Nuestro país ha cambiado tan rápido que no hay que esperar el 2021 para empezar a vivir los tiempos electorales.
Nos aproximamos velozmente a la escenificación de una nueva farsa, la farsa de la reelección legislativa.
El propósito de la reelección me parece noble; su ejecución, una burla a la ciudadanía. La reelección de senadores (por dos periodos) y la de diputados (hasta cuatro periodos) tenía como fin romper con el control que los líderes de las bancadas y los dirigentes de los partidos ejercían sobre los legisladores. Los legisladores sabían que su futuro político, una vez terminando el periodo para el que fueron, dependía de la lealtad que hubieran mostrado con sus dirigencias. De este modo el servilismo y la fidelidad de los legisladores estaban garantizados.
La reelección legislativa pretendía modificar esa relación de supeditación. La permanencia de senadores y diputados en el Congreso dependería del juicio de sus electores. Si los ciudadanos de un determinado distrito consideraban que su diputado no había representado sus intereses en la Cámara, le negarían la reelección.
En nuestro país nadie conoce ni siquiera el nombre de los diputados que “los representan”.
No hay forma de presionarlos para que voten a favor de los intereses de la comunidad que los llevó a la cámara. Sienten, con toda razón práctica, que su verdadero jefe es el líder de su bancada y no los ciudadanos que cometieron la ingenuidad de cruzar la boletan con su nombre el día de las elecciones.
Todo esto cambiaría con la reelección. El legislador, interesado en permanecer en su puesto por varios periodos, estaría muy cerca de sus electores para conocer su opinión sobre los muy variados temas que se discuten en el Congreso y votar en el sentido que determinará la mayoría de los ciudadanos de su distrito.
Con la malicia que los caracteriza, los legisladores mexicanos encontraron el modo de darle la vuelta a la nueva ley (se votó en 2014, pero será en las elecciones de 2021 que se ponga por primera vez en práctica). En los hechos los legisladores dieron la espalda a quien los votó y continuaron con la viciosa práctica del servilismo a favor de la dirigencia de su partido o del presidente.
Hemos sido testigos del vergonzoso regreso de los diputados levantadedos, de que en forma magistral retrató Abel Quezada.
Los votantes quedamos ahora en el peor de los mundos posibles.
Se ha puesto muy poca atención al lío partidista que se armará cuando comience el palomeo de los candidatos al nuevo periodo legislativo. Los actuales no querrán dejar su cargo y los nuevos aspirantes tratarán de empujarlos para ocupar su lugar. Se formará en los hechos un auténtico tapón legislativo que impediría la rotación de puestos que era una de las bases de la estabilidad del sistema de partidos.
En los próximos meses veremos aparecer en nuestros distritos a los ausentes. Nunca aparecieron pero ahora nos rogarán una nueva oportunidad.
Tenemos que encontrar la forma de evitar que la reelección se convierta en una nueva farsa.
Como apunté en una columna previa, el presidente de la República puede ser un factor de estabilidad o uno de riesgo para la elección 2021 López Obrador puede ser un Zedillo Ponce de León que de forma discreta y responsable facilitó la celebración de las elecciones competidas en 2006. Está a tiempo de definir su rol como jefe del Estado mexicano. Igual que Vicente Fox cuando era presidente de México, López Obrador defiende su derecho a expresar sus puntos de vista políticos, aún y cuando interfiera con el proceso electoral en marcha. Una y otra vez ataca a los partidos de oposición. Dijo que es bueno que los partidos hayan decidido “quitarse las máscaras” porque “se termina con la simulación y con la hipocresía”, esto al referirse a la coalición que se ha gestado entre el PRI, PAN Y PRD.
En Baja California, criticó la coalición del PRI y el PAN exclamó, “están desesperados los conservadores, quieren frenar, detener la transformación. No van a poder”.
Luego sentenció en una actitud de abierto proselitismo: ganará MORENA. Por esta y otras declaraciones en los últimos meses, la Comisión de Quejas del INE acordó hace pocos días ordenar “al presidente de la República se abstenga de realizar o emitir expresiones y declaraciones de índole electoral, así como de utilizar los espacios de comunicación oficial y aprovechar las funciones inherentes a su cargo para esos mismos efectos”.
AMLO dijo que no era equitativo callarlo porque sus adversarios lo atacan y se tiene que defender y aseveró que estas ataduras le quitan su libertad de expresión. Lo mismo dijo Fox en 2006 cuando el entonces IFE emitió un acuerdo de neutralidad. “En una democracia no se vale callar a nadie”, decía Fox y se quejaba constantemente.
Pero fue justamente AMLO quien en 2006 se quejó de que el entonces presidente Fox interfería indebidamente en el proceso electoral al expresar sus opiniones políticas y le exigió silencio.
Además de atentar contra la constitución, AMLO es incongruente porque las restricciones que hoy tenemos son en buena parte fruto de sus quejas del pasado, cuando no era presidente de la República.
Si López Obrador persiste en la ruta de defender su libertad de expresión a costa del principio de equidad que marca la Constitución, será el mayor riesgo de la elección de 2021.
Cambiando de tema, AMLO dio a conocer un documento del cual el Estado va a reproducir 8 millones de copias cuyo contenido es una Guía Ética para la transformación del país. Es un documento en el cual el Estado trata de regir los valores que debe seguir la sociedad. Los criminales y corruptos pueden redimirse, la competitividad, la rentabilidad, la productividad y el éxito personal se oponen a los valores de la fraternidad y los intereses colectivos. La economía debe satisfacer las necesidades de la gente y la riqueza está mal distribuida. Habla de una familia que comparta deberes domésticos y se trate con respeto. Afirma que el pueblo manda y puede quitar a sus gobernantes. Las leyes y la justicia son el medio contra la violencia.
Defender la verdad y atenuar las desventajas es la causa del Primero los Pobres, dice quien perdona se deshace del rencor, hay que ser agradecido, no sufrir, ser amoroso, el Estado es garante de tu libertad, el laicismo garantiza el respeto a lo diverso y no pierde tu dignidad. En resumen, una colección de buenos consejos que AMLO no sigue.
Ha vulnerado la libertad de expresión, amedrentado periodistas, a liberado a Ovidio Guzmán, supongo estarán redimidos. La riqueza no está sólo mal repartida, sino que la pobreza aumenta en 12 millones de personas. La economía ya no se rige por leyes de mercado, productividad, competitividad, sino por un principio de fraternidad. Pero aplica a la ayuda a micro y medianas empresas en el COVID, no hay nada, sus 10 mil pesos ni siquiera tuvieron demanda. El laicismo no se respeta, la moral del Estado es el cumplimiento de la ley, no las visiones moralinas.
Dice el pueblo quita, pero si Frena se lo pide, los sataniza, los amenaza, los envía provocadores, les impide manifestarse. Él no perdona, sigue ahí el rencor contra el pasado, contra Calderón, contra los ex-presidentes, contra los fifi, contra activistas de derechos humano. Dónde quedó su ser amoroso si no tiene la misma simpatía por los enfermos de cáncer, ni de COVID-19, ni una visita a médicos ni enfermeras, a sus paisanos los ve desde el aire y baja para decirles todo estará bien.
Pero el grupo que más invisibiliza es al de las mujeres. Criminaliza a las feministas, las critica por pintas y no reconoce sus razones. Clausura estancias infantiles, reduce los refugios, dice que los feminicidios no existen y ya van más de 3800 este año.
Estamos ante una emergencia nacional en la cual las mujeres son asesinadas, violentadas, maltratadas, explotadas, minusválidas, con mayor impunidad. Su Guía Ética no menciona las agresiones a las mujeres, y lo que no se nombra no existe. Hoy las mujeres quieren se respeten sus Derechos Humanos, su dignidad. No
quieren asistencialismo, quiere igualdad sustantiva, no falsas redenciones. Muy simple: vivir sin miedo. |
|