunque se aplauda la medida en muchos estados y hoy se presente iniciativa en la Ciudad de México, lo mejor para la salud es impulsar una vida sana, lo que implica acciones integrales, no aisladas ni populistas. Realmente nadie puede creer que estas prohibiciones van a ser exitosas para combatir la obesidad y la diabetes. |
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