Con solidaridad y respeto Ricardo Ahued Bardahuil e Ing. Eric Patrocinio Cisneros Burgos
No queremos que el Ejército Mexicano y la Marina Armada resuelvan problemas que tienen una hondura en la que el poder civil y la sociedad misma tienen muchísimo que hacer.
Como observa Christian Welzel, investigador de la EMV en Alemania, "los académicos consideran que confiar en otros es un facilitador psicológico de las actividades pacíficas y voluntarias que nutren a la sociedad civil, es la principal fuente de presión para mantener a los gobiernos responsivos y sujetos a la rendición de cuentas".
En otras palabras, la confianza tiene una relación con lo que se espera de la forma democrática de gobierno, sus principios y normas.
En mala hora y de mal modo se radicaliza el debate sobre el nuevo rol de las Fuerzas armadas. Así, se abre la puerta a un desencuentro que puede dejar heridas de muy difícil cicatrización al Estado de derecho, la democracia, al Ejército y la Marina, así como a la paz con justicia.
Por las condiciones generadas para el desarrollo de su industria, de plácemes con cuanto ocurre y agradecido con el gobierno y el conjunto de los partidos políticos debe de estar el crimen organizado. Pero, cómo no, si le están poniendo la mesa.
"Síganle, no le paren, podría decir el crimen a la clase política. Cuanto más se dividen ustedes, más nos multiplicamos y diversificamos nosotros".
No distinguir entre tomar riesgo y correr peligros ha llevado al Ejecutivo a modificar instituciones que, claramente, exigían una transformación, pero también un cálculo mínimo de si la acción emprendida era la indicada y arrojaría el resultado esperado. A tientas, de corazonada o haciendo apuestas elevadas se ha conducido el mandatario, acertando algunas veces y fallando muchas otras.
Hoy, ese proceder aventurado cobra expresión en el miserable debate sobre la civilización o la militarización de la seguridad, así como sobre las múltiples funciones y obras públicas entregadas a quienes visten uniforme con charreteras. La intención del mandatario de modificar el rol la vocación de las Fuerzas Armadas, en vez de tenerlas encuarteladas y consumiendo presupuesto, se fue dando como quien no quiere la cosa, asignándoles tareas que de a poco, las fue empoderando en ámbitos ajenos a los suyos. No reparó ni se interesó
el Ejecutivo el reconocer algo elemental: el giro obligaba a replantear la relación también con la nación a la cual se deben. Obligaba y obliga a rendir cuentas.
La decisión de los mandos de la Guardia, el Ejército, la Fuerza Aérea, la Marina de comparecer sin hablar ante el Senado, como momias, diría el Ejecutivo, no fue un desaire a los legisladores. No, fue a soberanía popular que estos representan.
¿Quién decidió eso? ¿Quién dio y quién recibió esa orden? ¿Quién escoltó a quién? ¿Los funcionarios militares a los civiles o estos a aquellos? ¿Quién manda quién obedece ahora?
En la decisión inconsulta y sin plan para cambiar la vocación y función a las Fuerzas Armadas y al costo de perder colaboradores civiles en desacuerdo con la medida, fácil le resultó al mandatario recargar a aquellas con tareas de seguridad, construcción, administración, operación y distribución, sin modificar la opacidad, característica, tradicional dicen ahora los transformadores, en su desempeño.
Ciertamente, en su origen e intención, resultaba comprensible la decisión presidencial de echar mano de las Fuerzas Armadas para el desarrollo de su proyecto.
Contar con una eficaz, diestra y numerosa fuerza de tarea disciplinada y obediente, con la clara cadena de mando y sin sindicato fue y es, una tentación, sobre todo, ante una burocracia infernal e inamovible, el elefante reumático del que tanto se queja el presidente. Obvio, en vez de sacudir a la burocracia; se optó no por meter, sino por sacar de los cuarteles a soldados y marinos no sólo para operar en el campo de su dominio, sino en ese y muchos otros.
En el colmo, en vez de formar una Guardia Nacional civil y profesional que, incluso, fuera contrapeso, se decidió entregarla, como un cuerpo más a la Defensa, dejando en absoluto sin sentido a la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.
Hasta hoy, no se sabe si los jefes de la Guardia, el Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina consultaron a sus estados mayores, así como el generalato y al almirantazgo en activo y en retiro la convivencia de aceptar y cumplir las tareas impuestas por el comandante supremo y, con ello, asumir la responsabilidad pública de rendir cuentas. Una consulta delicada en extremo, difícil de resolver cumpliendo con la obediencia y la pertinencia. Si lo consultaron o si sólo resolvieron derivar de los encargos un poder superior al que ya de por sí tienen es un enigma.
Complicada situación la de los secretarios de la Defensa y la Marina. Muy, pero muy compleja. Tenerlos en esa situación, a nadie conviene, excepto al crimen.
Si obedecen, malo; si desobedecen, también. Peligroso en cualquier caso.
El contexto en el cual se da el debate sobre el nuevo rol de las Fuerzas Armadas es inquietante.
Debatir así la militarización y la civilización de la política y el gobierno es darse de empujones al borde de un abismo donde se puede despeñar el Estado de derecho y la democracia. Cada vez son más las voces que alertan sobre los peligros que enfrentan la democracia en México. La más reciente es la de Roger Bartra (Mutaciones) de cuya solidez intelectual y credenciales democráticas no hay duda. Al hablar sobre los riesgos de la democracia coincido con Leo Zuckerman en que ha habido un retroceso importante y que en los próximos dos años no pintan mejor, aunque hay un dejo de esperanza.
Las alertas se volvieron rojo incandescente ante la amenaza del crimen organizado, tan bien documentada por Héctor de Mauleón en la revista Nexos (septiembre), y en la que relata extorsiones a los candidatos, abandono de las candidaturas ante las amenazas de muerte y movilizaciones y amagos, durante la jornada electoral. Está el fantasma de la Reforma electoral propuesta por el Ejecutivo. Y digo fantasma porque no veo (espero no equivocarme) un escenario en que las fuerzas opositoras apoyen esa reforma, ya sea por la vía de la votación o del ausentismo. En el improbable caso de que eso ocurriera, los ciudadanos nos estaríamos, entre otras cosas, a merced de autoridades electorales a modo.
Menciono, a manera de conclusión, que entre los valores de la democracia están la negociación, la apertura a las vías de participación ciudadana, la tolerancia, la deliberación y la disposición a alcanzar compromisos en un contexto de pluralidad.
Éstos han sido sustituidos por los de la imposición, la exclusión, la intransigencia, el dogmatismo y la polarización.
En otro orden de ideas es un gusto observar cómo la gente va recuperando otros espacios en los que la lectura y los libros son el pretexto más fino para el encuentro, luego de dos años en los que se experimentó uno de los retos más complejos para el mundo editorial. En todo aquello que se necesitaba resolver durante la pandemia, principalmente en el sector salud, muy poca gente suponía que los libros y toda su cadena de producción eran de vital importancia para
nuestra sociedad, un sector prioritario que se necesitaba mantener a flote en medio de una borrasca que le afectaría considerablemente.
Durante años se ha escuchado aquella estadística con la que se nos habla acerca de la poca lectura que existe en el país; lo cual siempre ha resultado inquietante y poco alentador cuando nos quedamos en la epidermis de los números. Según el Molec (Módulo de Lectura) del Inegi, el promedio de la lectura alcanzó la cifra de 3.9 libros al año, lo cual se puede considerar como un incremento récord si lo comparamos con el de otros años.
Sin embargo, este pequeño indicador es apenas un atisbo de lo que sucedió durante los meses más atroces de la pandemia, en los que la creatividad, el tesón y, quién lo duda, la necesidad, llevó al mundo de los lectores y los libreros a inventar o fortalecer mecanismos que les permitieran enfrentar la crisis económica que aún no llega a su fin.
Si bien no es la primera vez que la industria editorial se ve amenazada en términos comerciales, cuando nos enteramos que, a lo largo de todo el país, apenas existen 1643 librerías establecidas y registradas, entendemos que todos sus esfuerzos por no desaparecer, también son una manera de apostarle al futuro de nuestra sociedad.
Sin embargo, aunque pareciera que las campanas resuenan con su vuelo musical, ese simbólico aumento en el promedio de lectura es apenas una ventana a todo lo que se removió durante estos últimos meses. Los libreros y editoriales fortalecieron, por ejemplo, la venta en línea de sus productos.
Tal vez sea porque en ese momento se contenían las emociones como un dique a punto de reventar, pero observar cómo llegaban las y los mensajeros a tocar nuestras puertas para entregar los paquetes de alimentos, enseres o libros, era algo que nos vinculaba con el mundo y con otros rostros.
También es cierto que la virtualidad nos ha permitido disponer de textos en los formatos digitales que han revolucionado la interacción con la industria editorial. Se llegaron a fortalecer y multiplicar las organizaciones que conformaron grupos que se convirtieron en motores inigualables de promoción a la lectura, del gozo compartido y placer que implica la lectura que, por cierto, también genera vínculos sociales y culturales. Tampoco se debe olvidar que numerosas bibliotecas y museos abrieron parte de sus acervos digitales para que la gente se acercara a ellos, sin las reservas ni requisitos que implica la llamada "normalidad", o la generosidad de muchas instituciones que, de manera sistemática, "liberaron" ediciones digitales de muchas
publicaciones que, dicho sea de paso, tal vez ya es tan fácil encontrar en el mercado o en bibliotecas. Hablando de este último punto, más allá de la discusión que implica para los derechos de autor y las crecientes ediciones "pirata" de muchos libros, con todas las implicaciones e inconvenientes para la industria editorial, tampoco se puede negar que también esto ha propiciado que la circulación de sus contenidos existan y llegue a ser accesible.
Lo que es un hecho es que la gente comienza a recuperar su complicidad con los anaqueles y los pasillos de las librerías. Pero también de las ferias, que han llegado a ser un remanso en medio del contexto de inseguridad e inestabilidad económica al que, al parecer, ya nos vemos acostumbrado. Libros, autores, autoras, diálogos, la palabra. Todo es un cúmulo de expectativas y de apuestas por ser la diferencia ante el embate de una crisis económica que aún no toca su propio fondo. Todo esto adquiere relevancia ante la presentación de la Ley de Ingresos para el año 2023 en la que se propone eliminar el 8% de la deducción que tienen los pequeños distribuidores por cada libro, revista o periódico vendidos.
Gobiernos van y vienen, malos y terribles, pero los libros y la terquedad de quienes leen permanecerán en cada página que tenemos en nuestras manos. |
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