Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil e Ing. Eric Patrocinio Cisneros Burgos
Varios colegas han comentado recientemente sobre que discutir la forma en la que deben hacerse realidad los derechos de las personas es un debate que debe mantenerse vivo y abierto, aún cuando existan voces con las que no coincidimos.
La Declaración de los Derechos Humanos del Hombre y del Ciudadano publicada por la revolucionaria Asamblea Nacional Constituyente de Francia en 1989,es un documento escrito a dos manos, la de Thomas Jefferson y la del Márques de La Fayette e inspirado en las idias de la ilustración. Se trata de un documento que ha tenido una influencia muy importante en el desarrollo de los conceptos de libertad individual y de democracia en todo el mundo.
Esta declaración pertenece a una estirpe de documentos históricos con los que comparte su ADN, un cierto aire de familia y entre los que están la Carta Magna inglesa de 1215, que limitó las
Arbitrariedades del rey Juan “sin tierra’’, y argumento el control de sus actos por el Pardamento; la Declaración de Independencia de Estados Unidos, en la que también Thomas Jefferson tuvo una participación eminente, y desde luego, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU de 1948, por citar sólo a los más conocidos.
Múltiples documentos fundacionales de un gran número de países declaraciones de independencia, constituciones, cartas de derechos y otros, están inspirados en este linaje de textos históricos que han tratado a lo largo de muchos siglos de establecer un conjunto, un cuerpo derechos que son inseparables de lo humano y que son la base de la defensa de las personas ante los abusos de los poderosos. Son el cimiento de las libertades de todos nosotros, de la libertad de expresión, la libertad de culto, y en términos más generales, de la libertad de cada uno de perseguir nuestra propia felicidad.
Son los ideales a los que aspiramos muchos y representan el parámetro con el que valoramos si existe justicia o no en las acciones de los dirigentes políticos y sobre cómo esas acciones determinan la legitimidad democrática de los gobiernos. Toda la construcción política, social, legal, histórica y cultural que ha llevado a establecer derechos básicos ha sido desde luego, revisada y adaptada a nuevos tiempos y a nuevas realidades. De ahí se han abierto discusiones sobre los derechos llamados de segunda y tercera generación, y que son precisamente eso, generaciones que parten de un antepasado común.
En años recientes se ha presentado un debate sobre la pertinencia o no de estos derechos humanos de segunda o tercera generación. Sobre sí los derechos humanos han “individualizado” en extremo a las personas y nos han hecho perder “humanidad”. Esta visión crítica de la construcción histórica de los derechos humanos propone que esta deshumanización individualista se origina entre otras causas a la globalización del comercio, a la confianza ciega en la ciencia, al multiculturalismo que habré el camino libre a la migración, al avance de las tecnologías de la información y los algoritmos del big data, y desde luego, a las políticas económicas neoliberales.
Un ejemplo de esta crítica es el escritor Grégor Puppinck, representante del Vaticano ante los comités de expertos del Consejo de Europa, es autor del libro Mi deseo es la ley. Los derechos del hombre sin naturaleza, en donde expone algunas ideas que definen una de las vertientes de la crítica a los derechos humanos y a movimientos como el feminismo y en específico, al movimiento a favor de la libertad de las mujeres a interrumpir su embarazo. Grégor Puppinck propone como solución a los nuevos derechos individualistas y deshumanizantes al abandono de la voluntad de las persona en favor del ser, el preferir otro bien a nosotros mismos, ejercitar la caridad.
Una crítica menos sofisticada a los derechos humanos pero quizá inspirada en visiones conservadoras como las de Puppinck, viene de líderes políticos populistas que se han montado en la ola de la crítica revisionista de los derechos humanos de tres generaciones para consolidar su apoyo político promoviendo la desconfianza o la franca condena de la sociedad a la ciencia, el libre mercado, la libre migración, la libre expresión, y los derechos de las mujeres y de las minorías a partir de enfatizar la idea de que hay un “pueblo” opuesto a una “élite” y que esos derechos son una expresión de la dominación del pueblo por la élite. Pero cuando la discusión se suprime desde el poder y desde ahí se pretende imponer una visión única sobre los derechos de las personas, una visión que cancela de antemano la legitimidad de movimientos como el feminismo, el ambientalismo, à los mismos derechos humanos y la protección de los animales, estamos frente a lo que precisamente motivó a los revolucionarios franceses a publicar la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; la necesidad de reafirmar la libertad de los individuos y de prevenir los abusos desde el poder.
Cambiando de tema una vez hace ya años, fui a las carreras de caballos y se me acababa el tiempo para colocar mi apuesta, tomé el programa y elegí a los caballos que llegarían en primero, segundo y tercer lugar, en eso à lo que llaman a una trifecta. Apenas logré meter la apuesta a tiempo y para mí enorme gusto y sorpresa, minutos más tarde fue exactamente ese el resultado. Diría que me sorprendí, pero no tanto, pues mi padre me había enseñado a leer el programa de una carrera. Sentí cierto orgullo y satisfacción. La sorpresa llegó más tarde cuando después de cobrar, me di cuenta de que hice mi selección viendo los datos de la carrera equivocada.
Debo decir que tratándose de pronósticos, muchas veces ocurre lo mismo. Uno acaba estando acertado porque ciertos eventos se alinean.
Las variables a analizar son demasiadas y siempre puede ocurrir lo inesperado. Por ello, abundan los chistes sobre los pronósticos de los analistas políticos. Estoy convencido sin embargo de que lo más importante de pronosticar es buscar explicar causalidad, qué evento puede ocasionar qué efecto.
Este año que transcurre y el anterior han sido los años de la muerte en México. En estos dos años se han presentado 41 por ciento más muertes (por cualquier causa) comparado con el promedio de años anteriores. En 2019 en México hubo 747 mil 784 fallecimientos; en 2020 esa cifra creció en un solo año a un millón 86 mil 94 fallecimientos, 338 mil 310 más muertes; es seguro que para finales de 2021 la cifra total de muertes sea parecida a la de 2020, quizá un poco menor por los esfuerzos de vacunación y las medidas preventivas contra el Covid-19, pero aún así esos dos años marcan el conjunto una de las más grandes tragedias que haya vivido nuestro país en su historia.
El exceso de muertes nos habla de la disparidad entre la tendencia normal de fallecimientos registrados en años anteriores, y las muertes adicionales, o excesivas, de acuerdo con la tendencia histórica. Sobra decir que en muchos de esos muertos en exceso son por causa directa de la pandemia Covid-19, pero también están ahí las personas que murieron por causas indirectas, como quienes teniendo otra enfermedad no pudieron ser atendidas debido a la saturación de los hospitales y centros de salud.
Abría que sumar a esa cifra a los que fallecieron por otras circunstancias presentes en estos últimos dos años, como el desabasto de medicamentos o la insuficiencia de insumos diversos en hospitales públicos para atender enfermedades y que no pudieron adquirirse por las medidas de austeridad.
Andrés Gallardo hizo para Nexos, una aproximación al efecto específico de Covid-19 sobre la expectativa de vida al nacer.
Digamos de forma conservadora, que las muertes en exceso de 2020 y 2021 sumarán al final ente 600 y 700 mil personas, y comparemos esa cifra con los fallecimientos en eventos catastróficos del pasado.
En la guerra de Independencia, se calcula que aproximadamente murieron entre 250 y 500 mil personas. Se estima que en la guerra entre México y Estados Unidos murieron unos 25 mil soldados mexicanos. El historiador Will Fowler de la Universidad San Andrews de Escocia calcula que en la guerra de Reforma murieron unas 200 mil personas. El historiador mexicano Javier García Diego calcula que la cifra de muertos en la Revolución mexicana fue de un millón 400 mil por causa directa del movimiento armado y unos 2 millones 100 mil de fallecimientos por causas vinculadas a la guerra, una parte sin duda por la influenza española, que por si sola cobro la vida de aprox 350 mil mexicanos.
En el futuro, una vez que dejemos atrás este episodio y podamos gracias a la frialdad que ofrece la distancia, valorar con sobriedad lo que nos ha pasado en estos dos años, quizá nos demos cuenta de la gravedad de lo que ha pasado. Porque eso es lo que tenemos ante nosotros, una tragedia de proporción histórica. |
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