Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil
Árbol que crece torcido, jamás su tronco endereza, reza el dicho popular y así fue la crónica anunciada de un proyecto malogrado por la errónea concepción de lanzarse al precipicio sin una línea de vida de protección.
Cuando se le abrían los caminos al oficialismo, se cayó como una torre de naipes el castillo de la simulación que representaba el proyecto de Samuel García. Como se puede calificar lo que hemos vivido y, por supuesto, padecido en el ámbito político de nuestro país. Es muy difícil no traer a cuento aquella información que, como toda la frase popular, resumen nuestra perplejidad y el origen de la risa involuntaria: cuando expresamos que no sabemos si la reacción más lógica sea reír o llorar, nos encontramos ante una disyuntiva que, al final de cuentas, nos ha permitido contemplar una puesta en escena en la que se conjugaron, con cierta ironía el humorismo y la comicidad, el absurdo y el calamitoso sufrimiento. Y, en efecto, al pensar en el mundillo político que nos ha tocado padecer, todo resulta insuficiente.
De no saber qué es real, uno podría pensar que se trata de un guión inspirado en la imaginación de Alessandro Scarlatti u otro compositor de la ópera bufa napolitana.
Y la gran lección de esta candidatura fallida es que las instituciones judiciales fueron el solitario dique que impidió que las cosas se dieran al gusto y antojo del gobernador de Nuevo León. Si como país perdemos ese freno, quedaremos totalmente a merced del poder unipersonal.
Un espléndido Al Pacino al final de esa gran película que fue El abogado del diablo, cuando asiste al derrumbe del personaje que escenifica Keanu Reeves, le dice que "la vanidad, es sin duda mi pecado favorito, el más básico, el narcisismo es la droga más natural". La vanidad ha destruido en apenas unos días a Samuel García, que al momento de escribir estas líneas ha perdido la candidatura presidencial de MC.
Samuel García, como niño berrinchudo quiso comer pinole y chiflar a la vez el resultado ha sido un fiasco y un ridículo. Es populista de una estirpe distinta, es polarizante y simplista: habla de la "vieja política". Vive para y por los likes.
Es dicharachero: se autodenomina "el nuevo", el de las nuevas ideas, nuevas inversiones, y presume que gracias a él existe el "nuevo Nuevo León" hecho, afirma, en tan solo dos años.
Es megalómano: dice que durante los 10 días que estuvo de precampaña "tembló el sistema".
Desafía a las instituciones: en los últimos días evadió mandatos de la Suprema Corte y del Tribunal Electoral. Pobre Nuevo León, tendrá varios años de un gobierno distraído.
Un sistema democrático sólo es fuerte en la medida en que se respeten sus contrapesos, reglas y procedimientos, al margen de los intereses de los gobernantes. La delicada arquitectura de todo régimen constitucional descansa en un equilibrio entre poderes que no se puede alterar impunemente.
En otro contexto los caminos de la vida nos suelen conducir por dos tipos de viaje. Tal vez tres.
Aunque el tercero no sé si cuente como tal, porque es el de la mediocridad. Y ese, si llega a zarpar nunca llega a ningún destino.
De los otros dos, uno está lleno de peligros, desesperación y muerte. El otro, de aventuras y asombros. ¿Por cuál nos conduce el destino? Depende de circunstancias. Pero también de actitud.
Esos caminos chocan. El mundo puede ser cruel e indiferente. No le importa si mueres. Me he dicho que cuando conozca a Dios, le preguntaré por la insensata indiferencia que existe en esta tierra ¿para qué crear un mundo con tantas maravillas, si la gente se enfrenta a problemas que le causan mucha tristeza, ansiedad y dolor y luego llenarlo de monstruos? ¿Para qué nos sirve tener un planeta inmensamente rico, que genera vidas miserables?
Hemos pasado de una tierra "sin consecuencias" a una tierra "sin piedad". La tecnología y el progreso tienen una cara oscura. Nos han debilitado como especie. La naturaleza es y ha sido nuestra maestra, proveedora y hogar. Con los grandes avances científicos y tecnológicos hemos pasado a utilizar a la naturaleza como un instrumento más.
Girando alrededor de este mundo "moderno" se nos permite corregir muchas cosas, sin tanto problema. Te equivocas al escribir un texto, y lo corriges inmediatamente. Si hay fallas, se arreglan en ese "metaverso", sin consecuencia alguna.
En la naturaleza no puede haber errores. Porque a ella no le importa. A un río le es indiferente si sabes nadar, a una serpiente no le importa cuánto amas a tus hijos, al lobo no le importan tus sueños.
Cabe aquí citar una reflexión de Albert Einstein: "Un ser humano es parte del todo que llamamos universo, una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Está convencido de que él mismo, sus pensamientos y sus sentimientos, son algo independiente de los demás, una especie de ilusión óptica de su conciencia. Esa
ilusión es una cárcel para nosotros, limita a nuestros deseos personales y a sentir afecto por los pocos que tenemos más cerca. Nuestra tarea tiene que ser liberarnos de esa cárcel, ampliando nuestro círculo de compasión, para abarcar a todos los seres vivos y a toda la naturaleza.
Observo al planeta y me doy cuenta de que mi alma es un libro aún no terminado. Si veo hacia adentro puedo comprender que la mayor batalla es conmigo. Y que una vez que me haya vencido a mí mismo, mi guerra habrá terminado.
Tengo que hacer uso del "ocultamiento" y ser paciente. Comprender que hay un tiempo para todo. Es la única forma en que una semilla crece y florece, lejos de la influencia de nuestro "satán", nuestro propio ego.
La paciencia es una de las mejores armas contra "el diablito que llevamos dentro", quien nos hace pensar que todo debe de hacerse a la voz de ya. "Es ahora o nunca", exclama. Porque se aburre pronto. Mientras tanto, observo y siento como la muerte produce tanto dolor. Me cuestiono la medito y la entiendo como un ciclo de la propia vida.
Su consecuencia ineludible.
Al mismo tiempo, no entiendo para qué sirve. ¿Qué propósito tiene? Los miedos, éxitos, deseos, fracasos, decepciones, traiciones, enojos, amor, los puedo entender. Nos ayudan a crecer.
Pero la muerte nos hace pedazos. Nos abre un hueco que nunca se volverá a llenar. La herida jamás desaparece, cicatriza.
Hoy, lloro por gente que he perdido. Mañana alguien me llorará, seguramente. Me queda la esperanza de que una parte de esas personas a las que he amado, vive dentro de mí. Y que algún día nos volveremos a reunir.
En la desnudez de la vida, no hay lugar dónde atar el amor a juramentos y ceremonias. Ahí afuera, el amor arde como la fiebre. Cuando el diablo llega a arrancarte ese amor, no hay funerales ni discursos sombríos que te distraigan o te conforten. Solo entumecen el corazón y entorpecen los sentidos.
Ahí, ante esa desnudez, enfrentas al dolor. Mientras él entra en ti y penetra cada célula de tu cuerpo, no te queda otra cosa más que permitirlo. Cuando lo haces, el diablo se aburre. Busca otra alma que robar. "La sabiduría está con los modestos". Y es, entonces, cuando uno puede volver a vivir.
Finalmente quizá, no hay tragedia más dolorosa que la de tener un familiar desaparecido.
Cuando no borra, hunde en la niebla de la incertidumbre a aquella o aquel que se echa de menos, como también a quienes buscan dar con su paradero, cualquiera que este sea. Desgarra el alma, la vida y el corazón de más de uno.
El rumor de los desaparecidos es un himno a la barbarie y un sordo, pero brutal reclamo a la incapacidad o la indolencia de la autoridad para dar con ellos o responder por ellos en cumplimiento de un derecho fundamental, por no decir vital.
Los desaparecidos o, peor aún los ejecutados son una pesadilla para todo jefe de Estado, pero en el encaramiento de esa desgracia es donde se revela la ética de la responsabilidad, el humanismo del estadista.
No es un asunto de cifras, sino de vidas sin noticia. Es preciso abordar esa terrible realidad, ante la cual buena parte de la sociedad se muestra indolente e inconmovible. Recontar o quizá, borrar a los desaparecidos no resuelve la tragedia. Ojalá el giro a punto de darse en el compromiso adquirido no exprese desvío, fatiga o fastidio en la idea de no borrar de la memoria a quienes un día, de pronto, desaparecieron |
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