Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil
Rocío Nahle García decidió nombrar a Ricardo Ahued Bardahuil el alcalde de mejor posicionamiento en el País Secretario de gobierno porque hay que unir y reunir a Veracruz, hay que conformar una plataforma para encontrar un eje común y recuperar la confianza de la ciudadanía. Veracruz requiere poner una vez más los pies sobre la geografía nacional. Tener todo un proceso de reflexión para tomar las decisiones más adecuadas y congruentes. Negarlo es fingir demencia o ilustre ignorancia. Es hora de acreditar también la inteligencia y la estrategia.
Por otro lado, la democracia frecuentemente toma a la realidad por sorpresa. Es caprichosa e impredecible. Tiene la cualidad salvaje, como solía repetir Claude Lefort, de romper certezas o de alterar repentinamente lo que parece inevitable. Es el régimen de la sorpresa, de la duda, del azar, porque empodera a cada persona a decidir lo que le parece justo o injusto, lo que le conviene o no, lo que le gusta o repudia. La democracia desmorona periódicamente el poder en votos para rehacerlo. Es una forma maleable de gobierno; el mandato de una misteriosa y contingente coincidencia de voluntades.
Cuidar bien la vida depende de las verdades. Los diagnósticos son imprescindibles, con datos duros firmemente sustentados.
No es novedad. México es así diverso. Y lo seguirá siendo. Saber gobernar no es construir narrativa sobre la realidad. Saber gobernar requiere capacidad y talento para administrar bien los siempre escasos recursos. Pero, no es suficiente. Saber gobernar es aprender a escuchar desde el lugar de quien habla, no desde el propio. Saber gobernar es atemperar los ánimos, es hacer accesible a todos y todos, la justicia.
La paz, en su profundo significado, es tender puentes, que siempre son frágiles como la condición humana. Tender puentes es diálogo, es encuentro, es confiar en la palabra del otro, de la otra, de quién es semejante, pero también, de quién es ajeno. Solo en un ambiente de paz, son posibles las libertades. Las desigualdades son estructurales.
Una de la que más reproduce la desigualdad es la de los partidos políticos, donde quienes deben impulsar la democracia son el mayor de los obstáculos. Caciques de muy recio proceder.
El poder absoluto no se logra con 500 diputados, 128 senadores, 32 gobernantes y 11 ministros. Se logra con siete elementos que describe José Elías Romero Apis que describe en mi Teoría del poder como ciencia exacta (Porrúa, 2017), cuya ecuación da por resultado a lo que le ha llamado el estado de catricidad o estado puro de poder
Lo más importante de la política no siempre son los hechos, sino las palabras. En México lo ideal es tener buen gobierno y buena posición. Lo catastrófico es que ambos sean pésimos. Lo intermedio es que solo sirva uno de ellos. Si el gobierno es muy eficiente, no es tan grave la importancia de la oposición. Pero si el impotente es el gobierno, la única salvación reside en la oposición.
La oposición es de lo mejor que puede tener un gobierno. Ella lo impulsa ante sus negligencias, lo contiene ante sus excesos y lo envía ante sus extravíos. Es el mejor motor, el mejor freno y la mejor contraloría del gobernante.
Le da lo que, muchas veces, no les surten ni los leales ni los serviles. Le informa de lo que él no advierte o de lo que no previene. Es el vigía de mástil que la avisa si viene la tormenta, el iceberg o el enemigo.
Pero este binomio tiene dos riesgos. Uno es que el gobierno quiera someter a la oposición. El otro es que la oposición no sea arrecia o inteligente.
La peligrosa ecuación de que, al mal gobierno se sume la mala oposición.
La alarma mexicana de hoy es que el gobierno es muy impotente, pero la oposición es muy ineficiente.
Por eso Adolfo López Mateos les decía a sus más sabios y leales que nunca le prestaran las llaves del arsenal, ni del tesoro, ni del promisorio, ni de las urnas, ni del parlamento, ni del tribunal. Se refería, claramente, a que no le permitieran matar opositores, ni dilapidar recursos, ni engañar en falso, ni trampear elecciones, ni decretar leyes, ni dictar sentencias. Que no le consintieran usurpar atribuciones, sino que tan solo lo ayudarán a cumplir con lo suyo y a no suplantar a los demás.
Y remataba "jamás permitan que alguien me arrebate ni que yo extravíe las llaves de la Presidencia, que son las únicas que me han confiado". Quiso ser y logró ser presidente y nada más. Pero, eso sí, presidente de a deveras, no presidentillo, de pastorela. Presidentazo, no presidenzuelo.
El equipo presidencial es muy importante. Veinte designaciones dicen más que veinte promesas.
Es muy claro que si no cuidamos nuestra convivencia nos vamos a aniquilar. Si no cuidamos la economía, nos vamos a empobrecer.
La democracia no es un problema de gustos, la democracia es un problema de números. En medio de la mayor revolución de gobernanza jamás recordada, ser verdaderamente demócrata se ha convertido en un verdadero desafío. Donde quiera que ponga la mirada, se dará cuenta de lo extraordinario. La ruptura, el cambio y la jubilación de los que mandaban es un hecho cada día más importante y relevante en las sociedades.
La democracia no es buena cuando se limita a cumplir con los deseos e intereses personales de algunos líderes. La democracia es buena cuando el pueblo verdaderamente participa y elige, de manera libre y consensuada, a quién lo gobernará.
Un sistema democrático eficiente es aquel en el que un solo voto es capaz de hacer la diferencia y en el que está diferencia se respeta y se acata sin importar si ellos significan la victoria o derrota de los actores involucrados. Siempre ha sido legítimo que cada país tenga la libertad de elegir su propio modelo y sistema de gobierno. Se puede ser un buen demócrata y haberlo perdido todo.
Nunca creí en las encuestas. Lo reconozco y entono una mea culpa. Las encuestas, según lo que vivimos el pasado 2 de junio, tenían razón. Parecía increíble, pero sucedió.
Nadie puede protestar que el pueblo se equivocó porque, aunque se haya equivocado, éste tiene todo el poder y derecho de hacerlo. Para bien o para mal en ningún momento podemos olvidar que lo sucedido es la consecuencia de la elección y voluntad del pueblo de México. Por muchos análisis o formas de ver la situación que se tengan, tampoco se podrá cambiar el hecho de que esta elección fue dispareja. La intervención, directa o indirecta, fue clara y, sin duda alguna, fue un elemento clave en el resultado electoral.
Hoy toca asumir las responsabilidades propias y hacer todo lo posible por luchar por el bien conjunto de nuestro país, sin importar lo que esto pueda suponer. Si la disputa era tan injusta desde un principio, ¿por qué se siguió en la batalla hasta el final? ¿Por respeto democrático? No lo creo.
Ha llegado el momento de enterrar a la vieja clase política. En resumen, la clase política que ha conducido al país en los últimos 30 años ya no está en condiciones ni tiene derecho moral para seguir buscando liderar al país o una parte de él.
Pues se terminó el resultado de nuestras elecciones, nos ha blindado muchísima tela para confeccionar el futuro de nuestro país, no solo durante los próximos seis años. Si desempolvamos los referentes clásicos, es casi imposible que no recordemos aquella frase de origen incierto, que se tiene como un comodín en cualquier juego del poder. En efecto, referimos a la oración vox populi, vox dei, es como si hubiera poner un punto final a una discusión que se
encuentra empantanada en un callejón en el que se han arremolinado toneladas de basura electoral de todos los colores.
Así, mientras La retórica del triunfalismo vuelve a imperar y marcar el estilo en el discurso del oficialismo, por otro lado, se intenta explicar un fracaso que se fraguó en las raíces de su propia historia. Una dicotomía que, si bien no es nada nuevo en el sistema de partidos que pretenden ser los representantes de la sociedad, se ha visto potenciada gracias a un factor que no puede olvidarse: la urgente necesidad de una opción diferente y capaz, para una ciudadanía que, con cierta claridad, ha dejado sus propios signos en este proceso electoral. La construcción de una alternativa en la que se imponga la memoria, la dignidad y la ética en todos los aspectos de la vida pública. Sī, estimado lector, estimada lectora, quizá en este momento la generosidad de la lectura te ha provocado la aparición de una leve sonrisa. La miopía es una de las apuestas ganadas por el mundillo de la política mexicana.
Y, como en un efecto de círculos concéntricos, volvemos al punto de inicio, pues la memoria es el fundamento del presente y la posible garantía de un futuro en el que la balanza de la justicia por fin se cumpla. Ya la historia nos permitirá generar conclusiones de mayor calado; sin embargo, no se puede negar que era un intento más por impedir que los nombres de las y los desaparecidos se borre aún más. En ese sentido, y bajo cuarta perspectiva, se ha abierto uno de los rumbos que podrán caminar quienes prefirieron anular su voto y, quizá, los que optaron por vivir bajo la sombra del frondoso árbol del abstencionismo. Es cuestión de hacer una simple suma.
¿Un pequeño atisbo de lo posible? Sí, no es imposible imaginar que esa parte de la sociedad que no optó por la partidocracia opositora, que no supieron tirar por la borda el lastre de su pasado o por la continuidad del maniqueísmo oficialista no tenga una alternativa en la ecuación de la democracia que, en perspectiva son mucho más de los que ejercieron su voto. Así, en un simple acto de la memoria, se pueden reconfigurar el significado de un vocablo: porque, a fin de
cuentas, cada quien imagina el porvenir con las luces de la congruencia y el decoro. Hay mucho trabajo por delante, Pues en toda posible hegemonía siempre hay cuarteaduras. Y, como diría Sancho Panza, todo puede ser. |
|