Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil y José Francisco Yunes Zorrilla
"Muchos gritan y discuten hasta que el otro calla". Creen hablarle convencido. Siempre se equivocan: (Noel Claraso).
Los partidos políticos tienen una guía por el poder que jamás ocultan, se muestran mermados ideológicamente y entre todos, le han propinado una verdadera paliza a la ética. Evidentemente la política es un asunto terrenal, de hombres y no dioses, solo que los desfiguros se multiplican para que tengamos élites onerosas, opacas como decadentes. En la actualidad nuestros partidos políticos navegan en la nada del pensamiento político, un día son aliados de ocasión al filo del más incomprensible pragmatismo, después se cuestionan y parece que su única misión es ganar poder al más típico estilo maquiavélico, como sea, "haiga sido como haiga sido" diría un clásico.
El muy probable resultado electoral de la lucha por el poder no permite vislumbrar la consecuencia política ni determinar cuán posible será restablecer un mínimo de entendimiento para frenar el tránsito de la polarización al desencuentro.
Por lo pronto, esa lucha deja al desnudo y a la intemperie asuntos, pendientes y problemas, así como actores y estilos políticos que revelan un grado de podredumbre peligroso en una atmósfera con olor a pólvora.
Ciertamente, impresiona ver en vivo y a todo color la lucha por el poder, pero no puede ignorarse una cuestión: se está llevando la política a su límite, al punto donde la violencia se asoma y amaga con entrar en su reemplazo. Diciéndose contrarios y distintos, los bandos en pugna se complementan en la labor de zapa de los cimientos de una democracia frágil y defectuosa. Cuidado.
Absurdamente llaman más la atención los sucesos en torno a la campaña electoral que la campaña en sí porque aquellos dejan al descubierto la lucha por el poder sin ropaje ni disfraz.
Esa estampa subraya el ansia por el poder, pero borra el sentido de este.
Las iniciativas de reforma a diversas leyes están en trámite legislativo muestran, otra vez, la incapacidad oficialista de aprender de su propia experiencia.
Las trapacerías procedimentales más de un revés le han supuesto al gobierno y su fracción parlamentaria, así como el mal diseño y cálculo de las reformas han convertido en un boomerang a más de una y, sin embargo, el afán presidencial de dejar un marco jurídico a la talla de su proyecto hace que el lopez obradorismo tropiece con la misma piedra. Alterar la redacción de un dictamen aprobado para someterlo al Pleno en los términos deseados pero no acordados, exhibe la necedad de sacar los proyectos legislativos a como dé lugar, aunque su destino sea el fracaso. Ejemplos de cómo el árbitro electoral se lleva el silbato a la boca sin pitarlo hay muchos.
En la lucha por el poder y el agotamiento de la política, el consejo del INE no pinta ni silva como sería deseable.
El espectáculo de la política comienza a convertirse en lucha libre en el marco de una atmósfera violenta. Cuidado.
En otro contexto el poeta alemán Friedrich Hólderlin apunta que el hombre habita la Tierra prosaicamente, es decir, trabajando, fijándose objetivos prácticos, intentando sobrevivir. También poéticamente, cantando, soñando, gozando, admirando.
Hólderlin alertó de la crisis de la época moderna un tiempo de transición que ha perdido a los dioses y la conciencia de lo sagrado, en el que el hombre se halla en peregrinación hacia la nada o hacia un nuevo renacer. El genial poeta alemán lo llamó "el tiempo de la indigencia".
¿Qué hace de mi vida una vida digna de vivirse?
Lo que equivale a: ¿a qué debo mi dignidad humana? ¿qué hace que mi vida tenga sentido?
Estas preguntas no son preguntas "académicas" sino todo lo contrario. Pertenecen a nuestra realidad y son las preguntas de todo el mundo. No hay forma de escapar de ellas. Sócrates sostiene incluso que nacemos para lidiar con ellas.
Nietzsche expresa, en una sencilla frase, la turbulencia y el vaivén de los tiempos actuales. "El signo más Universal de la Edad Moderna es que el hombre ha perdido la dignidad hasta un punto increíble".
Hemos matado a Dios y el "loco de Nietzsche "comprende la magnitud y el horror de este acontecimiento. Porque según él, a esto solo pueden seguir "200 años de nihilismo". El nihilismo es una corriente filosófica que niega la existencia y el valor de todas las cosas: creencia o moral religiosa, política o social. No existe ser supremo y por lo tanto la vida no tiene sentido.
El filósofo Kierkegaard, padre del existencialismo, hizo la siguiente observación hace más de 150 años.
"Nuestra época recuerda la de la decadencia griega: todo subsiste, pero nadie cree ya en las viejas formas. Han desaparecido los vínculos espirituales que las legitimaban".
De ahí, que no me parece raro, que el nihilismo pueda apoderarse, sin mucha dificultad, de nuestras miserables almas. Solo con una mirada profunda hacia nuestro interior, podemos llegar a cuestionarnos la vacuidad, la nada en la que nos movemos, si al final solo nos espera la muerte. Sin embargo, Sócrates nos recuerda. "Una vida sin examen no merece ser vivida".
Vivimos para hacer preguntas, y las preguntas más importantes son ésas que acabamos de mencionar. El filósofo griego manifiesta que los seres humanos poseemos una naturaleza dual.
Puesto que somos carne y sangre, tenemos una existencia física, terrenal, con instintos, corrientes, pasiones, pero también somos seres espirituales, sabemos sobre la verdad, la justicia, la compasión, la libertad y la bondad. Hasta el propio nihilismo en su
función más introspectiva y trascendente, nos obliga a cuestionarnos profundamente. Negar para afirmar. Y, destruir para crear. El surgimiento de un ave fénix existencial. Una que sintetice y comprenda pensamientos y emociones de un mundo dividido. En lo opuesto, en la negación del ser está la comprensión.
Y éstas son las que, al final, nos proporcionarán la profunda gratitud existencial ante el "absurdo y luminoso juego de la vida".
Me leí de una sentada las ciento diez páginas de En agosto nos vemos. Qué grande es Gabo, que ya se le iba un poco la cabeza, que no es por mucho su mejor novela, que hay cierta incongruencia argumental, venga, que se ceben los críticos, pero yo disfruté tres horas como un niño con chupa chups de fresa. Quien tuvo, retuvo. El maestro García Márquez tiene que considerarse aparte. No se lo pierdan. Los genios no deberían morir. Lo extraño, don Gabriel. Disfrutemos como jardineros, mientras podamos.
En los últimos días he escuchado con harta frecuencia que no hay por quién votar. No sé si es efecto de la polarización y el hartazgo de la política a los que hacía referencia Federico Reyes Heroles en su columna en Excelsior.
La afirmación me sorprende porque no es que haya tantas opciones en la boleta. La decisión no debería ser tan difícil.
Lo que espero es que no se trate de un desánimo que aleje a los ciudadanos de las urnas.
Porque en este proceso los mexicanos no estamos escogiendo entre dos nombres, sino el rumbo que tomará el país en los próximos años y quizá por una generación entera. Me ha tocado participar en siete elecciones presidenciales. Por eso puedo decirle que esperar el candidato ideal es una quimera.
Todas las veces que he ido a las urnas, lo he hecho seguro de tres cosas:
1-) Votar es importante. Es un derecho, un deber y un privilegio.
2-) Votar no es lo único que hace democrático a un país, es un código moral.
3-) Nunca he pensado que un Presidente puede resolver mis problemas más de lo que puedo hacer yo mismo. No ha habido ni creo que vaya a haber alguien con la capacidad de cargar al país sobre los hombros y hacer la tarea que corresponde a la sociedad completa. Quizá haya que recurrir a Octavio Paz o a Jorge Ibargüengoitia para entender por qué esperamos que el Presidente (la Presidenta), cumpla ese papel.
Olvídese de los nombres de la boleta. Olvídese de los partidos, que son simples membretes, cascarones vacíos de contenido. Lo que se juega en esta elección son dos proyectos. Una visión de pasado y otra de futuro. Un México que se ve al ombligo y otro que se abre al mundo. Uno que piensa que hay que recuperar las supuestas glorias de los tiempos idos y otro que apuesta a que las mejores páginas de la historia nacional están por escribirse.
Nos hemos dejado engañar por la falsa idea del regreso de Quetzalcóatl.
Es momento de estadistas: lo que ahora presenciamos no es sino un anticipo de lo que habremos de vivir, ante la ausencia del patriarca cuya herencia se disputará a dentelladas, entre las hienas de las que se validó. El Presidente dejará un vacío que no podrá ser cubierto con un mero bastón de mando, y ni siquiera con un enorme triunfo democrático: nuestro mundo cambiará pronto, y tenemos que entender que el futuro que deseamos se construye cada día. ¿Hacia dónde nos dirigimos?
No hay concierto, sino desconcierto. |
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