Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil y Rocío Nalhe García
Las instituciones deben prevalecer porque son parte de la evolución de nuestra democracia, pero tienen que mejorarse poniendo de forma permanente, al centro de su vida y labor, a las personas y a los derechos humanos, haciendo abierto su trabajo y acercando a la gente sus beneficios.
Bienvenida está nueva realidad política, sus actores sus principios, sus visiones, y hagamos urgente y permanente su convicción democrática y respeto por los derechos humanos.
La designación de Norma Rocío Nalhe García del alcalde Ricardo Ahued Bardahuil, como secretario de gobierno, fortalece su propio proyecto político y de trabajo, lo anterior con el propósito de proteger los intereses de los veracruzanos. Ahí tiene la justificación la próxima mandataria estatal, es hora de actuar, de imponer a su equipo de sus confianzas, institucional y lealtad. Ahora lo que sigue es hacer una buena chamba para construir en adelante. Todas las posiciones del gabinete son políticas, pero algunas requieren una dosis mayor de conocimientos técnicos y otras de experiencia política.
Es bien sabido que Ricardo Ahued es un operador muy eficaz que se convertirá en un brazo derecho de Rocío Nalhe para la operación política.
Ojalá, al final, embonen las piezas, pero sobre todo que estén completas y permanezcan al rompecabezas en juego.
Todos podemos ser forjadores de sueños y creadores de realidades. Imagina en donde estarás y así será. Película gladiador.
La arquitectura es una de las profesiones que mayor admiración me genera. La historia de la arquitectura está ligada irremediablemente a la historia de la humanidad. Es significativo y notable de esta profesión, que sus obras pueden llegar a trascender a los autores y al paso de los años.
El gran sabio chino Lao-Tse expresó: “La arquitectura no son cuatro paredes y un tejado, sino el espacio y el espíritu que se genera dentro”.
Plasmar un sueño en realidad, materializar un deseo, comprender una aspiración, asimilar las emociones, es definitivamente un procedimiento profundo. Emotivo y racional a l vez.
Es un proceso que se basa en la ciencia, tanto como la intuición, afirmaría el arquitecto danés Jan Utzon, actor del proyecto de la opera de Sídney.
La prospectiva y la planeación son herramientas metodológicas y promotoras de la creatividad que invitan a la construcción de ese futuro partiendo de la base de que nada está decidido y todo está por crearse.
Steve Jobs, cofundador de Apple, lo expreso maravillosamente cuando dijo: “Muchas veces la gente no sabe lo que quiere hasta que lo enseñas”.
Merecemos lo que soñamos. Y solamente aquellos que se atreven a soñar, pueden volverse sus sueños realidad. Sin sueños viviríamos la futilidad de una existencia sin sentido, rodeados por un estéril vacío.
¿Cuál es mi punto en todo esto? ¿En dónde podemos encontrarle sentido a la analogía del desarrollo y construcción de un proyecto arquitectónico, con la visión de construir un proyecto de nación, de estado, de municipio?
La metodología o el procedimiento para construir la idea, la visón o el sueño de un país, debería de pasar por una evolución muy similar.
Es un ejercicio intelectual, amplio y dedicado. También brutal. Soñar el país que se quiere implica, sobre todo, tener la capacidad de escuchar. Y por supuesto tener la claridad de mente y de espíritu de establecer como objetivo supremo, la finalidad del sueño.
Unidos en el objetivo, respetando la diversidad de opiniones debería volverse la perspectiva fundamental para definir y lograr la nueva visión del estado.
En otro contexto ya se han escrito numerosas páginas en las que, desde muy diversas perspectivas, la indiferencia se constituye como una de las condiciones humanas que orbita nuestra cotidianidad, el día con día en el que se revela el mundo y las ideas de quienes caminan junto a nosotros y nosotras en la misma calle, con quienes compartimos el transporte público y las mesas de aquellos lugares en los que se escuchan los rumores de sus propias vidas.
Tampoco es nada extraño encontrarnos, con cierta frecuencia, con personas, en sus textos, entrevistas y conversaciones que surgen mientras el café de lo habitual perfuma las horas que expresan su perplejidad, quizá preocupación, acerca de aquello que observan a su alrededor. Así, la incertidumbre comienza a aparecer entre las palabras, las miradas, cuando se habla de las problemáticas que determinan el presente y el de venir de nuestro país en especial, cuando los temas versan acerca de la violencia y sus múltiples rostros, aquello que en cierto modo parece tan lejano.
Al buscar la palabra indiferencia en el diccionario de ideas afines, se pueden hallar términos que, de inmediato, sobrecogen y causan un cierto desasosiego, apatía, indolencia, desinterés, abulia, displicencia, desidia. Quizás hablar y hacer énfasis en lo que sucede en nuestro país cuando se trata de la violencia, puede provocar alguna de estas reacciones en muchas y muchos de nosotros. Y en ese punto resulta más cómodo mirar hacia el otro lado que, quizá, sea menos doloroso o simplemente no se constituya como un enfrentamiento con la ideología triunfalista que permea en ciertos ambientes.
Es casi imposible, cuando se habla de la indiferencia, no recordar a Meursault, protagonista de la novela El Extranjero de Albert Camus en el dicho personaje no deja de asaltar nuestra lectura con sus reacciones en cada página. Sí, es la incomodidad que provoca la indiferencia. “pensé a menudo entonces que si me hubiesen hecho vivir en el tronco de un árbol seco sin otra ocupación que la de mirar la flor del cielo sobre la cabeza, me habría acostumbrado poco a poco.
Hubiese esperado el paso de los pájaros y el encuentro de las nubes como esperaba aquí las curiosas corbatas de mi abogado y como, en otro mundo, esperaba pacientemente el sábado para estrechar el cuerpo de Mamá. Después de todo, pensándolo bien, no estaba en un árbol seco. Había otros más desgraciados que yo. Por otra parte, mi madre tenía la idea, y la repetía a menudo, de que uno no acaba de acostumbrarse a todo”.
En otro contexto en los viejos tiempos, cuando era muy grande el milagro solicitado, también era muy grande el pago prometido. Del tamaño del don requerido tenía que ser el tamaño de la dádiva ofrecida. Según el favor, es la moneda. Según el voto, es el exvoto.
En México arraigo esa creencia sinalagmática. Hasta hay un famoso barrio capitalino con los nombres de los que pagaron con templos, montepíos, hospicios, nosocomios, escuelas, manicomios, guarderías, asilos y reclusorios.
Quizá por esto los abuelos recomendaban tener mucho cuidado con lo que se recibe. Un suculento salario o un ostentoso regalo o una apetitosa propina pueden significar valoración, generosidad o gratitud. Pero también pueden anunciar interés, anticipo o mercadeo.
Así también sucede en la alta política. Una generosidad presupuestaria puede comprometer a una importante dependencia. Es bien sabido que cuesta más una “gorra” que un sombrero galoneado.
Es por eso, volviendo a nuestro título refrán, que cuando alguien pone mucha limosna es que trae un gran pecado que limpiar o un gran milagro que lograr. Toda nuestra clase política de todos los partidos y de todos los sexenios se han enseñado en que sigamos en esa condición infantil. Han tenido éxito y, por eso, la
democracia mexicana ha fracasado. Jesús Reyes Heroles alertaba sobre lo que llamó el desarrollo político o maduración de gobernantes o gobernados. Para el milagro no nos falló ni el rezo ni la manda, sino que tan solo nos falló el santo.
Aprender a vivir sin amos (Kant) no es fácil. Como dice Almudena Grandes: “ cuando la historia universal se cruza con amores ( u odios) apasionados, pueden suceder cosas impensables”. |
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