Con solidaridad y respeto a Cuitláhuac García Jiménez, Eric Cisneros Burgos, Ricardo Ahued Bardahuil y Rafael Hernández Villalpando.
Como usted sabe, hoy los chinos se enfrentan frente a un nuevo reto, el coronavirus.
Tengo la impresión de que el coronavirus o se trata de una venganza bíblica o definitivamente Dios es occidental o en algún lugar alguien se puso a jugar con cosas que no debía y esto se ha salido completamente de control.
Lo que más asusta es la conciencia de que el país que todo lo controla y que tiene la capacidad de poder hacer con millones de ciudadanos lo que quiera y sin dar muchas explicaciones, aparece como un país agitado por las olas gigantescas de una tormenta y de un tsunami llamado Covid-19, algo que hasta ahora ni ellos ni nadie conoce su capacidad de destrucción, alcance ni siquiera su situación actual.
Pobre de aquel que piense que un virus metido en las vías respiratorias de los seres humanos devolverá las cosas al lugar en el que se encontraban hasta antes del brote. Es imposible que eso suceda.
En este momento por el que atraviesa el mundo, nadie puede negar que la viabilidad económica mundial depende de qué pase con las economías orientales, especialmente la economía china. La economía de China no sólo es la segunda economía más importante del mundo, sino que sobre todo es un motor en el sector de la investigación, en la creación de empleos y en la dinamización financiera. Su aportación al PIB mundial está por encima de 15%.
El problema de una crisis en China es el definir quién trabajara en su lugar.
Hacemos la pregunta que verdaderamente importa, ¿fueron los pangolines quienes en realidad transmitieron el coronavirus o fue algún juego, que se salió de control?.
Y hago estas preguntas porque soy consciente de que China es un país que controla. Me aterra ser testigo de que a estas instancias el gobierno chino ha dejado de saber qué es lo que tiene que controlar.
Ha llegado el momento de determinar si la crisis es sólo en China o si en realidad, como declaró la OMS, ya se trata de una crisis de carácter mundial. También ya es hora de determinar cuál es el verdadero alcance y el peligro para todos del coronavirus.
Ojalá todo esto se quede en una alarma, aunque hasta el momento ya ha causado casi tres mil muertes pero en cualquier caso es necesario que aprendamos la lección. La realidad es que ha llegado el momento de darnos cuenta de que en cualquier lugar y en cualquier momento, nuestro mundo tiene una fragilidad de tal grado que aterroriza.
En cuanto a los chinos confieso que durante mucho tiempo estuve viendo y pensando en que eran un país que sólo los podía destruir su sensación de soberbia y prepotencia.
Ha llegado el momento de hacer la verdadera pregunta, sin medias tontas, en realidad ¿qué es el coronavirus?.
El costo económico de esta crisis para China es enorme, pero es mayor el costo político.
En otro tema se que ya lo dije; sin embargo voy a repetirlo, el deseo de entender la historia a través del carácter y sensibilidad de las personas que han sido sus protagonistas, nos ha llevado a tratar de clasificar a las generaciones en torno a un conjunto de características comunes. Así podemos ver la historia como resultado de los intereses, el temple los afectos y los odios que distinguen a cada generación.
En México hay aproximadamente unos 20 millones de personas que caen en la definición de “millennial” o generación andan por ahí entre los 39 y 24 años. Dentro de pocos años, los millennials representarán el porcentaje mayoritario de electores en el padrón y tendrán en sus manos las riendas del país.
Tener un mejor entendimiento intergeneracional y tratar de adivinar el rumbo que tomará la historia pasa por conocer sus aspiraciones y creencias, las cosas que los inspiran y motivan a actuar.
El Deloitte Millennial Survey 2019 los resultados generales del estudio muestran que en esa generación existe un pesimismo social y político muy profundo; no tienen fe en las instituciones sociales tradicionales, incluyendo a los medios de comunicación.
Los millennials aspiran a ayudar a sus comunidades antes que tener familia o construir un negocio propio.
Los políticos son por mucho el grupo con menor credibilidad para los millennials. Piensan que los políticos sólo ven por sus propios intereses, que no les interesa el bienestar de la sociedad, ni generar condiciones para una mayor movilidad social.
Son pesimistas pero están activos, se ven a sí mismos como factores de cambio.
Sabemos que los millennials tienen una gran capacidad de organización y también, poca paciencia para esperar resultados.
Cómo sea, se trata de una generación de crítica, de rompimiento y cambio que sin duda se ganara su lugar en la historia.
Como señale en anteriores entregas la tecnología gobierna nuestra cotidianidad y transforma todos los aspectos de nuestras vidas.
Desde el uso de teléfonos inteligentes, pasando por plataformas digitales para transacciones financieras, nuestras actividades están marcadas por la tecnología.
Sin embargo, los procesos electorales, incluso en los países más desarrollados, conservan aún niveles de incertidumbre al aplicar la tecnología en todas sus etapas, especialmente en lo que se refiere al voto electrónico.
Brasil e India han adoptado, de manera exitosa la implementación del voto electrónico. En contraste, Los Países Bajos, Alemania e Irlanda demuestran que no en todos los casos la tecnología predomina.
El voto electrónico plantea soluciones para ser más rápido y preciso el procesamiento de los resultados, para que el voto sea más seguro, así como para garantizar el derecho al sufragio a poblaciones con accesos limitados.
La tecnología ofrece importantes beneficios para la gestión electoral, no obstante, el éxito de la implementación de sistemas electrónicos en la elecciones, desde el registro de votantes
hasta el mismo voto electrónico, depende fundamentalmente de la confianza que los ciudadanos tengan en dichos sistemas, en todas las etapas del proceso y en las entidades que lo administran.
Es fundamental que al tomar decisiones sobre el uso de la tecnología en las elecciones se desarrollen procesos que incluyan a los partidos políticos, a la sociedad civil y a órganos electorales independientes.
El uso de la tecnología de manera equívoca o sin considerar todas sus vulnerabilidades y desafíos no sólo ocasiona errores en la implementación de los procesos y en el control de calidad de los mismos, sino que resquebraja la percepción de confianza y seguridad en el electorado, amenazando la credibilidad de los sistemas democráticos.
Pará finalizar no hay más ciego del que no quiere ver: Nos hace falta Estado. No liderazgos carismáticos que nos hagan creer que pueden sostener al país por obra de su voluntad, por bien intencionada que esta sea. Lo pide a gritos este país.
La enorme paradoja de la administración actual, desde mi perspectiva, es que en lugar de apuntalar esas capacidades de Estado para lograr sus objetivos, la soslaye o las destruya.
Amparado en la bandera de la corrupción, la impunidad y la austeridad, y más grave sostenido por la idea de que hay que derrumbar lo existente porque promovían un orden injusto.
Hablar de capacidades de Estado no es algo etéreo. Todo lo contrario, se trata de asuntos muy concretos. Capacidad de Estado es proveer servicios educativos de calidad para quienes lo demandan. Proveer los medios para que las personas puedan tener acceso a la justicia, para resolver conflictos simples o muy complejos en cualquier materia. Pará protegernos de quienes pueden infligir daño a nuestra vida, integridad y patrimonio.
Capacidades de Estado es lo que no tenemos, de manera marcado en algunos ámbitos.
Los dolorosos feminicidios de los últimos meses agarraron al gobierno con los dedos en la puerta. La violencia contra las mujeres como otras violencias, crece porque no hay qué las contenga.
No hay mecanismos de control social, pero tampoco de control estatal.
Pareciera que la debilidad de las instituciones del Estado invitará a que conductas antisociales se reproduzcan y se hagan más crudas. El entramado fino de capacidades de un Estado eficaz no puede suplirse fácilmente.
Por eso la violencia nos carcome, porque nos falta Estado. Y en el ámbito de la seguridad y la justicia nos falta mucho. Necesitamos Estado. |
|