Apareció el Estado. Siempre son preferibles los hechos a los discursos. Pocos son los discursos que producen un cambio.
Los ha habido en la historia, pero son escasos. Casi siempre los discursos, buenos, regulares y malos, quedan atrapados en su propia venalidad y suele ser tan fugaces como el instante en el que son pronunciados. A pesar de ello, o quizá por ello, abundan los políticos que parecen estar convencidos de lo que los discursos solucionan. Hablan y se van satisfechos, seguros de que han salvado a la patria.
Pero los verdaderos agentes de cambio son los hechos.
Es ya una tradición celebrar los encendidos e irónicos discursos que pronunció Demóstenes en contra de Filipo II y luego de su hijo Alejandro, y, sin embargo, Alejandro avanzó y venció a Atenas sin que las palabras del orador lo impidieran.
Hemos llegado una situación en la que seguramente Antonio de Padua María de López de Santa Anna hubiera enviado la suerte del que actualmente no sólo funge como Presidente, sino que también actúa como predicador. Un hombre que, a través de las mañaneras, ha conseguido convertir al país en uno de un solo hombre.
El derecho al cambio es algo que tienen los gobernantes. Es más, las sociedades que evolucionan para bien lo hacen mediante la transición y no por medio de la revolución. Sin embargo, en México tenemos una mezcla muy peligrosa entre revolución, transición y, sobre todo, destrucción de los ejes y pilares que hasta aquí fundamentaron los últimos 30 años de la vida del país.
Desde la década de los 90, México ha sido un país regido por el éxito de lo que significó crear el IFE, que más tarde pasó a ser conocido como INE.
Incluso, esta revolución en forma de transición que es la 4T, fue aprobada y aplaudida desde el buen funcionamiento del INE. ¿Entonces por qué destruirlo?
Por una razón muy sencilla. Porque en los nuevos tiempos donde lo que importa es la poesía y la lírica, más allá de los datos objetivos del ejercicio de gobernar, es fundamental tener poetas al momento de interpretar las elecciones. Por definición, las Fuerzas Armadas son una organización absolutamente vertical que confluyen en su cabeza, en su comandante en jefe, y que se les enseña, desde la primera noche que pasan en el Colegio Militar, a obedecer órdenes. No están entrenados para pensar, para preguntar, ni para ver, más que en el sentido patriótico más amplio, cuáles son los mejores elementos para preservar la independencia y la unidad nacional.
Un militar no es un político. A pesar de que en la historia reciente de nuestro país, llamado grupo de los generales de Sonora, compuesto por Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, dio a la luz la consolidación de la Revolución. Hizo falta un nombre de Estado, como lo fue el general Lázaro Cárdenas, para seguir la obra de otro hombre de Estado, llamado Plutarco Elías Calles, para consolidar definitivamente el fin de los caudillajes militares y el nacimiento del Estado mexicano. Un estado que fue inicialmente apuntalado por
Miguel Alemán Valdés. Los militares votan como personas, pero lo tienen prohibido como institución.
No sé cuánto tiempo tardaremos en tener un sub gobernador del Banco de México que sea militar.
Desconozco cuánto tiempo tardaremos en tener un responsable máximo de la infraestructura del país que forma parte de las fuerzas armadas. No sé cuánto tiempo pasará antes de que la política deje de ser de tres colores banderas y que toda ella se convierte en verde olivo. El bienestar es la marca de este gobierno. Es el apellido de programas sociales y dependencias con las que, nos dicen se asegura la atención, pero sobre todo el desarrollo de cada ciudadano que queda bajo la sombra de este espíritu, asistencialista. El Ejecutivo federal ha apostado todo en esa línea de gobierno, sin embargo, ¿Qué sucede cuando los otros frentes, más allá de la entrega de recursos no avanzan en la misma línea y dejan ver el hueco de la presencia institucional?
Los números que arrojan la violencia, no solo retratan una dolorosa realidad a través de la precisión de las víctimas, también subrayan la impunidad que impera en nuestro país. Si el bienestar como marca fue un objetivo, la esperanza como punto de partida para evaluar ese bienestar quedó en el olvido. Hay sucesos cada día más vergonzosos en la política nacional: una ignorancia de la ley, del sentido común, de la moral y la ética, que deberían avergonzar a la clase política, aunque sabemos que en su enorme mayoría han perdido esa capacidad hace mucho tiempo. Pero incluso así, algunas de nuestras historias cotidianas sobrepasan, incluso, ese nivel.
En otro margen de ideas pareciera que democracia y autoritarismo son excluyentes, pero no es así.
Son dos caras de la misma moneda. La mayoría de los regímenes autoritarios devienen de democracias fallidas. La democracia no es una panacea, como muchos tratan de entenderla, es solo una manera de convivencia de las diferencias en forma civilizada. Impera la tolerancia, se vislumbra lo diverso como otra opción para encontrar soluciones, se preservan libertades y se busca construir consensos. Es una forma de vida distinta a las anteriores sociedades monárquicas o totalitarias. La democracia es el origen del Estado de Derecho, la división de poderes, la libertad religiosa, la libertad de expresión, la seguridad y la certeza de una convivencia armónica de lo divergente, es la fiscalización y la transparencia, es el reconocimiento de los derechos de las minorías, es la igualdad en contra de discapacidad o género, edad, preferencia sexual, en fin, se fundamenta en la dignidad humana de toda persona.
El autoritarismo, por el contrario, rechaza la pluralidad, destruye lo diverso, busca la unanimidad por encima de la razón, atenta contra libertades de expresión, de tolerancia, de reunión, de organización, impone su propia visión del mundo, centraliza decisiones y desdeña el consenso, el diálogo o el debate. Suprime la opinión pública, acosa a los medios de comunicación, y, en muchos casos, además de la falta de transparencia y rendición de cuentas, se liga con organizaciones delincuentes.
Es la cultura política, entendida como conocimiento y actitudes, que en una sociedad determinada manifiesta en el sistema político, en que se encuentra, lo
que marca el avance democrático, o bien lo neutraliza. Tiene que ver con los sentimientos acerca del sistema político.
Si bien las sociedades modernas tienen un marco constitucional semejante, adoptar los derechos humanos, la fiscalización, la transparencia y las libertades, la calidad de la democracia no es la misma en los diversos estados, pese fundamentarse en principios semejantes.
El autoritarismo es una respuesta a democracias que no han logrado mejorar la calidad de vida de la población, con niveles semejantes de bienestar. Se plantea como alternativa a esa forma de ejercer el poder, cuestionando su eficiencia y sus metas. Sin embargo; el autoritarismo, al acabar con los equilibrios de poder y las libertades, da paso a mayores problemas, aumenta corrupción, la élite del poder se hace más ineficiente, pero más controladora. Se inhiben libertades. Bien le vendría a López Obrador abrir bien los ojos en vez de entrecerrarlos y dejar de oír los salmos de quienes lo veneran en vez de centrarlo. Se dice fácil, pero es una tarea difícil. Demanda capacidad de organización, pero sobre todo claridad, inteligencia, humildad y sacrificio, virtudes ajenas a quienes al mirarse en el espejo se envanecen.
Y recuerde la política debe estar al servicio del ciudadano. Debe ser la arena en la que se dirimen las diferencias y a partir de la cual nos encauzamos hacia la consecución de un proyecto de Nación. No es un choque de gladiadores donde un contendiente vence al otro. Es el espacio del compromiso, de la mediación del conflicto. Es el canal para procesar la pluralidad. Bendita pluralidad. Hay un tema que debe congregarnos a todos en este espacio que es la política: “la educación”. La educación es el camino al desarrollo. Es lo que permite que tengamos opciones existenciales, lo que ensancha nuestra capacidad para elegir. Esto es la libertad. No estamos predestinados a un camino. Debemos tener la capacidad de elegirlo. Un buen gobierno debe estar abocado a esto. Los últimos años han sido malos para la educación, desde cualquier parámetro. En términos de gasto asignado, la cantidad y calidad han desmerecido. No hay intención de mejorar la calidad del aprendizaje y las capacidades en los docentes, o de generar comunidades educativas empoderadas para exigir resultados. Los equipos de Educación de México Evalúa y la Iniciativa de Educación con Equidad y Calidad del Tec de Monterrey presentaron hallazgos bastante estremecedores. De 2020 para acá, más de medio millón de niños y jóvenes han abandonado la escuela. Si la educación es una vía de acceso a una vida mejor, estas personas tienen cancelada esa oportunidad. No hay programas o acciones para regresar a estos niños y jóvenes a la educación formal. El aula es el espacio de la superación. La pandemia, según estudios, ha tenido repercusiones muy graves sobre los aprendizajes. En México se calcula un año y medio de perdida. No hay que tomarlo a la ligera. Si eso no se recupera de alguna forma, tendremos a estudiantes con capacidades deficientes y más tarde a trabajadores sin habilidades suficientes para ocupar puestos bien remunerados. ¡Es pobre nuestra política, muy pobre! |
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