Ante este nuevo entorno marcado por los temores, la incertidumbre económica y el oportunismo político, la crisis de la democracia liberal, que se encontraba ya amenazada por la simplista retórica populista, enfrenta ahora un reto adicional, pues los costos humanos y económicos de esta crisis de salud podrían pasar la factura a los sistemas democráticos actuales, con su parsimonia y lentitud para tomar decisiones oportunas y la dificultad con la que los políticos en democracias se enfrentan al dilema de tomar o no decisiones drásticas y costosas, como la cancelación de clases y de eventos culturales masivos, que son precisamente el tipo de medidas que se requieren para enfrentar una pandemia.
Que alguien me explique. Como ciudadano estoy francamente desconcertado por las señales contradictorias que mandan las autoridades. En una crisis lo que más se valora es la consistencia. No la veo por ningún lado. ¿Será porque, le molesta no controlar la situación, porque no puede decretar la inexistencia del virus? Realmente es preocupante que el coronavirus no haga distingos y aceche a un gobierno que desprecia el conocimiento y además lo desafía.
Por una parte el subsecretario de Salud López-Gatell ha decretado que el Presidente goza de buena salud, superará la enfermedad y no es una persona de especial riesgo. ¡Qué suerte! Por una parte nos dicen que el principal problema del COVID-19 es su fuerza de contagio y no su letalidad y por la otra, de nuevo López-Gatell nos sale con que sí llegara a ser portador “la fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio”.
Por una parte, el Presidente se cansa de decirnos que lo más importante en la política es que el gobernante ponga el ejemplo. Lo ha dicho una y mil veces respecto a la corrupción. “Si el Presidente es honesto, los gobernadores serán honestos, los alcaldes, los senadores, los diputados, los empresarios y todo el pueblo. El Presidente insiste en que al margen de la ley, nada, por encima de la ley, nadie.
Continuando con la pandemia del coronavirus, el golpe global del virus ya deja huellas profundas en las finanzas y la débil economía del país cuando aún no se ha declarado ni su gravedad. Sus efectos son también emocionales por noticias desconcertantes en el manejo de la situación y el extravío del liderazgo político para conducir y coordinar esta crisis que, en definitiva, abarca a todos.
¿El gobierno está preparado para la emergencia? La pregunta nos hace vulnerables. El gobierno en efecto, ha puesto énfasis en reducir el efecto económico de la emergencia, aunque, en el largo plazo, la falta de acciones derivará en mayor costo.
Aunque lo más preocupante es la falta de diseño de políticas para proteger a la población, asegurar el cumplimiento de protocolos de seguridad sanitaria y la fortaleza del sistema de salud ante la estimación oficial sobre el contagio del 70% de ella, de los cuales 200 mil necesitarán atención médica, dijo López-Gatell a diputados.
Ante las cifras, AMLO da muestras de escasa conexión con la gravedad de la situación o incapacidad de liderazgo por ver problemas que escapan a una narrativa monotemática, a pesar de los enormes costos políticos que puede acarrear un mal manejo de la crisis. A pesar de su sintonía con las demandas sociales y el conocimiento de la población, su comprensión de la crisis se limita a pensar que quienes más pierden en una recesión económica son los más pobres.
El gobierno ya no tiene tiempo de tratar la pandemia como un problema menor y rehuir a su responsabilidad frente a una crisis mundial sin precedentes para la que no valen ni los escapularios.
Sigue la caída de la popularidad de AMLO. No es para menos, se le juntaron los temas. En la prensa internacional vuelve a ser nota. La OMS crítica la postura de México.
La sociedad va adelante del gobierno. Han tomado conciencia del riesgo y se protegen en lo posible. Todos saben que aún no llega el pico de la enfermedad. Habrá miles de muertos. Más miedo. ¿Qué sigue? ¿Cuánto durará la pandemia? No hay respuestas concretas.
En fin, estamos en medio de una crisis de salud y nos agarra en mal momento. Por eso el ejecutivo federal prefiere encomendarse a los santitos, porque en nuestro sistema de salud hay pocos altares ante los cuales arrodillarse.
El tiempo perdido no se recupera, pero el futuro se construye con las acciones. AMOLO ya no marca los tiempos, las agendas, los temas. Todas las encuentras lo traen a la baja. La desilusión crece y no encuentra cómo frenar la caída. De nada le ha servido recurrir a la explotación de la religiosidad de la gente. Sus amuletos fallan.
Son muchos los que dejaron de creer en él. Tenía las herramientas necesarias para hacer un buen gobierno y las aprovechó. Pero nadie experimenta en cabeza ajena y México no es la excepción.
Gran noticia el anuncio de la aplicación del Plan DN-III para hacer frente a la pandemia que acecha al país, programa que implementa el Ejército mexicano para el auxilio a la población, su capacidad de reacción y operación es más que reconocida por todos los mexicanos al contar con una gran infraestructura sanitaria de equipo, de médicos y enfermeras militares, personal de sanidad y camas en todos sus hospitales, incluso la capacidad de implementar unidades móviles con todo lo indispensable para atender a personas con alguna sintomatología.
Ante el apocalipsis de la pandemia, la inclusión del Plan DN-III representa para el Ejército un reto más en esta administración. La crisis de COVID-19 no tiene precedente, a la crisis médica se le avecina una gran crisis económica nunca antes vista.
Cualquier cálculo de los impactos se queda corto frente a la paralización comercial y social de la que no se tiene datos en la historia del mundo. |
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