Con solidaridad y respeto a Cuitláhuac García Jiménez, Eric Patrocinio Cisneros Burgos, Ricardo Ahued Bardahuil y Rafael Hernández Villalpando
A medida que las fichas se mueven veloces y las jugadas se suceden, una a otra, en un tablero oeopolitico cuyas dimensiones y profundidad rebasan, con mucho, el mero ámbito de una relación bilateral en la que un país se siente con derecho a insultar a otro, reclamar los problemas migratorios resultantes de las caravanas provenientes de otra nación, el tráfico de sustancias que ensangrienta una de las fronteras más complicadas del mundo.
No, no se trata de eso. Como tampoco se trata de las promesas de combate a la corrupción ¡cómo nunca! o del juicio que, sobre la validez de los lemas de campaña del presidente Trump, realice el nuestro en funciones. Se trata en realidad de algo más burdo y más complejo.
Mucho más burdo: las sanciones burdo: las sanciones que pretende imponer Donald Trump sobre las importaciones provenientes de nuestro país. Mucho más complejo, también: los frentes que en el mismo sentido, ha abierto el presidente Trump, han descolocado a quienes creían que podrían centrar sus ataques en un solo escenario. Un escenario que ya no existe. Escenarios que subsisten, pero que no excitan, escenarios cuyas jugadas persisten, pero tan solo confunden. No se trata de ser capaz de analizar cada movimiento político. No se trata tampoco de analizar cada movimiento social. Las fichas se mueven, veloces, y las jugadas se suceden sin que algunos jugadores inexpertos puedan advertirlo: los modos y los medios, de la política nacional siguen siendo los mismos hoy que hace 50 años. Las fichas se mueven, sin embargo, más veloces que nunca.
Más veloces que nunca. Más veloces que las noticias políticas, más veloces que los chismes sin sentido. Más veloces que las noticias que no hacen sentido, pero que se posicionan, más veloces que los juniors que chocan sus autos, pero que tratan de no ser registrados. Más veloces que los periodistas que se encuentran a secas, más allá, que los dirigentes que no encuentran quién les difunda un mensaje.
Un mensaje de paz, un mensaje de amor.
Un mensaje de empatía. Un mensaje más allá de Andrés. Un mensaje más allá de quién podría lograr que creyéramos en el amor de nuevo. Un mensaje que nos avisará que, quién toca las fichas, al menos sabe porque lo hace. Un mensaje de gobierno: antes que cualquier cosa, primero México. Primero que nada.
La inteligencia y la serenidad deberán predominar para que los intereses de México y los mexicanos salgan adelante frente a probables nuevos choques. Evitar hacer uso político del tema en el auditorio mexicano permitirá aterrizar una verdadera visión de Estado, con la que todos podamos cerrar filas.
Pues bien algo pasa con el debate público en México. La deliberación el debate público no estan siendo productivos. No estamos logrando llegar a acuerdos que se traduzcan en el progreso de México. En lugar de avanzar hacia el fortalecimiento de la democracia y de nuestras libertades, estamos trabados en las descalificaciones y otras falacias retóricas que impiden que exista un debate real.
El lugar de promover un consenso construido en la pluralidad, la discusión actual radicaliza aún más las discrepancias.
Muchos de nosotros no estamos dispuestos, no podemos o no sabemos cómo cambiar de opinión. Cambiar de opinión es necesario para suavizar posiciones, comprender los motivos de los demás, aceptar la posibilidad de hacer compromisos y abrir un espacio para alcanzar acuerdos, al menos en lo que es esencial para todos.
¿Por qué es tan difícil cambiar de opinión? Julia Shvets, dice que una de las razones por las cuales es difícil reconocer que estamos equivocados es la excesiva confianza en nuestras capacidades, la que hace que reconocer errores, cuestionarse a uno mismo o cambiar de opinión, sea más difícil.
Cambiar de opinión puede generar costos muy grandes, como ser rechazado por un grupo al que se pertenece.
Robert Sapolsky, neurobiológico, dice que nuestra capacidad para cambiar de opinión y experimentar con algo nuevo se pierde con los años.
Tal vez estamos más dispuestos a experimentar nuevas cosas y a cambiar de opinión cuando somos jóvenes, porque en la juventud el cerebro tiene una mayor plasticidad.
Las dificultades naturales y sociales para cuestionar nuestras propias ideas, concederle validez a los argumentos de los demás y cambiar de opinión, conspiran en contra de la posibilidad de crear un debate público constructivo. Las redes sociales se suman a esta conspiración, Pues en el mejor de los casos entregan a sus usuarios información a la medida de sus prejuicios, que intensifica las posiciones en lugar de aportar datos nuevos que sirvan para hacer contrastes; en el peor de los casos, son una plataforma para la burla y el insulto.
La responsabilidad de crear un debate más constructivo es de todos, pero especialmente recae en el gobierno. Cuando los gobernantes se niegan a aceptar las opiniones contrastantes, incluso cuando están apoyadas en datos y evidencia, ideas en un homenaje al autoritarismo.
Al igual que un ser vivo, nuestra incipiente democracia se ancla en presupuestos que le permiten mantenerse con vida, y en condiciones para desarrollarse, afianzarse y subsistir en el tiempo. La libertad de expresión constituye, sin duda, uno de esos presupuestos.
Si nos damos cuenta de lo relevante el poder expresarnos cotidianamente tanto nuestra vida privada como en el espacio público, de hacer valer nuestras opiniones, difundir críticas, socializar preferencias, oponer argumentos, rechazar iniciativas, objetar decisiones, poco a poco iremos perdiendo nuestra capacidad de intervenir en la discusión de asuntos que por ser públicos nos involucran a todos por igual.
Es así para los ciudadanos, pero lo es en mayor medida para quienes hacen de la política su actividad esencial, pues con independencia de su filiación ideológica resulta fundamental que puedan acceder al mayor número de plataformas televisivas, radiofónicas y digitales para hacer llegar posicionamientos al mayor número de auditorios.
Pero lo que más preocupa es que detrás de ese impulso encubierto bajo la bandera del derecho a la información se esconde una amenaza abierta o velada hacia la libertad editorial de los medios de comunicación.
Sobre el mismo vaso de agua se ha vertido una nueva gota de veneno que, unidad anterior, carecen todavía de la fuerza destructora para aniquilar a nuestra joven democracia, pero que sin lugar a dudas tienen la capacidad de dañar el funcionamiento de sus órganos, con la consecuente reducción de su vitalidad y con importantes secuelas para las condiciones de su salud futura.
Lo peor que puede ocurrirnos es dejar de advertir sobre un cáncer que avanza lenta pero constantemente, desdeñar los antídotos que hoy todavía tenemos con nosotros, y permitir que nos deslicemos paulatinamente hacia una democracia enferma que, de no sanar, deambulara aminorada y sin sostén, al grado que cuando busquemos recuperarla esté más cerca de la muerte que de la vida.
En otro tema la definición de terrorismo pasa por el principio de generar miedo en la sociedad como mecanismo para obtener sus objetivos. El temor como forma de dominación seco través de amenazas de todo tipo o del ejercicio de la violencia verbal y física que termina por dañar la integridad de las personas. El discurso populista de atracción de masas, y que divide a la sociedad en "buenos y malos", requiere indispensablemente de un alto índice de terror que ayude a someter a los adversarios, que en realidad son sus enemigos irreconciliables y a los que hay que eliminar en la medida de lo posible, y si no, reducirlos a su mínima expresión.
A ese nivel hemos llegado y con esos bueyes hay que arar.
Dice Oscar Wilde: "Aunque cada hombre mata lo que ama, te lo oiga todo el mundo, unos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra lisonjera; el cobarde lo hace con un beso.
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