Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil e Ing. Eric Patrocinio Cisneros Burgos
¿En qué estás pensando?
Es una de las preguntas más simples y sin embargo, es tan abierta que las respuestas son incontrolables.
Los pensamientos podrían clasificarse en grandes como cuando alguien imagina caminos para resolver un problema grave.
Otros son preocupantes: pensar en el futuro del país.
Los liderazgos autocráticos, tantas veces atestiguados durante los últimos siglos, parecen tener un nuevo resurgimiento, especialmente estimulados por la polarización actual. Tampoco en nuestros días se confirman como una buena brújula. Su aparente eficacia es una tentación constante. Sin embargo, por lo general terminan siendo estériles.
Un liderazgo débil o ingenuo tampoco responde a las exigencias de un mundo complejo, no sólo en lo técnico, también en lo humano y lo moral. Un líder con tendencias absolutistas, con frecuencia se pierde en su propio ego, otro sin la suficiente confianza en sí mismo no podrás superar las adversidades. Ante esta aparente disyuntiva, cada vez más estudios teóricos y prácticos demuestran que es factible encontrar liderazgos que consiguen ese punto medio en el que confianza y humildad armonizan, esa prudencia tan necesaria en quienes pretenden girar los retos contemporáneos.
Como señala Adam Grant, el fenómeno del quarterback del salón, donde la confianza supera con creces la competencia, es recurrente. Charles Darwin lo decía de otro modo: la ignorancia engendra confianza con más frecuencia que el conocimiento. El peligro de estos liderazgos es que son los más proclives a aislarse, huir de la crítica constructiva, consolarse con los aduladores, dejar de escuchar y establecer mecanismos defensivos para justificar su toma de decisiones. Según los señalados estudios de Jim Collins, el nivel más alto de liderazgo correspondió a aquellos que sabían combinar humildad personal con una gran fuerza de voluntad; los mejores líderes "son modestos", hablan poco de ellos mismos. Lo mismo concluye Carlos Llano en "Humildad y Liderazgo" quien además señalaba que los "líderes carismáticos podrían llegar a ser, incluso, una desventaja".
El líder, sin el padecimiento de un ego desproporcionado, se da cuenta que tiene errores y confía en un equipo de trabajo cuya suma de talento es evidentemente mayor que el individual. Tampoco da crédito a todo lo que le dicen, pues esos mismos interlocutores pueden estar sesgados, pero también pueden tener razón.
Sabe escuchar, por eso busca el consejo oportuno e integra las decisiones. No rehúye a la vulnerabilidad. Está más interesado en mejorar que en tener razón.
Ser humilde no significa tener baja autoestima, ni considerarse inferior, ni dudar del propio criterio. Parafraseando a Grant, lo óptimo no es la inferioridad obsesiva, ni la duda debilitante, ni la arrogancia ciega, sino la confianza humilde. Los estudios demuestran que existe un magnífico maridaje entre confianza y humildad,
entre visión a largo plazo y realismo, entre firmeza y flexibilidad, entre fuerza de voluntad y amplitud de miras.
En otro orden de ideas el poder como las espadas y cuchillos, pierde filo. Ojalá este fuera un artículo técnico sobre la red de transmisión eléctrica de México, país católico, cristiano y guadalupano alicaído por la pobreza energética, debido a dos agencias estatales que durante casi un siglo han invertido por debajo de las necesidades del país en el sector.
Ojalá, como lo sugirió el error de la ministra Loretta Ortiz Ahlf, estuviéramos hablando de megabytes y no de megavatios. Nuestro desarrollo podría haber sido mayor en los últimos 50 años, si no hubiéramos tenido una red eléctrica insuficiente para las necesidades de la población y la industria. Históricamente la red eléctrica sirve para extraer una renta de las empresas y entregarla a los hogares. El sindicato y los burócratas a cargo de la empresa se llevaban su tajada.
La reforma de 2012 trató de romper esos poderes.
Trató de propiciar la competencia en la generación eléctrica, y preservar el monopolio público solamente en los segmentos de transmisión y distribución eléctrica. Esto resultaría más rentable en el largo plazo para la Comisión Federal de Electricidad. Sin embargo, la CFE necesitaba una transformación interna. Requería menos personal del que tenía. Necesitaba automatizar procesos. Las empresas eléctricas en el mundo lo hacen. La CFE nunca fue una empresa de clase mundial, como nos quería hacer sentir su eslogan de hace algunos años. Era una de las agencias estatales que menos dinero perdía, pero nunca fue una empresa realmente eficiente.
Hoy, desde el gobierno, tratan de vendernos que 2012 fue una traición. Han construido un mito alrededor de las energías renovables. A pesar de que ofrecen los mejores costos al sistema, alegan que en realidad requieren un subsidio público. Mienten confundiendo términos como intermitencia e inestabilidad. Satanizan a grandes consumidores que han hecho inversiones para generar su propia electricidad a partir de renovables, con el argumento que no pagan suficiente por transmisión y distribución de esa electricidad.
La reforma de 2012 fue eficaz en enfrentar a esos poderes corporativos a la competencia. Creímos que el presidente López Obrador entendía las implicaciones en el T-MEC de revertir esa reforma eléctrica, sobre todo en lo concerniente a la protección de las inversiones de ciudadanos estadounidenses y canadienses. Llevamos un par de años oyendo al gobierno mexicano decirnos que la conversación con los Estados Unidos es un "diálogo respetuoso" respecto a la reforma eléctrica, pero nuestro régimen, fiel a la lógica y actuación de su líder, no ha movido un centímetro ni una coma su postura.
Es esperanzador que los partidos de oposición pusieron sobre la mesa una reforma alternativa.
La propuesta opositora es más sensata que la que está planteando el gobierno. También es motivo de optimismo que la corte ha tomado decisiones valientes. Los siguientes dos años y fracción serán claves para que México recupere la fuerza de la división de poderes y las instituciones. No podemos seguir con monopolios eléctricos, antidemocráticos o de pensamiento. Que la alta tensión rebozada sea en las líneas eléctricas, no en la política ni entre los ciudadanos. Se fue el primer trimestre de 2022, y lo que sigue en la arena política hará que el año parezca una
carrera de 100 metros. Nos esperan momentos cruciales que detonarán el debate entre la sociedad civil e impactarán en las metas presidenciales rumbo a 2024. Cada detalle, para bien o para mal, contará al doble. Una regla de tres de fácil análisis y que el presidente la sabe. Perder la esperanza es caer en la desesperación. Cómo será el proceso electoral de 2024? Qué podrá hacer la autoridad electoral si entonces hay violaciones la ley? Tendremos en abril de 2023 una gran batalla por el nombramiento de cuatro consejeros electorales para reemplazar a Lorenzo Córdova Ciro Murayama, Adriana Favela y Roberto Ruiz.
Si la ley no cambia, lo que me parece el escenario más probable, será la Cámara de Diputados, por mayoría calificada, la instancia que designe a los nuevos consejeros. Más valdría algo menos de optimismo y un poco más de cautela.
En otro orden de ideas las medidas de confinamiento por la pandemia ocasionaron un alejamiento de las iglesias, congregaciones y templos en México; y, a la fecha, todavía no se ve que los feligreses estén regresando a los niveles de asistencia a servicios religiosos.
La serie de encuestas nacionales de El Financiero da muestra de ello: un declive en la asistencia, seguido por una ligera recuperación en meses recientes. Pero antes de comentar esas tendencias, vale la pena recordar el papel que juegan la religión y las creencias religiosas entre las y los mexicanos.
La Encuesta Mundial de Valores, que se realiza en diversos países y cuya más reciente edición en México es de 2018, ofrece datos muy valiosos sobre el grado de religiosidad, afiliaciones y conductas religiosas entre la sociedad mexicana. De acuerdo con el estudio, 96% de los mexicanos cree en Dios. 87% pertenece alguna denominación religiosa, con un 79% que menciona la religión católica; y 70% se considera una persona religiosa.
Al preguntar qué tan importante consideran que Dios es en sus vidas, en una escala del 1 al 10, 60% de mexicanos respondió con los valores más altos, 9 o 10. Por otro lado, 59% manifestó que hace rezos y oraciones todos los días. Estas dos mediciones suelen verse como indicadores de espiritualidad, sin estar necesariamente vinculadas a la religión organizada o institucional.
Pero también hay dos indicadores de esto último.
El 51% de los mexicanos considera a la religión "muy importante", y 43% asiste a servicios religiosos una vez por semana o más de una vez por semana. Todos estos indicadores reflejan tres niveles de religiosidad: el más alto es el de las creencias e identidades, qué va de 70 a 96%. El segundo nivel es la espiritualidad, que ronda alrededor de 60%. Y el tercero de la religión institucional, que varía entre 43 y 51%.
Y es precisamente en este tercer componente de la religiosidad mexicana, el institucional, donde la pandemia parece haber pegado más fuerte, tirando los niveles de asistencia a las iglesias y templos.
Es posible que los servicios religiosos online hayan cubierto un poco de ese enorme hueco, pero lo cierto es que a la fecha aunque se observa una leve recuperación en la asistencia a las iglesias, ésta no ha vuelto a los niveles prepandemia.
Esas mismas encuestas del Financiero revelan que quienes más asisten a las iglesias, congregaciones y templos en nuestro país son las mujeres, los
segmentos de mayor edad y los de menor escolaridad. La brecha de género promedia unos 10 puntos porcentuales Durante los últimos dos años. |
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