Francisco Cabral Bravo
Vivimos tiempos de sequía. Hay que cuidar recursos y sacarle provecho a las energías con que contamos. Llamar a la austeridad y purgar con severidad a todas las corrupciones que lastran, no significa nulificar instrumentos ni agredir el infinito potencial social y espiritual que hace fuerte a una nación. La administración pública tiene sus bemoles y nada hay peor que entregarla a gente inexperta que alienta en lugar de evitar desatinos presidenciales.
¿Hacia dónde nos dirigimos? La pregunta no es trivial ni, mucho menos, retórica.
Nunca en la historia del México reciente, había tenido tanto poder un gobernante como el que hoy acumula el presidente en funciones: nunca, tampoco, había sido tan ambiguo ningún gobernante sobre las razones para concentrarlo.
¿Para qué tanto poder? ¿Cómo piensa utilizarlo? AMLO parece estar más metido en la construcción de su propio legado, y en la resolución de los problemas de Estado que él mismo ha provocado, que en el ejercicio del poder para realizar las funciones de gobierno para los que fue electo.
El presidente no se ha dedicado a gobernar, sino a elaborar su propia leyenda, la figura mítica con la que pretende acceder a los libros de historia, y las monografías escolares, tal y como los próceres con los que se compara a la menor provocación, la realidad es irrebatible, decíamos y, a pesar de que los resultados de su administración rebasan lo catastrófico, el mandatario goza de una popularidad inaudita, incluso a niveles internacionales.
¿Qué hacer con tanto poder y con tanta popularidad? ¿Qué hacer con tanto? ¿Disfrutarlo por unos años, ejercerlo, en buena lid, y esperar que los proyectos estratégicos tengan el éxito anunciado? ¿Para qué? ¿Para entregarlo, después, a alguien más?
¿A quién entregar tanto poder? ¿A un delfín, de su círculo más íntimo, capaz de proseguir con su obra y, en su momento, designar a alguien capaz de continuar con el legado? ¿Y si no resulta? El plan es demasiado frágil, y las acciones del mandatario no parecen dirigirse en ese sentido: el Presidente no está formando una dinastía.
Como tampoco parecen encaminarse a entregar todo el poder a quienquiera que fuere el candidato del partido que lo llevó al poder: eso implicaría un proyecto institucional, para el que sería necesario fortalece, desde ahora, las estructuras partidistas, así como establecer los candados para que la ideología del líder no se diluya en su ausencia. Muy al contrario: los jalones al interior del partido en el poder, y la indiferencia del mandatario sobre dichas pugnas, son un indicador más de que
el partido y su membresía, no fueron sino un vehículo para llegar al poder. ¿Cómo pasar a la historia y ser un prócer? El presidente sigue construyendo discretamente, lo que pretende que sea su legado, y mueve sus fichas mientras enciende, mañana a mañana, los juegos que distraen la atención pública sobre sus verdaderas intenciones. Sobre su verdadero legado.
Un legado en el que sus colaboradores no tienen cabida, más allá del apoyo, a ciegas, que pudieran brindarle. Perdidos en sus cortas miras, quienes le hacen el caldo gordo no ven más allá de sus ambiciones temporales, pensando que en algún momento llegará su turno, como era antes y tendrán acceso al, tanto poder que le regalaron, sin preguntarse para qué lo quería. Un poder suficiente para dictar la agenda pública, en cada mañanera; un poder suficiente para aplastar a los opositores, con el respaldo de las consultas a mano alzada. Un poder suficiente para eliminar los contrapesos, un poder suficiente para equivocarse y después reírse de quienes señalan sus fallos. Un poder suficiente para inflamar a la gente en las calles, y llamar a la violencia en contra de ciertos grupos: un poder suficiente para, después de las elecciones intermedias, y la consulta de revocación de mandato, convocar a un Congreso Constituyente a modo, donde podría caber cualquier disparate del calibre de los que ya vivimos. Y ahí así, agárrense.
Por lo pronto, el Papa Francisco no podrá salvarnos tras el reclamo de AMLO para exigir una disculpa a la Iglesia católica por la conquista de México, por la brutalidad que se permitió contra pueblos originarios, a lo mejor salimos de sus plegarias, o tal vez no, y se compadezca del pueblo que sufre y sólo rece por nosotros, para soportar nuestra cruz.
La comparecencia ante la comisión de salud de Hugo López-Gatell en el senado se suspendió. En su presentación llamó a la unidad nacional y a tomar decisiones científicas y no de coyunturas de momento. Dijo que ha cumplido con la contención en el país, al evitar la saturación de red hospitalaria. Así le fue. Alejandra Reynoso aseguró que hay un exceso de mortalidad no registrado. Verónica Delgadillo acusó que hubo manejo criminal de la pandemia. Desde cartelones que lo tachaban de inepto, soberbio, mentiroso, hasta amenazas de denuncias penales y de falsear reportes al gusto de AMLO. Lilly Téllez le dio la puntilla con una intervención crítica en tribuna.
Los exsecretarios de Salud le enviaron una carta con 14 puntos para tratar de ayudar a frenar la pandemia. Desde pruebas, rastreos y una serie de medidas que no son complicadas para instrumentar.
Les devolvió la misiva. Él todo lo sabe. No necesita ayuda, sólo fieles seguidores. Fuentes cercanas señalaron a algunos medios que confía en sus ayudas sociales, que ni los “ninis”, ni los ancianos, ni los grupos beneficiarios harán caso de ataques y que vencerá en 2021 y en 2024. Que también superará la ratificación del mandato 2022. En fin, no considera que otros partidos también tuvieron programas sociales y clientelas y perdieron las elecciones.
La nueva cantaleta del subsecretario Hugo López-Gatell es descalificar a los políticos que le critican llamándolos “minoritarios”.
Es curioso: ¿alguien recuerda las hazañas proselitistas del hoy vocero de la pandemia en las tres campañas electorales de AMLO? Minoría, dice quién fue funcionario con Felipe Calderón, con Enrique Peña Nieto, aramos, dijo el mosquito.
¿Será que la pandemia ha desnudado las incapacidades del gobierno y del médico encargado de la misma?
Porque, fiel al estilo de esta administración, López-Gatell prefiere la descalificación al diálogo. Llegó a decir que quienes lo increparon padecían disonancia cognitiva y redujo todo cuestionamiento de los “grupos minoritarios” a un intento de estos por lucrar con el dolor de las víctimas de la pandemia.
López-Gatell está en el gobierno y, según hemos de suponer que no le costó nadar de muertito con la mayoría calderonista o peñista.
Pero esto de desdeñar a las minorías no fue la única lección gatelliana que nos deja la semana.
López-Gatell se escuda en obviedades y todo lo anterior, cuando lo importante queda de lado: a 86 mil familias en duelo les importa un rábano quién es mayoría o minoría.
Y cambiando de tema: Aquellos que alentaron la participación de Porfirio Muñoz Ledo en la contienda por la presidencia de Morena, cargarán en su conciencia dos cosas: el acelerado deterioro de su salud que puede ser de consecuencias irreversibles, y el mayor desprestigio de una persona que, luego de méritos incuestionables en su carrera política, va en declive merced al egocentrismo que suele acompañar a uno de los fundadores del PRD.
Las medallas que se ha ganado Muñoz Ledo en las batallas políticas que ha librado se las ha ganado en buena lid, sin embargo, al pasar a las filas de Morena entró en un conflicto existencial, ya que la disciplina en este partido obliga a ser un incondicional y ello definitivamente choca con sus principios.
Efectivamente, se trata de lealtades y filias y Porfirio no cuenta con ellas.
Muñoz Ledo, como viejo lobo de mar, dirigió todas sus baterías contra el canciller Marcelo Ebrard rumbo a la sucesión presidencial, pero el golpeteo fue infructuoso.
Cuál será la mejor salida para Muñoz Ledo de este embrollo en el que lo metieron los radicales o duros del partido.
Sumarse al equipo de Mario Delgado y, si no, hacer mutis y retirarse a la soledad de su estudio para seguir escribiendo sus memorias.
Lástima por Muñoz Ledo que se creyó el cuento chino de tener posibilidades de comandar el barco de los morenistas, sin considerar que no es un tema de la democracia interna de Morena o de las encuestas.
Bien por las exigencias por reclamar piso parejo, pero el exlíder del PRI omite, aunque claro que lo sabe, que los dados están cargados. |
|