Francisco Cabral Bravo
Prever es antever. Adelantarse a lo que sucederá. Sólo viendo anticipadamente el futuro se está en condiciones de corregirlo y, eventualmente, de acomodarlo a nuestra conveniencia. Decía José Woldenberg que el aparente desencanto con la transición democrática podría tener su origen en que los sucesivos gobiernos no han logrado reducir los índices de pobreza y desigualdad, que el desempleo parece ser crónico y, sobre todo, no hemos recuperado la capacidad de ser una sociedad de oportunidades.
Quizá tenga razón, porque desde hace más de 20 años las élites política y académica nos presentaron la democracia como una panacea, el remedio para todos los males de México y de los mexicanos. Pero también puede ser que el desencanto con la transición democrática sea responsabilidad de los actores políticos que, desde los partidos, no han sido capaces de promover el arraigo de una cultura democrática. Por el contrario, arrastrados por sus ambiciones, a veces obsesivas, se han ocupado de sabotearla.
Creo que fue George Bernard Shaw quien dijo que para que un pueblo pueda vivir la plenitud de una democracia, primero tiene que aprender a perder. Eso es lo que no han aprendido la mayoría de los actores políticos. Son los mismos que nos repiten el discurso de la necesidad de avanzar con la transición. Malos perdedores, como son, no quieren aceptar, que la transición democrática ya ocurrió.
Los actores de las élites políticas y académicas, no pocos insertados en los medios de comunicación, no quieren reconocer que la democracia que nos vendieron nunca ha existido, que la democracia no es un sistema económico que resuelve los problemas de la desigualdad y pobreza, que la democracia es un sistema que, manera civilizada, ordenada y pacífica, permite a los ciudadanos de la república elegir a quienes nos van a gobernar. Nada más, pero nada menos. Las élites políticas y académicas no aceptan que la democracia no cumple caprichos ni endereza jorobados.
Llama la atención qué en la historia de México, incluso antes de la Conquista, el sueño imposible es el que casi siempre explica cómo se desarrollaron los hechos y sobre todo, por qué constantemente partimos y analizamos lo que queda después del fracaso. Si uno ve obsesivamente el movimiento que culminó con la
Revolución de México, se dará cuenta de que fue la consecución de un sueño imposible bañado en sangre.
Un suceso que tuvo un motor dinamizador fundamental, que fue el desencantante de querer y apostarle a lo imposible y la conclusión siempre trágica del fracaso y la traición.
Aunque también fue una muestra que quienes se permitieron soñar y vivir a su manera, manteniéndose en la raya, era en sí mismo otro camino hacia el fracaso. Las cumbres hoy están en crisis. Muchas veces me pregunto qué es lo que de verdad es lo correcto; a veces creo que ha habido una transmutación de lo bueno y lo malo de la historia. En el caso de China, ahora lo malo no es cómo en su momento fue la Banda de los Cuatro, creada por la mujer de Mao Zedong y los intelectuales qué desencadenaron la Revolución Cultural, sino que lo malo son las huellas de lo hecho por Deng Xiaoping. Lo único que puede verdaderamente salvar la confección de un régimen que ha hecho de todo para no dejar de ser comunista es precisamente saber y ser conscientes de que las crisis económicas no son lo mismo para el mundo comunista que para el mundo capitalista.
Acabar con la economía es como si fuera el pasaporte al éxito del modelo comunista; por eso, cuando uno ve lo que está pasando en el mundo, se pregunta si el que está equivocado es el mandatario mexicano.
Quien busque y quiera ver el comportamiento político del creador de la 4T como algo lógicamente correcto desde el punto de vista económico o funcional, comete un grave error. Al presidente sólo le importa lo político. Somos un pueblo que tiene una gran tradición de tragarse problemas y de permitir que siempre que alguien tenga el poder, así se llame como se llame, pueda hacer lo que quiera sin objeción alguna. El líder mexicano tenía toda la esperanza y, lo que era más importante, el anhelo de consolidar el gran pacto social en México. Y lo pretendía hacer en medio de un sistema global en el que todo mundo lo que pedía es que fuera coherente con lo que había estado declarando, pregonando durante 30 años de campaña y que verdaderamente purificar al país.
El presidente tiene todo el poder. Tengo mis dudas de que tenga todo el control. Y, a diferencia de él, no hay tanta gente que de verdad tenga tan buena intención aunque esté equivocado en el objetivo. Por eso ahora, cuando entremos en la guerra de los números, cuando veamos quiénes somos más y quiénes de verdad podemos imponer a la mitad del país, o a una parte proporcional importante, el resultado electoral, enfrentaremos una situación en la que, al final, tendremos que encontrar un punto en común. Un punto en común que cada día será más difícil descubrir. |
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