Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil
Mientras ustedes leen este texto, gentiles lectores, hay para mí varias lecciones. ¿Nos hemos encontrado con viejas fotografías en donde identificamos a quienes urdieron las nuevas tramas de su futuro? Es posible que sí. En ocasiones, en medio del fragor y la batalla que implica cada día las redes sociales nos encontramos con imágenes de quienes, como parte de una decisión que posiblemente revolucionó la vida de decenas de corazones, compartieron uno de los artificios más sofisticados que hemos logrado preservar a lo largo de los siglos. Porque, en sí mismo, el libro se ha constituido como símbolo de las pequeñas victorias frente al tiempo y el olvido gracias al latido que permanece en cada palabra termina por imponer su propia respiración. Hay quienes no creen en que la fortuna o el azar sean los responsables de mover los hilos de esa trama sobre la que jugamos las y los malabaristas, pero quizá esa antigua fotografía en la que aparecen mulas o caballos, tal vez automóviles que inexplicablemente continuaban trazando el mapa de lo inimaginable, eran los vehículos que terminaban por transportar pequeñas cantidades de libros a lugares recónditos en la geografía gracias al coraje y tozudez de quienes sabían que un libro podía hacer la puerta en la que se hallaban las gemas escondidas en lo más recóndito del espíritu o los ecos de un mundo que dejaba de envejecer ante las nuevas miradas y suspiros de quienes escuchaban las hazañas de Aquiles ante su propia sombra, los lamentos de un viejo que al llamarse El Caballo de la triste figura creó un reino para el desbordado andar de los melancólicos; las canciones, poemas e historias de aquellas mujeres que no se dieron a la devoradora realidad que les imponían un silencio que, a fin de cuentas, solo enmarcó cada una de las páginas con las que hoy se levantan miles de orgullosas miradas.
Sí, basta con que la fortuna coloque frente a nosotros esas viejas fotografías para comprender que, pese a las dificultades y lo agreste de los caminos, se transportaban libros, sí, pero, al mismo tiempo, se fraguaba la esperanza en el fuego de las y los nuevos lectores. Así, una leve sonrisa comienza a revolotear entre los anaqueles de nuestro espíritu.
No es regla que las grandes hazañas únicamente se puedan hallar en medio de los conflictos armados o en donde la desgracia ocupa el lugar principal en las mesas. En esas fotografías que quizá ha decolorado el olvido se cifran las nuevas epopeyas de quienes compartieron una pasión y, de esta manera, lograron preservar ese fuego que iluminaba las páginas y rostros de los que leían en voz alta, de quienes narraban esa historia que iba cambiando el tamaño de los ojos ante la sorpresa y el miedo. Es posible que más de una o uno se mostrara incrédulo ante esos carros tirados por los alados caballos de la esperanza, sin embargo, hoy sabemos que esas ilusiones han adquirido nuevos rostros y permanecen en quienes apuestan por esos objetos que son la llave de la memoria, la clave para descifrar el presente y los trazos imaginarios del futuro, los libros.
Quizá quienes protagonizaron esas odiseas hoy sonreirían ante las posibilidades que se configuran en las llamadas ferias del libro.
Así, cada una de estas actividades son la puesta en escena de un libreto escrito por las ilusiones y las expectativas. Son espacios en los que las palabras, los libros y sus lectores y lectoras se constituyen en los protagonistas de una historia que puede llegar hasta donde la imaginación linda con lo imposible. Por ello, no es extraño que en cada una de las ferias del libro se puedan hallar esos anteojos que nos permitan comprender nuestra realidad y sus galimatías: se convierten, en sí mismas, en actos políticos que dignifican el encuentro, el diálogo y reivindican la justicia.
Foros y pasillos en los que se impone la pluralidad y la diferencia, pero se conserva la oportunidad de encontrarse en una página compartida.
Sin embargo, hay algo que no puede olvidarse y que no solo se encuentra en los pasillos de estas grandes actividades: los rostros de la esperanza se encuentran en quienes aparecen en aquellas viejas fotografías y entre quienes comparten la dimensión social de la literatura. ¡A leer!
Que la Feria Internacional del libro se acerque a las cuatro décadas, que sea referencia a escala global, que secciones y suplementos culturales de Iberoamérica la cubran a detalle, que congregue a centenas de editores, a miles de escritores y comentaristas, todo organizado por una universidad pública, la de Guadalajara, debe ser motivo de celebración y orgullo. Además, que el gobierno de Jalisco haya dejado atrás rencillas hacia la universidad que nada justificaba el desprecio a la fiesta de la lectura y la letra impresa es, este año, una buena noticia.
Pero la FIL es solo un oasis en medio de una árida crisis de la industria editorial mexicana, que se debe a la añeja insuficiencia de lectores y que se ve agravada por recientes decisiones del gobierno en contra de las poco más de 220 editoriales que subsisten en el país.
México tiene escasos lectores y el número mengua.
El INEGI publica cada año los resultados de la encuesta Módulo sobre lectura. El panorama es desolador porque empeora: en 2023 el porcentaje de las personas alfabetas de más de 18 años que lee es 68.5%, 12.3 puntos porcentuales menos que en 2016.
Ningún tipo de material de lectura es mayoritario. Son minorías las que leen libros (40.8%) acuden a internet, (37.7%) consultan revistas, (23.6%) periódicos, (18.5%) ojean historietas, (6.1%)
Los datos revelan que hay más mujeres no lectoras (34.3%) que hombres (28.3%), y que el hábito de la lectura decrece con la edad: mientras entre los 18 y los 34 años el 80% lee algo, entre los de 65
y más años el porcentaje cae a 60%. Como es obvio, los más jóvenes leen con más frecuencia foros en internet (63%) que los mayores (10.6%).
Son pocos los lectores de libros y, para mal, leen cada vez menos ejemplares: mientras en 2016 se leían 3.8 libros en promedio al año, en 2023 sólo 3.4. El 45% lee por entretenimiento, 27% por trabajo o estudio, 19% por cultura general y 9% por religión.
A pesar de las dificultades económicas, no parece que el costo de los materiales impresos sea el principal obstáculo para leer: 62% de los lectores accede a libros gratuitos y 71% a revistas sin costo. En los primeros tres años del sexenio la producción editorial del país encogió un tercio. Como ocurre en los países, la industria editorial depende en buena medida de los libros para uso escolar.
"Las palabras, las ideas son lo que nos permite a los seres humanos trascender nuestras diferencias y cultivar lo mejor de nuestro espíritu: pensar y pensamos, crear y recrearnos". Eso es lo que importa son los libros, Raúl Padilla fundador de la FIL.
La FIL de Guadalajara se ha posicionado como la celebración del libro hispano más grande del mundo, un espacio para la circulación y el intercambio plural de ideas, y un foro abierto para la divulgación de los derechos y las libertades que sustentan nuestra democracia.
En otro contexto expertos analistas hablan acerca de que no es momento de estar tristes. La campaña presidencial todavía no arranca, el proceso en sí, está en sus propios albores, y el resultado de la elección está aún muy lejos de haberse definido. A pesar de lo que revelan las encuestas, a más de 7 meses de que se resuelvan, a pesar, incluso de los errores y componendas, que los mismos involucrados, y quiénes los rodean hayan podido definir como convenientes a sus propios objetivos. La contienda apenas comienza, y muchas cosas pueden ocurrir todavía.
La precampaña, sin embargo, no deja lugar a dudas: el barco está haciendo aguas; el rumbo no es el correcto, y el final de la travesía está seriamente comprometido. La mera equis no es suficiente
aunque tenga detrás una historia formidable, una persona no es una causa por sí misma, así como una risa nerviosa no es un argumento ni siquiera para sus propios seguidores.
Lo que no ha funcionado no funcionará, y los responsables del tiempo perdido tendrían que ser reemplazados por otros, no solo más capaces sino, sobre todo, menos representativos del régimen cuya desaparición ha sido enarbolada como estándar por el mandatario desde hace décadas.
La clase media no es suficiente para ganar una elección, y los esfuerzos de la campaña deberían rebasar, necesariamente a las redes sociales para enfocarse en los más pobres, desde la perspectiva de sus problemas más apremiantes.
Desde lo local, desde lo más humano: los lectores, sin más, están ahí. No es momento de estar tristes: muy por el contrario es momento de trabajar. De trabajar con los olvidados de siempre, de acercarse a los desposeídos. Con los más pobres, con los pueblos originarios. De arrebatarles las clientelas y reconocerles el lugar que como ciudadanos les corresponde, y darles una voz en la escena política. |
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