Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil y José Francisco Yunes Zorrilla
La realidad termina por imponerse a pesar de nuestra magnífica capacidad para mirar hacia otro lado, siempre es más fácil no observar aquello que incomoda, que duele y qué en muchos casos, se ha convertido en un lastre para quienes creen que vivimos en medio de una fantasía creada, día con día. Así, no hay tema menor cuando se trata de comprender lo que sucede en nuestro país. Si algo hemos aprendido durante este sexenio es a percatarnos que en cuanto existe un movimiento coordinado en los medios de comunicación, en las redes sociales, incluso, en las pláticas cotidianas, para desacreditar y banalizar un dato, un señalamiento o una noticia, es porque se ha revelado una cuarteadura en ese mundo imaginario que es sostenido por las dádivas y el fanatismo.
Por ello, el tema y las repercusiones de una imagen que circuló durante estos últimos días no deja de ser algo que ilustra esa capacidad de caricaturización de quienes son afines al presente gobierno y, por supuesto, también de esas muchas otras personas que no pierden la oportunidad de montar un espectáculo cuya banalidad es ejemplar.
No se necesita tener una preparación muy especializada para darse cuenta de la provocación y los equívocos que implica dicha imagen y cada una de las palabras que coronan el despropósito. No obstante, lo que ha resultado ejemplar es el cauce que ha tomado esta discusión a partir de los argumentos desarrollados por el coro oficialista para restarle importancia y descalificar todo análisis que implique hacer alusión de aquello que es el mayor lastre de este sexenio, sí, es mantener en la mesa de la discusión la violencia, las omisiones y el cinismo que implica el engaño del espejismo de una felicidad decretada desde el púlpito.
Así, mientras las voces más preciadas del oficialismo con este tufo de superioridad que es característico de quienes, se presumen en "el lado correcto de la historia", pretender dictar cátedra acerca del humor y los llamados memes, para muchas otras personas no existe nada gracioso que señalar ni celebrar cuando la protagonista es la muerte. Se ha planteado que, en sí misma la imagen plantea una amenaza, una apología del delito, la referencia a un culto o simplemente, un humor envilecido. Pero lo que resulta innegable es que, más allá de la postura política, es latente su perversión, que nos recuerda en el país en el que habitamos.
No, el tema no es una camiseta que, en efecto, tiene el poder de calificar a quién la porta. Lo importante es señalar que esta administración ha menospreciado todo aquello que es un referente a su propio fracaso; somos un país en el que es normal hallar fosas comunes, escuchar cómo crece la cantidad de homicidio semana con semana, los asesinatos de periodistas y de candidatos, vaya paradoja, que no se olvide quiénes caricaturizaron a los padres y madres de niños y niñas que padecen cáncer.
Todo esto es lo que no se puede olvidar y, mucho menos, permitir que se coloque en la mesa de la banalidad por la que apuesta este sexenio. Lo frívolo es una camiseta, sin embargo, lo cuestionable es la postura de su candidata que, ante la tragedia que implican dichas estadísticas y en el dolor, han apostado por la trivialidad y banalización. Mientras tanto, la realidad termina por imponerse sobre nuestros ojos, en la calle, en nuestras mesas.
Las voces de las candidatas han resonado con una intensidad que refleja más que un mero debate electoral. Las voces, pero sobre todo, las palabras, sus palabras han vibrado con el tono amargo de la confrontación cargadas de acusaciones y señalamientos personales. Pero parece haberse transformado en una contienda que, en última instancia, no va más allá de la defensa de sus respectivos heteropatriarcados.
La atmósfera tensa de los debates, en la que los intercambios afilados son una moneda corriente, no es en sí misma nueva. En cualquier escenario político los expertos en estrategias de debates anticipan la necesidad de defensas vehementes y ataques contundentes.
Es profundamente triste ver como los dos principales contendientes, en la elección más importante de México en décadas han caído en la trampa de defender no tanto sus propias posturas, sino los sistemas patriarcales que sustentan a sus partidos.
Esta dinámica no solo es un golpe para el electorado que esperaba un debate productivo, sino también para la lucha por la igualdad de género en México.
En este contexto, la esperanza radica en que el electorado mexicano sea capaz de ver más allá del ruido y la confrontación, y reconocer el potencial de esta elección histórica. México necesita una visión de futuro que trascienda la política partidista (y la mezquindad que la define) y ofrezca soluciones reales a los problemas que enfrenta el país.
En la política mexicana actual, la fiabilidad de las encuestas, un elemento fundamental para cualquier democracia moderna, ha sido cuestionada de manera preocupante tanto por la clase política, como por algunos medios y sociedad. Este rechazo generalizado a las encuestas como herramientas legítimas para medir las intenciones de voto del electorado representa un golpe significativo para la democracia mexicana, que aún lucha por consolidar sus instituciones y procesos democráticos. En una democracia joven como la mexicana, las encuestas han desempeñado un papel crucial en los procesos electorales, proporcionando una instantánea del ánimo del electorado y ofreciendo a los políticos y al público una visión más clara de la dinámica electoral.
Una de las razones detrás de este escepticismo es la manera en que los resultados de las encuestas son interpretados y utilizados por
los actores políticos. Además, la polarización social ha exacerbado esta desconfianza.
Sin embargo, esta desconfianza es profundamente injusta para las casas encuestadoras que, durante décadas han trabajado para perfeccionar sus metodologías y construir su prestigio. La importancia de las encuestas en una democracia va más allá de su función electoral inmediata. En última instancia, la democracia mexicana necesita recuperar la confianza en las encuestas para avanzar en su consolidación. Para que la joven democracia mexicana prospere, debe restaurar la confianza en sus instituciones, y esto incluye la percepción de las encuestas como un componente legítimo y valioso del proceso democrático.
Yo llevo muchos años, décadas, analizando encuestas y, sí, este método científico tiene severos problemas en todos los países. Los propios encuestadores lo reconocen.
En otro orden de ideas, el pasado 30 de abril concluyó el periodo ordinario del Senado. La legislatura pasará a la historia por no haber logrado ¡en 766 días! Los consensos necesarios para completar el pleno del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI).
Los nombramientos del INAI no fueron la prioridad anteriormente y tampoco lo fueron en este último periodo legislativo. Sumado a la falta de voluntad por llegar a un consenso, pues los tiempos electorales nublaron los procesos de la cámara alta. Además, al INAI se le ha metido en un juego político acompañado de una campaña de desinformación que sigue activa: nos convertimos en una moneda de cambio.
Por un Acuerdo emitido el 17 de abril por la Jucopo del Senado, las Comisiones Unidas de Justicia y de Anticorrupción, Transparencia y Participación Ciudadana, el 22 de abril se llevó a cabo la "evaluación" de 25 nuevos aspirantes. Esta consistió en una exposición breve seguida de una o dos preguntas por parte de las y los senadores.
Sinceramente, llama la atención la baja calidad y el desorden que hubo para revisar los perfiles. Esta legislatura cerrará con 44 designaciones sin realizar, entre las que se encuentran el INAI, Sistema Nacional Anticorrupción, Coneval y el IFT, entre otros. Además faltan 44 vacantes de diversos tribunales electorales y 71 magistraturas de salas regionales estatales.
En otro contexto, el próximo 3 de junio, tras haber vivido una de las jornadas electorales más significativas y transformadoras de su historia reciente, México amanecerá. Ese día no solo se elegirá a la primera presidenta del país, consolidando un momento histórico en la lucha por la igualdad de género, sino que también se verá la renovación de múltiples cargos de gran importancia a nivel federal y local.
Con los ojos del mundo puestos en México, la atmósfera política está cargada de expectativas y especulaciones.
En el ámbito local, las elecciones para gobernador en estados claves como Veracruz, Chiapas, Jalisco, Yucatán y Morelos están siendo igualmente observadas. Estos estados no sólo son importantes por su peso político económico, sino también por los diversos desafíos sociales y de seguridad que enfrentan. Las decisiones que tomen los votantes en estas regiones tendrán un impacto directo en la capacidad de México para abordar problemas locales específicos y en la eficacia de la coordinación entre el gobierno federal y los estados. México se encuentra en un momento político como no lo había vivido prácticamente nunca. Pronto los mexicanos y mexicanas “empezaremos a ver nuestros nuevos matices al espejo”. |
|