Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil
La obra maestra de Herman Melville fue una de mis primeras lecturas novelescas cuando era niño. Me gustan los animales, y los cetáceos, en especial, han tenido una extraña fascinación en mí.
Mi libro había sido un regalo de mi padre de fin de año escolar y era una edición ilustrada para jóvenes de Moby Dick.
Los detallados tratados de Melville, casi enciclopédicos sobre la caza de ballenas y la vida en alta mar de aquella época, habían sido omitidos. Lo cual cuál, sin duda, hizo que mi lectura fuera más ágil y entretenida.
Tener frente a mí la novela con imágenes sobre las vicisitudes de toda la tripulación de un barco ballenero, para darle caza a un enorme cachalote blanco, me hipnotizaba.
Recuerdo haberla leído un sin número de veces. Pasaba horas observando las imágenes de la ballena albina, deseando tener la oportunidad de topármela frente a frente, para admirar su blancura y majestuosidad.
Mi imaginación infantil me llevaba a acercarme y acariciarla. Me entristecía enormemente observar todas las heridas que portaba en su piel por tantos arpones clavados. Quería arrancárselos y ayudarlo a sanar.
Los cetáceos son gigantes amistosos, gentiles y muy inteligentes. Sabemos que se protegen, se ayudan y tienen lazos familiares muy estrechos.
Me preguntaba ¿cómo es posible que exista un alma tan desalmada como la de Ahab, el capitán del Pequod, con el obsesionado objetivo de perseguir a una ballena? Cuando la única razón de ser de los cetáceos es vivir, convivir, alimentarse y reproducirse en el océano, sin tener un pensamiento de maldad hacia el ser humano.
Pero la novela de Melville va mucho más allá. Es una gran radiografía de los retos más profundos del ser humano. Profundiza en el ego, nuestro mayor adversario. Nuestro Satán.
Precisamente, lazos familiares, experiencias y relaciones de vida me han llevado a realizar un análisis introspectivo, teniendo la trama de la novela de Melville como reflejo de mi propio viaje.
Nuestros miedos y heridas de niño llegan a estar tan arraigados en la profundidad del ser, que nos pueden llevar a la disyuntiva de “matar o morir”, metafóricamente hablando. Nos podemos “morir en la raya” defendiendo opiniones y emociones.
Sin embargo, en el caso del capitán Ahab, sus emociones y, en consecuencia, sus acciones, lo llevaron a la literalidad de matar o morir.
Su razón de vivir se convirtió en darle caza al “demonio blanco”. Al Leviatán que lo persigue hasta en sueños y toma la inefable decisión de que estará en paz consigo mismo, en el momento de dar caza al enorme cachalote.
¿Qué hacer? ¿Cómo abordar este tipo de traumas y heridas del alma? Existe una palabra común y sencilla para darle respuesta a temas tan complejos. Trabajar.
La maestría en nuestros oficios, en nuestras profesiones llega con la práctica y la experiencia. Lo mismo tenemos que hacer con la parte más profunda de nuestro ser. Trabajar espiritualmente.
Lo incondicional, no existe. Toda relación es un reto que nos llevará a cuestionarnos. A enfrentarnos con nuestros demonios.
El conflicto y los altercados surgirán. Las controversias, aparecerán. Los desencantos, nos acecharán. Pero ¿y qué tal que, en vez de subirnos siempre al cuadrilátero, comenzamos a vernos como un equipo luchamos por lo mismo?
Si hacemos un análisis maduro y profundo, caeremos en cuenta, casi siempre, que hay más temas que nos unen, que diferencias. Navegar en un mismo barco, implica trabajar en equipo y aprender a ser compañeros de viaje.
En las relaciones sanas se discute, se disiente. No se opina lo mismo. Existe la frustración. La inseguridad se hace presente.
Sano no significa: Perfecto.
Lo que verdaderamente hace una relación sea sana es la manera en cómo abordamos los problemas. No existe relación humana, donde no existan desacuerdo. Esto es así, porque en el planeta, no encontraremos dos personas iguales.
Siempre enfrentaremos y “encallaremos” con versiones disímbolas de la realidad. Cada cabeza es un mundo. Cada persona aborda su vida y emite opiniones de acuerdo a sus propias vivencias, experiencias y emociones pasadas.
Esto genera, por naturaleza, roces y fricciones. Ya sea relación de pareja, familiar, laboral, social, administrativa, de amistad, o política, lo más importante es aprender a construir acuerdos, a partir del desacuerdo.
Escribe Daniel Goleman, psicólogo estadounidense y creador del bestseller La Inteligencia Emocional: “Sólo existen tres alternativas a partir del conflicto: sumisión, huida o gestión. La primera nos somete. La segunda no resuelve nadan y la tercera es la única opción viable”.
El éxito de cualquier relación se reduce a la capacidad de las partes a gestionar el conflicto. Y hay que entender que el conflicto es la norma, no la excepción.
Cambiando de tema, nuestra realidad a pesar de que en 2022 y este año el PIB de México ha registrado tasas de expansión por arriba de lo esperado, el crecimiento económico del sexenio es ínfimo: un promedio anual de 0.7%, la cifra más baja desde el gobierno de Miguel de la Madrid, indica el Cepal.
Hasta en el gobierno de Felipe Calderón (2007-2012) el aumento del PIB, un débil 1.75% por año, fue más alto de lo que será en el sexenio.
“Son muy malos resultados económicos, incluso peores que lo de los gobiernos neoliberales, cuando el crecimiento, en general, también fue muy bajo, dice el economista de la UNAM, Emmanuel Salas.
En el sexenio de Miguel de la Madrid apenas aumentó 2.04 puntos porcentuales en seis años, un promedio de 0.34% al año. Es el más bajo crecimiento económico que se ha registrado en México desde El Maximato (1928-1934). El segundo más bajo desde entonces, es el actual.
Las cifras del “Estudio Económico de América Latina y el Caribe 20023” de la Cepal señala México será el país de menor crecimiento del PIB en América Latina, después de Argentina. México, Argentina y Ecuador serán de los peores resultados económicos en la región.
República Dominicana y Panamá, que serán las economías de mayor expansión en América Latina en el periodo 2019-2024, crecerán 22.3 y 21.5 puntos porcentuales, de manera respectiva, un promedio superior a 3.5% cada año.
El economista Emmanuel Salas, quien es investigador del Centro de Modelística y Pronósticos Económicos (Cempe) de la UNAM, señala que el bajo crecimiento del PIB acumulado en los últimos años está determinado en gran parte por la caída del 8% que registró la economía mexicana en 2020 como consecuencia de la pandemia del covid-19.
Ese año, la caída pudo haber sido mucho más moderada si el gobierno hubiera optado por políticas anticíclicas, de estímulo a la actividad económica, pero optó por una política ortodoxa, procíclica, en contrario de lo que hicieron muchos países latinoamericanos para enfrentar la pandemia.
De acuerdo con Salas, este año la inversión pública creció 10% con respecto a 2022 y para 2024 el gobierno se propone gastar el equivalente al 12.8% del PIB.
El doctor en economía de la UNAM afirma que es una estrategia de gasto que se enmarca en la coyuntura política-electoral y que le va a dejar al próximo gobierno “una situación comprometida en términos de deuda y de déficit fiscal”.
El fondo monetario internacional (FMI) divulgó un comunicado sobre México en el que señala que este año el déficit global se situará en 3.9% del PIB, pero el año próximo se elevará hasta 5.4% del PIB, mientras que la deuda pública se ubicará en 52.7% del PIB.
De acuerdo con el economista, aunque la narrativa actual es insistente con el concepto “transformación” lo cierto es que, al menos en el modelo económico, los fundamentos son los mismos del llamado “periodo neoliberal”.
Salas señala que el rubro social es donde la actual administración puede mostrar mejores resultados que sus antecesores.
Dice que lo que se conoce como “austericidio”, que es recortar programas, aunque hagan falta para, atender necesidades sociales, tendrá repercusiones de largo plazo en México, en especial, en el desarrollo de capital humano.
“Un país con menos educación y menos salud es un país más improductivo y más desigual”. |
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