Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil
Estimadas y estimados lectores, más allá de cuestiones religiosas la Navidad también es una época en la que, según se decía, era el momento de iniciar un proceso de reflexión que culminaba con la llegada de un nuevo año y que nos brindaba la posibilidad de realizar gestos de paz capaces de detener conflictos armados como aquella legendaria Nochebuena de 1914 la Primera Guerra Mundial apenas comenzaba a ser un esbozo de la tragedia que no se haría esperar durante los siguientes años, cuando los soldados ingleses y alemanes decidieron que el espíritu de esa celebración detendría a la muerte y, como lo sabemos muy bien organizaron un partido de fútbol en medio de cantos y abrazos.
Anécdotas como esta última, son numerosas a lo largo de nuestra historia como humanidad, lo cual, tal vez, nos permite imaginar que hay detrás de una decisión así encontramos eso que es definitivo para que algo cambie en la sociedad la compasión.
Milan Kundera, quien por cierto murió en julio de 2023, escribió en La insoportable levedad del ser, uno de sus libros más reconocidos algo que detona las ideas y provoca que el egoísmo se agazape como un animal que espera un mejor momento para salir de su escondite. La frase plantea que "no hay nada más pesado que la compasión".
Ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien, por alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos. Así, Kundera vislumbra en tan pocas palabras, la profundidad del dolor que descifra lo más vital de la dimensión humana y que, al parecer, hemos extraviado durante los últimos años.
Pero no podemos ser tan determinantes cuando se trata de la compasión. Sugerir que la hemos perdido, si bien parte de un supuesto que no nos resulta extraño es algo que sacaría de raíz
toda posibilidad de futuro. Por ello, no podemos permitirnos ser ajenos a los asesinatos, de los 11 jóvenes asesinados en Salvatierra y tampoco de los cinco estudiantes de medicina que fueron asesinados en la ciudad de Celaya, y tampoco podemos olvidarnos del dolor que implican los femicidios y las desapariciones.
Al parecer, la muerte camina en la misma banqueta en la que nosotros andamos con prisa, mirando hacia otro lado y haciendo oídos sordos a las palabras de los familiares.
Nos hemos acostumbrado a escuchar tanto acerca de la violencia y la muerte que impera en nuestra sociedad que, quizá, ya es parte de nuestra vida cotidiana. Las noticias llegan, nos generan un impacto y bastan un par de suspiros ante el horror para cambiar la página. Pero la empatía y la compasión son aquellos que pueden desarticular esa lamentable cotidianidad: no solo es indignarse ante la violencia y los asesinatos, es exigir que la justicia no sea cuestión de una retórica simplona y maniquea que ha sido capaz de maquillar las estadísticas a su conveniencia para lavarse las manos como Poncio Pilatos.
En numerosas familias del país, las mesas estarán incompletas. Ojalá no permitamos que el dolor nos sea ajeno y la compasión sea una invitada a nuestra mesa y se prolongue en "mil ecos".
En otro orden de ideas alcemos nuestras copas y brindemos por la vida o, mejor, por el milagro de estar vivos, pues, por decirlo con palabras de Carlos Pellicer, tiempo somos entre dos eternidades. Precisamente porque la vida es apenas un suspiro regocijémonos de que en nuestro caso ese suspiro no ha terminado de espirarse.
Alcemos nuestras copas y pidamos a Dios, a la diosa fortuna y a todos los santos que nos libren de las balas, de los secuestros, de las extorsiones, de los allanamientos de morada, de los homicidios dolosos, de las desapariciones, de los asaltos.
Pidamos, para nosotros, y para nuestros seres queridos, salud, ese tesoro invaluable.
Pidamos que, a pesar de las amargas realidades que asuelan a nuestro país, no se nos agrie el vino interior, ese vino que nos enciende la chispa de la alegría, ese júbilo por el simple hecho de estar aquí, en este mundo, y sentir el aire en nuestros pulmones, el frío, el calor y el viento en nuestra piel.
Alcemos las copas y pensemos con suprema emoción en las personas que amamos y ya no están con nosotros, agradezcamos al azar que las encontramos en nuestra senda vital y que enriquecieron nuestros días a tal punto que, aunque se hayan ido, no las hemos olvidado ni podemos ni queremos olvidarlas, y la seguimos amando porque el amor es para siempre o no es amor verdadero.
Alcemos las copas y brindemos porque seamos capaces de sacar fuerzas de nuestra flaqueza que nos infundan coraje para no claudicar en la lealtad a nosotros mismos, lealtad que nos da la incomparable recompensa de ser lo que queremos ser desechando las coartadas propias de los que se dejan derrotar sin haber peleado lo suficiente.
Alcemos las copas y brindemos por Dionissio (o Baco si prefieren), que a la tercera copa nos emociona, nos inspira, nos hace más afectuosos y comunicativos, nos humedece los ojos, nos facilita la risa y las añoranzas, nos da ánimo para decir aquello que cotidianamente callamos.
Alcemos las copas y brindemos por esas palabras, por eso silencios, por esas manos, por esos labios, por esos cabellos, por esos cuerpos que nos han hecho ascender, por decirlo con palabras de Borges, hasta la décima esfera de los cielos concéntricos.
Alcemos las copas y brindemos por esas amigas y esos amigos que no nos dieron la espalda en los momentos difíciles en qué otros nos desconocieron, se alejaron, nos demostraron que su supuesta amistad no era tal: "brindemos por los amigos verdaderos".
Alcemos las copas y brindemos porque el próximo domingo 2 de junio los usualmente tibios y negligentes depongan su tibieza y su negligencia y que salgan a votar con nosotros, y mantengamos la
democracia construida con tanto esfuerzo y tanta ilusión en nuestro país. |
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