Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil y José Francisco Yunes Zorrilla
El temor es un arma poderosa en política. Los humanos estamos equipados emocionalmente para prevenir situaciones de riesgo. Eso es explotado por los estrategas de campaña para incitar a los electores a apoyar una opción o huir de otra. El temor es una confrontación violenta.
El enojo ha sido el gran vencedor en las elecciones de este siglo, tanto en México como en muchos otros países. La furia fue quien le dio el triunfo a Vicente Fox, Enrique Peña Nieto y AMLO.
Existen siete fenómenos emocionales que inducen al elector. La rabia es tan solo uno de ellos. Los otros han sido el artilugio de la inteligencia, el mando de la jerarquía, la espada de miedo, la ilusión del engaño, el dulce del dinero y la suerte de las circunstancias. Casi todos tienen motores, pero el enfado es autónomo.
Quiero aclarar ante la amabilidad de las lectoras y los electores que, para explicarme en este tema, habitualmente usamos la palabra "encabronamiento". Les ruego que no lo consideren vulgar. Es éste el que vence en los comicios.
Hubo un tiempo en que los mexicanos se enojaron contra el PRI porque querían democracia y que se acabara el partidazo.
Por eso, la reforma política tuvo que redactarse en escritorios priistas. El encabronamiento hizo presidente a Vicente Fox.
Más tarde, los mexicanos Se enojaron por la ineficiencia del PAN, y extrañaron el tiempo del PRI.
Desde luego que entre los panistas había políticos excelentes, pero ya no les creyeron ni les dieron crédito. Ya no gustó su estilo ni su discurso y ni siquiera su presencia.
El encabronamiento hizo presidente a Enrique Peña Nieto.
Después, en el 2018, los mexicanos se enojaron con las raterías de varios de los integrantes del gobierno en turno. Es cierto que no todos eran rateros, así como no todos eran honestos. Pero el enojo, los agarró parejo. Se olvidaron de sus méritos, les quitaron todo y el encabronamiento hizo presidente AMLO.
Así llegamos a los tiempos actuales. Ahora, la cólera es más intensa porque a la rabia de hoy se ha acumulado la furia del pasado. Al actual gobierno se le imputa lo dictatorial del priismo, la inutilidad del panismo y los propios pecados del morenismo. Nunca como en este tiempo, la furia votará y la furia puede ganar.
A todos y todas nos han contado la historia de David y Goliat. Muchas personas sentimos alivio al saber que no siempre gana el más fuerte, sino en muchas ocasiones hay fatalidades, defectos u omisiones que hacen tropezar al gigante.
Entre otras, su soberbia, que le impiden ver el camino y cae, cuán largo es, al suelo.
Dicen que Goliat, gigante de tres metros de altura y con una fuerza, digamos, descomunal, retó a los israelitas a que eligieran a uno de sus soldados, y en una lucha entre ese gigante y el elegido, se decidiría el destino de ambos pueblos. Quién ganará sería coronado rey de unos y otros.
Cuando los israelitas escucharon el reto se aterraron y tardaron más de 40 días en responder.
David pequeño pero de gran valor contó de sus experiencias contra leones y osos y les dijo a quienes le cuestionaban que, si Dios lo había salvado de esos temibles animales, lo salvarían también de ese filisteo llamado Goliat. David recogió cinco guijarros y con su honda, se preparó para la batalla. A Goliat, la soberbia le creció, al ver al diminuto y débil David, creyó que todo era cuestión de trámite y volvió sus ojos hacia la tribuna para pedir aplausos anticipados. Ya sabrán, la porra enardecida creyendo fácil la victoria, aclamaba a su fortachón con toda clase de epítetos. Desde "eres invencible" hasta "nunca hubo alguien como tú".
En esas estaban, cuando (lo pondré textual) "Metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y la tiró con su honda e hirió al filisteo en la frente y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra. Así venció David al filisteo con honda y piedra e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en mano" (Samuel 17: 49-50). Hay quien piensa que es la lucha del débil contra el fuerte para despertar (vanas) esperanzas y no dejar de intentar ganar. Pero hay quien dice que, en realidad, se trata de que quienes han ido venciendo obstáculos, grandes o pequeños, a lo largo de su vida, están preparados para enfrentar un gran reto, en cambio, quiénes lo han tenido más fácil (bailando de puntitas), aunque cuenten con apoyos extraordinarios, fracasan a la hora de la verdad.
Malcolm Gladwell dice "Lo que hace parecer fuerte a Goliat es su mayor debilidad". Es algo que ha sido confirmado por los estudiosos. Y David no es quien pensamos que es. Lo fascinante de la historia es el interés que muchos historiadores israelíes han manifestado por el arma de David". La honda hiere a distancia y la espada requiere el cuerpo a cuerpo. Tecnologías diferentes, apropiadas a circunstancias diferentes o distintas.
En tiempos históricos y recientes así como en la actualidad, vaya que es irrebatible, jamás faltan en la sociedad descendientes y alentadores de los "cándidos tartufos". Se asumían como "portentosos" seres que se consideraban "oráculos" y reclamaban para sí la posesión de la verdad y la encarnación de la virtud.
Admiradores y promotores de conductas maniqueístas, les fascinaba separar al mundo en dos bandos polarizados: los buenos y los malos. A veces por hastío, otras por inconformidad. Pero las más, por ignorancia, nos hacían creer que, en la penumbra de la vida política, todos los gatos son pardos.
Estos seres "casi angélicos", que nos venían a rescatar de la ignominia en la que habíamos vivido, nos hacían caer en cuenta que nos hospedábamos en una posada llamada "La omisa ignorancia".
Nos mostraban que la humanidad se divide en los ungidos, que eran ellos, y los demás, se manifestaban como engendros de la inmoralidad. Se erigían como perdonavidas y tomaban bajo su "cándida custodia" y su convenenciero interés, el precepto de "el que no esté conmigo, está en contra mí".
Todo se volvía "kaikiano" si los demás no llegaban a entender la "visionaria" manera de pensar.
Adquirían el derecho de censurar a todos. Los que no sabían conjugar el verbo de la misma manera, eran personas que "andaban en taparrabos".
Los míticos duendes, que llegaron en su momento, predicando ideas sociales vanguardistas, terminaron revelándose como una manada de lobos con piel de oveja.
En algunos casos, los "blanqueados sepulcros" promulgaban hasta la comunicación angelical. Eran hábiles expositores de alocuciones mesiánicas y vociferaban como si la dogmática voz de Savonarola los poseyera.
Estas mediocres copias de Torquemada estaban continuamente dispuestos a levantar hogueras inquisitoriales, donde iban a terminar los "herejes y simples pecadores", por no concurrir con sus dichos y sus hechos.
Absolutos poseedores de la verdad, si el jefe les pedía aplicar el severo código de su dogma, eran capaces de sacrificar a Juana de Arco. Al pie de un púlpito imaginario, lanzaban tajantes anatemas y fulminaban con sus entredichos, "plenos de sabiduría".
"Nada es más despreciable que basar el respeto en el miedo" diría Albert Camus.
Sentían que, si Luis XIV viviera, acudiría presuroso a pedirle sus "eruditos consejos" con el fin de aplicarlos en su gobierno absolutista. La famosa frase del Rey Sol "El Estado soy yo", se queda corta ante la "iluminada" y pragmática interpretación de la realidad de estos semidioses.
Como en la afamada novela de Dostoievski, Los hermanos Karamázov, los 'serviciales y gallardos" soldados estaban listos a inmolar al propio Jesucristo. Igual que cuando el gran inquisidor condena la falta de ambición de poder terrenal del nazareno, la abierta promoción a libre pensamiento y la tolerancia.
Después de emotivos discursos donde pregonaban que el servicio público era la mayor de todas las vocaciones terminaban menospreciando y abominando a las personas.
Eran los "prodigiosos creadores y detentores del pensamiento único". Y peor aún, con necedades como consigna, los necios menores admiraban aquellas y buscaban proponer otras de "mayor envergadura".
Diría Jesucristo: "Que arroje la primera piedra el que esté libre de pecado" y de errores.
Nadie, absolutamente nadie es capaz de hacerlo. Pero como apuntara en su Tartufo, Jean Baptiste Poquelín-Moliere "La hipocresía es el colmo de todas las maldades".
A nadámosle, como epígolo, otra frase cautivante y demoledora del propio Moliere. "Las personas no están jamás tan cerca de la estupidez como cuando se creen sabias". Debemos aprender a desconfiar de falsos predicadores de la virtud, la verdad y la beatitud. Se convierten en personajes, como Tartufo, que a través de hipócritas colaboraciones y fingidas alianzas, engañan al cándido y muchas veces al no tan ingenuo.
Muy a menudo, nos vemos envueltos en insanos delirios de "tartufismo". Si Moliere despertara seguramente se sorprendería al ver que Tartufo es un imberbe adolescente junto a nuestros "aclamados personajes" de la historia reciente.
Durante estos días, nada termina por ser una casualidad si lo observamos bajo una perspectiva electora. Más allá de canciones insulsas, de videos promocionales que parecen una tarea de estudiantes poco aventajados y la clara falta de preparación en todos los sentidos, de una gran mayoría de quienes aspiran a ocupar
cargos de la administración pública después de las elecciones del 2 de junio, en muchos casos es evidente que solo se trata de personajes que representan lo más absurdo del sistema de partidos. |
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