Francisco Cabral Bravo
La impunidad se alimenta aquí y en cualquier lado de dos cosas fundamentales: oscuridad y poder. Los integrantes de la plaza política mexicana viven en un lugar donde no opera una ley básica de la física: la ley de la causa y el efecto. Así de simple y así de claro.
En el mundo en el que ellos viven los actos no tienen consecuencias; todo se puede y todo se vale; todo es posible, pues de sus acciones y omisiones no se derivan efectos que los toquen.
Apertrechados en el interior de ese espacio, los políticos mexicanos gozan de una libertad extremadamente peculiar. Una libertad que no le rebota al que la ejerce. Una libertad en que las decisiones afectan a otros, pero nunca al que las toma. Una libertad que es pura causa, sin efectos para aquellos que la usan la gozan y la ejercen.
Creo en la honestidad de AMLO, pero no en la de tantos que autorizan trámites, otorgan permisos, deciden licitaciones, celebran contratos, adjudican obras públicas.
¿Sabe de exgobernadores pobres?. ¿Has visto presidentes municipales sin Suburbam?. ¿Conoce a algún ex secretario de Estado que viva en una casa pequeña?. Eso ofende, pero me duele más el niño que copia en el examen o baja la tarea. El joven que celebra porque se coló a una fiesta. Ese ser humano en formación difícilmente no será corrupto y mañana tendrá responsabilidades.
Hablamos de los servidores públicos como algo ajeno, como si los trajéramos de otro planeta. Me preocupa el que salta la fila; los litros sin litro; el que ahorra impuestos considerándolos utilidad; las placas de otro Estado para no pagar Tenencia.
El inspector que extorsiona; el lava coches que cobra que cobra por ocupar la calle; el policía, el agente de tránsito que muerde; el alcoholímetro que pierde honorabilidad; el médico que opera sin necesidad; el abogado que va a todas las instancias para cobrar más; el constructor que baja la calidad estructural para aumentar ganancias; la dueña del Rébsamen que vivía en la azotea de su colegio; Karime la esposa de Duarte que merecía abundancia.
Las obras detenidas a la mala y la cantidad de mordidas que hay que dar, dicen los constructores, arremeda la terrible costumbre de sexenios anteriores, lo que ha llegado al extremo de cobrarse en especie: funcionarios que se hacen de propiedades como mordida.
¿Sabe usted de alguna alcaldía donde no hay que dar mordida por una licencia de construcción?. ¿Conoce algún restaurante que no haya dado dinero para operar?.
Pará acabar pronto, las múltiples obras que no paga el gobierno porque se contrataron en otra administración desconocen la idea de Estado. La corrupción que hay para poder cobrar a veces mayor que la del inicio para obtener el trabajo.
Los parientes, amigos y compadres que hacen negocio por el cargo de familiar.
¿Les suena? ¿Lo ha denunciado?. Quedarse callado es otra forma de corrupción. Las credenciales para votar que falsifica el joven para entrar a los antros. Las bebidas adulteradas, las marcas falsas de imitación, los productos piratas, los sindicatos blancos, el niño que hace
trampa, el grande que le pega al chico, el que se roba la torta, el que emborracha a la jovencita para abusarla, el que no paga el pesero, el que se cuela en el Metro, los que no pagan el predial, el que compra facturas, quien no cumple con el contrato, el que se inventa una enfermedad, el médico que la justifica, quien falsifica una receta, la que inventa causales para divorciarse o para anular el vínculo matrimonial en la iglesia. Eso es algo que nos mata.
Muchas persona hacen lo que denunció; y lo que es peor, algunos han llegado a gobernar.
En otro contexto, en ciertas ocasiones pensamos si, ante nuestros problemas colectivos, requerimos tan buena suerte o además de algunos milagros. En la política, como en todo espacio del acontecer humano existe la buena suerte y también, ¿por qué no?, existen los milagros.
La distinción entre una y otros es la naturaleza causal y no resultante.
La buena suerte sería sacarse la lotería comprando el boleto premiado. El milagro sería sacársela sin siquiera comprar boleto. En consecuencia es la misma, pero el origen es distinto.
La herramienta básica para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si tú controlas el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que utiliza esas palabras.
En política hay que administrarse, no se puede lograr todo al mismo tiempo. Tener muchos frentes abiertos dificultad la efectividad. Por eso hay que elegir batallas, lo cual significa priorizar. Tales definiciones dicen mucho de lo que realmente se quiere, más allá de las palabras que siempre serán sospechosas.
México es una maraña. Lo que nos amarra como colectividad es una trama densa de privilegios y exclusiones. Un bordado muy complejo en el que se entretejen la ley, las semilegalidad, la legalidad y la ley del más fuerte. Un tejido abigarrado hecho de islas de modernidad rodeadas y sostenidas por bastos arreglos corporativos y clientelares, por una infinidad de prácticas corruptas, así como una retahíla interminable de mentiras y de verdades a medias. Una pirámide hecha de una infinidad de pirámides adentro de otras pirámides.
Unos poquitos arriba. La mayoría (a cualquier escala) padeciendo sin voz o medio de defensa alguno los excesos, las humillaciones y los abusos de los de arriba. In definición que suele transmutarse en impulso para someter a otros aún más indefensos. A los y, en especial, a las que se pueda. Porque en México, las supervivencia y, en especial, el “éxito” se fundan en conseguir ser el que más puede. El que mejor y más impunemente se salta las reglas; el que con mayor sagacidad, naturalidad o eficacia se impone sobre los y las otras; porque si, porque puede.
De esa cascada de violencias y injusticias está hecha una parte de la maraña de expectativas recíprocas que nos permiten interactuar unos con otros cotidianamente. Ese tejido lleno de nudos y prácticas barrocas, el agandalle impune, sistémico y sistemático.
Esa maraña de reglas escritas y no escritas que produce injusticias y agandalles sin fin es la que permite a una sociedad tan profundamente desigual y heterogénea como la mexicana organizar y sostener (cada vez menos, dicho sea de paso) su convivencia cotidiana.
Esa misma maraña, sin embargo, es la que la impide al país crecer y progresar. Me explico.
Limpiar y desbrozar la maraña es requisito indispensable para que pueda haber paz, crecimiento y desarrollo.
Indispensable para que todos y no sólo unos cuantos podamos vivir por menos miedo, ser menos vulnerables frente a la enfermedad, ser más prósperos, creativos y libres.
Hasta donde alcanzo a ver en eso esta AMLO.
Intuyo o quiero creer que eso es lo que explica lo rocambolesco de muchas de sus decisiones y manera de operar. De ahí lo delicado y complejo de su apuesta.
Pará finalizar nuestra percepción de la confianza es indudable, se tiene o no sé tiene. La confianza impacta nuestro comportamiento, nuestras relaciones y nuestras transacciones. Un nivel alto de confianza promueve cooperación, un nivel bajo genera resistencia. La confianza es a la vez un indicador de éxito y uno de los ingredientes indispensables para alcanzarlo.
Sin embargo, hoy en día la confianza parece un valor en vías de extinción. La OCDE encuentra que tres de cada cuatro ciudadanos en América Latina tienen tiene poca o ninguna confianza en sus gobiernos, un 80% cree que la corrupción se extiende cada vez más a las instituciones públicas, y la desconfianza crece hasta poner en riesgo la cohesión misma de nuestro co trato social.
La confianza es difícil de construir y fácil de perder, vale mucho tenerla, pero también cuesta bastante mantenerla.
Su costo depende de nuestros esfuerzos para generarla y defenderla, pero de manera especial depende del contexto en el que lo hacemos.
Recuerde: La neblina política mexicana nos turba la claridad para ver si se muestra bruma de décadas consiste en que carecemos de líderes, o que adolecemos de profetas, como Elías, como Juan el Bautista y apóstoles, o si padecemos que nuestros profetas ven hacia el pasado y nuestros apóstoles ven hacia el futuro. Es decir que nadie mira en la dirección correcta.
El hombre vale lo que los demás quieren que valga. Si es un imbécil, pero los demás dicen que es un genio, así se registrara en la historia, y viceversa. En la política no existe la imagen fiel sino como tan solo el retrato hablado.
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