Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil e Ing. Eric Patrocinio Cisneros Burgos
Me equivoqué. En algunos años de escribir en los medios y redes sociales toqué una fibra sensible.
Incluso se sintieron aludidos quienes, pudiendo serlo, son los menos elitistas que conozco. Saben que pueden hacer más y eso me anima.
Frecuentemente hablamos de dos Méxicos, es un país polarizado. Hay un México de quienes lo tienen todo y otro numeroso de quienes nada tienen. Hay un México que espera que gobierno y gobernantes marcan la pauta, otro que hará y emprenderá, independientemente de éstos.
También hay un México que está convencido de que no hay solución, de que padecemos problemas inexplicables, parte de nuestra esencia, y otro, a quien convoco, que sabe que se puede más, que el cambio no es fácil, pero sí posible, que lo provocan ellos; convencidos de que los derechos se reclaman, de que el activismo constructivo genera cambio. Nadie escoge dónde nace. Tolstoi decía que " todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a él mismo".
En todos los movimientos políticos y sociales importantes que ha habido en la historia, generalmente, por encima de los intentos por cambiar el perfil legal o histórico mediante un proceso de asimilación, ganaron las tendencias que buscaban la estabilidad jurídica y la defensa constitucional. Sin embargo, también ha habido épocas en las que, ya sea debido a la gran popularidad del líder en turno, al fracaso de los sistemas, al abuso de la corrupción o a la supremacía de la impunidad, se logró vulnerar las estructuras de los países de manera significativa.
Como sea, la batalla entre la legalidad y la popularidad siempre ha traído consigo unas consecuencias nefastas para la vida de los países.
A México le costó muchos años, más de un siglo, lograr tener una estabilidad legal que, pese a todos los vaivenes, a la fabulación y a la tendencia nacional de hacer leyes para no cumplirlas, daba como resultado, con todo y todo, la conformación de un Estado.
Otra cosa muy diferente en el uso o el abuso que, con el paso de los años y la hegemonía política, se hacía de la corrupción y de las prácticas que perjudicaban el ejercicio y los quehaceres del Estado.
La gran pregunta que hay que hacerse con esta revolución en marcha que estamos viviendo es si la 4T cabe en la Constitución o si la Constitución tiene alguna posibilidad de sobrevivir al régimen liderado por Morena. El ejército siempre ha sido una institución merecedora del respeto de los mexicanos, pese a todo. Lo hemos respetado pese a Luis Echeverría, pese a Gustavo Díaz Ordaz, vamos creando una situación en la que el país está cada día más debilitada y confundido.
La revolución está en marcha. Lo único que nos falta es saber en qué dirección se desenvolverá. Siempre he pensado y dicho que, por muchas razones, México no puede ser como Venezuela. Hay un imperativo de orden físico que cambia y transforma la realidad y que imposibilita que eso suceda, y es el hecho de que México es el primer problema de la seguridad interna de Estados Unidos. La
división interna de México es hoy tan fuerte que está a punto de provocar consecuencias graves. En esa dicotomía de legalidad contra popularidad, la disputa y el nivel de enfrentamiento entre los políticos actualmente es tan grande que cada día somos más débiles y, lo que es peor, cada vez estamos más a la disposición de nuestros enemigos. En otro contexto la información es poder. Cada vez más en estas épocas cibernéticas. Sabido es que, en este siglo XXI, los conflictos bélicos también pasan por el territorio de los datos. Un ejército está obligado a proteger este espacio vital. En este sentido, el hackeo y robo de seis terabytes de información al Ejército Mexicano significa una derrota en todo el sentido de la palabra. El poder del Ejército y la Marina depende de su buena imagen en la opinión pública.
Una derrota como la ocurrida propinada por un grupo de piratas informáticos denominados con un nombre de chunga (Guacamaya) pone en entredicho la eficacia de los soldados en un momento toral donde se está discutiendo si las Fuerzas Armadas se quedan cuatro años más en labores de seguridad pública.
La pregunta es básica y lógica si los militares no pueden cuidar sus datos, ¿Cómo pretenden cuidarnos a los mexicanos? ¿Cómo fue la incursión y derrota en el territorio cibernético? ¿Que faltó? ¿Quiénes son los responsables? Por qué no se atendieron las recomendaciones de la Auditoría Superior de la Federación que alertaban sobre la posibilidad de un hackeo en la Sedena. Ni investigar ni sancionar al Ejército por esta derrota es un acto de impunidad.
México es un país serio, las derrotas castrenses tienen consecuencias. Y aquí, insisto, estamos frente a una derrota en uno de los territorios más valiosos que actualmente tienen los ejércitos: su información.
Si no quieres que se sepa no lo digas, me lo guardas en una computadora, bueno, al menos que esté debidamente protegida. Existe el derecho a la privacidad y por eso nuestros datos personales tienen que ser resguardados. La Constitución establece que toda información de Estado es pública, pero hay razones ahí mismo señaladas, que explican cuándo debe ser reservada. Por eso es tan importante la ciberseguridad en la era digital y enciende focos rojos que la Sedena haya sido vulnerada. Si ellos fueron hackeados, ¿qué dependencia está a salvo?
El régimen ha respondido de manera equívoca, algo que se entiende por la encrucijada en la que están.
Veremos qué pasa, pero, por lo pronto, valdría la pena reconocer el valor de la transparencia, revertir el marcado retroceso que se vive en la materia y que el gobierno entienda la importancia de invertir en la ciberseguridad, a pesar de la austeridad republicana que considera despilfarro.
Durante estos días, en río revuelto de nuestra vida política ya no corre con facilidad a lo largo de las riveras del olvido. Actualmente, No es tan fácil olvidar las palabras de una o un político, sus interacciones con el mundo virtual, sus apariciones en los medios de comunicación. No hace mucho tiempo, la memoria había encontrado una excelente herramienta en las crónicas periodísticas que solían guardarse en libros, el periódico o las primeras grabaciones de radio y televisión, apreciados diques contra la amnesia del pasado.
Actualmente, nadie cuestionaría que la mentira en las turbias aguas de la política es y será uno de los mejores recursos con los que se cuenta. Tal vez no esté de más traer a colación uno de los textos más citados cuando se trata de comprender la tenebra de quienes forman parte del poder. El príncipe. En ese texto, Nicolás
Maquiavelo anota algo que nos describe como sociedad, y, qué duda cabe, a quienes conforman el actual gobierno federal. Pero es necesario saber bien encubrir este artificioso natural y tener habilidad para fingir y disimular. Los hombres son tan simples y se sujetan, en tanto grado a la necesidad, que el que engaña con arte halla siempre gentes que se dejen engañar. No quiero pensar en silencio un ejemplo enteramente reciente. El papa Alejandro VI no hizo nunca otra cosa más que engañar a los otros, sus engaños le salían bien, siempre a medida de sus deseos, porque sabía dirigir perfectamente a sus gentes con estragema. No es necesario que un príncipe posea todas las virtudes que hemos hecho mención anteriormente, pero conviene que él aparente poseerlas. Puedes parecer manso, fiel, humano, religioso, leal y aún serlo, pero es menester retener tu alma en tanto acuerdo con tu espíritu, que, en caso necesario, sepas variar de un modo contrario. (Capítulo XVIII). Muchas veces las respuestas se encuentran en los clásicos. Al parecer no somos tan diferentes a ciertas sociedades del siglo XVI y las preguntas que se derivan a partir de las palabras de Maquiavelo no dejan de ser muy inquietantes. Más allá de la posibilidad y la capacidad de engañar, el aguijón que se clava en nuestra frente es la costumbre que, como sociedad, tenemos a la mentira, quizá en otro momento dialoguemos acerca del " variar de un modo contrario", aunque no necesita mucha reflexión. Pero no olvidemos el aguijón: como sociedad nos hemos acostumbrado la mentira política, pasa frente a nosotros y le damos la vuelta a la página. Y lo que no debe dejar de señalarse, hay quienes la aplauden, la justifican con sus galimatías y la llenarán de música con el canto de las guacamayas.
Como apunté en una columna previa el Frente Cívico Nacional ha promovido tres propuestas para las elecciones en 2024: la mayor unidad en torno a una única candidatura, la formación de gobiernos de coalición con mayorías legislativas y un programa que recoja las causas sociales. La idea es evitar pasar de un tlatoani a otro.
El gobierno de coalición trasciende una coalición electoral, va más allá del "quítate tú para ponerme yo", pues al contar con un programa común y una mayoría legislativa de alianzas se restauran los equilibrios perdidos. Esto obliga a los partidos a abrirse más a la ciudadanía, pues son los votos los que definirán el papel de los gobiernos coaligados. Es un cambio en el sistema político presidencial hacia un sistema semi parlamentario, como el de muchos países democráticos desarrollados.
El Congreso del Estado de México aprobó la iniciativa del PAN, con mayoría de votos de la alianza opositora, para constituir un gobierno de coalición a partir de la elección de 2023, esto tiene varias implicaciones político-electorales. La primera es que la candidatura deberá ser aceptada por todos los partidos. Después, que el gobierno será plural e incorporará a todas las corrientes. Tercera, que el programa, el convenio y los servidores públicos propuestos al gabinete deberán ser votados en el Congreso. Se abrirá una nueva forma de gobierno más participativa y responsable.
Es el primer estado de la República, qué con base a su propia Constitución, reglamenta este tipo de gobiernos plurales.
Esto indica que hay que acuerdos entre los partidos, pues sus fracciones parlamentarias lograron aprobarlo. Lo que constituye un avance en la
gobernabilidad y en la democracia. Así se busca una nueva gobernanza, es decir, la práctica de construir políticas públicas desde la base y no en el escritorio, con participación ciudadana, que marca rumbo. Gobernabilidad y democracia, aparentemente disociadas, se convierten en una nueva forma de convivencia política.
Por eso, en el Estado de México ya va cuajando la Alianza Va por México, lo mismo en Coahuila.
Más allá de lo sucedido en el Congreso, todos saben que sin Alianza, programa y coalición, no habrá solución. Tan es así qué en la pasarela del PAN tanto Santiago Creel, como Mauricio Vila fueron, al igual que Juan Carlos Romero Hicks, enfáticos en llamar a una amplia unidad de la sociedad con los partidos, con coaliciones y mayorías parlamentarias. La alianza Va. Romper es suicida para todos. |
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