Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil e Ing. Eric Patrocinio Cisneros Burgos
El único problema es que los milagros, en política, por general son simples errores. Expertos en humanidad. Así terminé hace algún tiempo una columna y así quiero partir. En esta lógica si observamos el contexto que nos rodea, encontramos grandes desafíos. Mirando a nuestro alrededor nos damos cuenta de que esto tiene varios puntos que catalizan el relativismo, los avances en la ciencia y la tecnología que influyen en la persona y los cambios en la forma de relacionarnos, etcétera.
La modernidad ha dado paso a la posmodernidad y el ser humano está en un momento inédito, en el que ya no basta tener conocimientos, integrarnos en el mundo laboral y forjar una familia. Todo está cambiando vertiginosamente y ante ello podemos incidir enriqueciendo el presente.
La pandemia, la digitalización, el aumento de la pobreza y las desigualdades, la libre elección de todo, el deterioro del concepto de la familia, la guerra que estamos viviendo. Todo ello se relaciona con la falta de relaciones personales, la dificultad para el diálogo y la ceguera ante lo diferente.
Estos retos invitan a una mayor comprensión de lo humano, su escalera existencial y relacional. De allí la necesidad de las humanidades. Los diferentes saberes como la física, la química, la ingeniería y muchas más, dan una visión rica de la persona, pero acostada. Se precisa bucear en saberes filosóficos y antropológicos para preservar lo humano y detectar actitudes, valores conductas y acciones que deshumanizan.
Debemos promocionar lo humano, descubrir la diferencia entre lo valioso y lo útil, moderar el pragmatismo para que no sea quien rija las decisiones éticas, y conocer el sentido humano de la existencia. ¿Qué visión del hombre prevalecerá en el tercer milenio? Algunas tendencias desean escabullirse del callejón sin salida en que ha quedado el ser humano tras su autonomía absoluta. Se buscan principios éticos que orienten las decisiones científicas. Se busca la conexión y la relación entre personas. Hay un hastío de las diferencias y de las luchas materiales e intelectuales.
La generación actual tiene este desafío, encontrarse para rehacerse y para defender lo más valioso: su humanidad. Esta crisis de la verdad puede subsanarse con la inmersión en las humanidades.
Aquí encuentra cabida la antropología cristiana, donde la criatura es libre y puede hacer uso responsable de su libertad. Seamos francos, ¿no quisiéramos recuperar la humanidad perdida? ¿No soñamos con dejar un mundo más humano a quienes vendrán? ¿No estamos cansados del permisivismo? ¿No queríamos que la paz, el amor, la libertad y la escucha fueran base de nuestras relaciones?
Ya palpamos la vulnerabilidad, ya vivimos el vacío. Ya lloramos al ver que el hombre es maltratado y que la mujer está lejos de ser considerada con la añorada igualdad de oportunidades. Ya hemos experimentado que las personas de buena voluntad no siempre sabemos hacia dónde caminar.
Podría escribir más, pero termino como me gusta con esperanza. Las crisis ideológicas nos motivan a revisar lo andado. Esta nueva época, como la flamado el Papa Francisco, nos invita a mirar atrás y a construir un futuro. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Hagámoslo desde lo que somos, seres humanos. Empezaremos a revalorar lo humano, demos a las generaciones futuras el regalo de profundizar en una antropología que oriente nuestras acciones y de una axiología que nos haga mejores personas, mejores ciudadanos y, en definitiva, más humanos.
En otro orden de ideas la luz del Señor oscurece a sus iluminados, cada vez son más voces las que llaman a revisar la estrategia de seguridad del país. Los millones de mexicanos y mexicanas que desde hace décadas sufren miedo y violencia merecen que el tema sea abordado con toda seriedad por todos los actores que tienen alguna responsabilidad.
Balaceras, asesinatos, colgados, levantados, desaparecidos, secuestrados, robos, extorsiones, trata de personas, tráfico de migrantes, narcotráfico, femicidios, son palabras que hemos tenido que incorporar a nuestro lenguaje cotidiano porque son la realidad que vivimos. De tanto, a veces parece que perdemos la capacidad de asombro, y es que ignorar cada atrocidad de la que nos enteramos es una forma de protección de la mente para no vivir angustiados permanentemente.
La confrontación con la jerarquía de la iglesia católica podría dar paso a la apertura de un diálogo que, por primera vez, siente el actual
gobierno a discutir la estrategia de seguridad. Sus expresiones de disposición no son asunto menor cuando éste ha sido un territorio vedado a la discusión con cualquier sector. Entre los líderes religiosos piensan con moderado optimismo que de la violencia surge un atisbo de esperanza para tratar "conjuntamente" de recuperar la paz.
El país necesita abrir oportunidades a la paz, que permanece como una de las promesas incumplidas de López Obrador. Una rebelión desde los púlpitos es un riesgo que el presidente no puede permitirse sin arriesgar su popularidad y abrir nuevo frente a la violencia para sumar más víctimas.
La iglesia ha decidido no dejar pasar esta coyuntura por creer que la indignación por la violencia les abre una puerta para incidir en el esfuerzo de construir una paz estable y duradera.
Las encuestas indican una creciente reprobación a su política de abrazos, no balazos contra el crimen de varios puntos arriba (67% según El Financiero) sobre su popularidad (57%).
La iglesia también ha moderado sus críticas desde las más ácidas que en las horas de dolor le reclamaron por el asesinato de los jesuitas, pero sin deponer la demanda de revisar la estrategia. Y éste es el punto en que las perspectivas del diálogo son más inciertas. La intolerancia con la crítica y la ausencia de matices para revisar sus resultados hace que el trabajo "conjunto" por la paz sea una tarea muy complicada. El Tribunal Electoral recientemente sancionó a varios ministros de culto por promover el voto contra Morena, incluido el arzobispo primado de México, Carlos Aguiar Retes, lo que también es un obstáculo para el diálogo, a pesar de que la iglesia es heterogénea y hay diversas posturas frente al gobierno. En cualquier caso, el clero parece decidido a no soltar el micrófono y hacerse oír como, en efecto, no se había visto con ningún gobierno anterior.
Arturo Farela Gutiérrez, presidente de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas y Evangélicas que parece gozar de la mayor cercanía con el mandatario federal, ha venido haciendo declaraciones en las que manifiesta su apoyo a la estrategia de "abrazos, no balazos" y se distancia de las críticas de la jerarquía católica, acusándola de incendiar el ambiente social y atiza la lumbre. Farela ha sido invitado de AMLO en Palacio Nacional. Incluso dio a conocer, en junio de 2019, que ha rezado con él en la sede del Ejecutivo. Farela y Confraternice recibieron la encomienda de distribuir la "cartilla moral" que redactó un equipo de asesores de López Obrador, inspirada en el escrito homónimo de Alfonso Reyes.
La jerarquía y comunidad católica comparte hoy el mismo dolor que los grupos delictivos causan en las familias mexicanas. ¿Qué quieren los sacerdotes? Quieren lo que todo ciudadano exige: seguridad, paz, vivir sin miedo sin la angustia que provocan la extorsión, el secuestro o la amenaza. No quieren buscar los cuerpos de sus seres queridos, no quieren huir de sus comunidades ni abandonar sus hogares, porque los grupos criminales se apoderaron de la región. Quieren que se aplique la ley, combata la impunidad y garantice el Estado de derecho. Y no sólo ellos, también nosotros, los ciudadanos laicos.
En otro contexto, como lo he comentado en otras ocasiones en la política existen tres reinos, el de la mente, el de la palabra y el de la realidad.
Tengamos mucho cuidado en no confundir lo que es, lo que decimos que es y lo que queremos que sea. Hacer coincidir estos reinos no es sencillo ni frecuente. Es la difícil y rara resultante de una muy buena mezcla de inteligencia, de madurez, de honestidad y hasta de valentía.
Las mayores confrontaciones políticas no provienen del enfrentamiento de ideologías, de partidos, de credos, y ni siquiera, de intereses, sino de las oposiciones entre la realpolitik y la política- ficción. Estas han provocado Las mayores crisis, revoluciones y guerras que han arrastrado a los seres humanos.
El delirio del derecho divino de los reyes, el surrealismo de la superioridad aria, la alucinación del comunismo o la locura del colonialismo han tenido que enfrentarse a la fantasía de la libertad, al ensueño de la democracia, a la ficción de la república o al frenesí de la justicia. Este es el riesgoso filo de naranja sobre el que hemos caminado. La política- ficción siempre nos lleva a la confrontación, sobre todo cuando se opone a otra sección política. Solo la política real es la que nos lleva al respeto, a la tolerancia, al consenso, a la cooperación y a la convivencia.
La república imaginaria es aquella donde sus gobernantes no se comprometen y donde sus candidatos no se obligan. La que no quiere reconocer sus problemas porque tampoco quiere asumir sus soluciones ni sus precios.
En el México actual, esa evasión psíquica es la que hace que los asuntos importantes carezcan de interés colectivo y que nos refugiamos en el debate de lo intrascendente.
Las discusiones en un Estado imaginario nos distraen y nos desperdician frente a lo esencial y lo existencial. Son como discutir el
menú musical con los violinistas del Titanic. Solo la pérdida de la razón y sensatez aplauden a rabiar a la orquesta del Titanic. |
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