Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil e Ing. Eric Patrocinio Cisneros Burgos
Mover, aunque sea un milímetro la trayectoria de un barco grande no es fácil. Vencer el peso monumental de la inercia cuesta mucho. Pesa el pasado con frecuencia, en exceso. Si lo consigues, al cabo del tiempo, el punto de destino puede llegar a ser radicalmente distinto al que estaba inscrito en el origen.
Intentar alterar trayectorias de vida es un poco como girar la dirección inercial de un trasatlántico. Lograrlo requiere una inversión de energía enorme, pero si lo logras, se abren posibilidades y horizontes insospechados. En desuso la política, la fuerza que es nuestra debilidad, definirá la suerte de la reforma que el régimen reclama. El uno y los otros se van a meter al callejón de la democracia.
Si política es fuerza, inteligencia y organización, en México ésta pierde fuerza y carece de lo segundo y lo tercero. Como quien dice, la política está en desuso y mejor ni hablar de la sensatez y el equilibrio.
Justo cuando el recurso de la polarización comienza a rendirle frutos decrecientes al jefe del Ejecutivo en ese ánimo pendenciero de alcanzar los objetivos a como dé lugar, la oposición partidista y la resistencia civil se meten al callejón, adonde al mandatario le gusta resolver las diferencias.
Nomás les falta decir al uno y los otros: ahí nos vemos. Y, ahí, en el fondo del callejón, ver quién se avienta primero. Los antónimos se han convertido en los términos del desentendimiento y, así, el fracaso de la consolidación de la democracia otra vez enseñorea como el destino nacional.
Si el uno dice "todo", los otros responden "nada". Si aquel reclama una práctica popular, aquellos reivindican el ejercicio cupular. Si uno asegura ya no pertenecerse porque es la encarnación viva del pueblo sabio y bueno, los otros se declaran los auténticos y verdaderos representantes de la ciudadanía especializada con posgrado en el diseño de la nación. Si aquel propusiera pintar de blanco el país, aquellos dirían de negro, dejándolo ambos en gris, como está. Y, en el absurdo juego, sin querer se complementan compartiendo hasta la miopía con que miran, entienden e interpretan la realidad y conciben la democracia.
La divisa del gradualismo a paso lento o la del radicalismo a paso redoblado que, al final, son garantía de parálisis o tropiezo, animan las posturas y las actitudes para impulsar o frenar la revisión de la estructura, función, costo e integración del régimen político-electoral.
Un sistema que se guisó hace nueve años como un mazacote en el horno de quienes hoy rechazan tocarlo y ahora se quiere cocinar como un muégano en el comal de quienes piensan que Tenochtitlán se fundó apenas el primero de diciembre de 2018. Un sistema que reclama un ajuste serio, pero no un cambio drástico. El régimen político-electoral actual no es el veneno de la democracia, como tampoco la panacea de ella ni el retablo para odiar al adversario.
En esa situación, quizá, convendría llamar a una consulta popular sobre el dislate de ponerse a cavar trincheras habiendo tanta fosa clandestina o, quizá, el INE tan dados a ver qué tan bien se le percibe y cómo se ve el proyecto de reforma, podría solicitar una encuesta al respecto.
Más allá del modo, tono y momento en que el Ejecutivo insta a revisar el régimen político- electoral y de su profundo desconocimiento de la iniciativa que se promueve y más allá de la socarronería con que los partidos opositores se parapetan en organismos de la sociedad para, en nombre de la democracia, salvaguardar intereses, posiciones y financiamiento, si se reactivara la política sin duda se encontrarían fórmulas de arreglo en forma, tiempo y fondo para afinar ese sistema. Sin embargo, la política está en desuso.
En esta tesitura, sin política y recargando de doble intencionalidad a toda acción y reacción, sobre el asunto, sólo la fuerza, la extorsión o la intransigencia determinarán la suerte de esa reforma que reclama el régimen. ¿Van tirios y troyanos a medir fuerzas en el callejón?
Hacer a un lado la fanfarronería presidencial de proponer la elección de consejeros y magistrados electorales a través del voto popular a partir de una lista de tapados preseleccionados por los Poderes de la Unión. Se podría entonces subsanar los errores cometidos, sobre todo, en la reforma electoral de 2013, bendecida por quiénes desaparecieron el IFE y hoy maldicen la supuesta intención de desaparecer al INE. Se podría salir de la exageración y la estridencia que ensordece al diálogo.
¿Qué se quiere un órgano electoral nacional y centralista o uno federal y descentralizado? En la respuesta se cifra qué hacer entonces con los organismos públicos locales electorales, y evitar la duplicidad de funciones. ¿Más allá de cuotas y de cuates, cuántos consejeros requiere el Instituto? ¿Cuál es el financiamiento público justo y necesario de los partidos, sin que las direcciones hagan de éstos un botín y se aparten de la ciudadanía? ¿Cuántos senadores y Diputados requiere el Congreso, sin hacer de curules y escaños mullido sillón para el contento de inútiles cuadros partidistas? ¿Son esos asuntos, temas prohibidos de tratar para llevar en paz la fiesta mediocre de la democracia?
Desde luego, en estos días pedir a los políticos hacer política es una quimera. Ni en el primer minuto del nacimiento, desnudos y berreando, los seres humanos somos iguales. La demostración de esta condición estructural de desigualdad, ya sea por causas naturales o sociales, heredada en todas las seres humanas y humanos, fue una de las grandes aportaciones del economista indio Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998. Así, el artículo primero de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, publicada durante el fragor de la Revolución Francesa en 1789, a saber: "Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos" es más un ideal inspirador y movilizador que una verdad que pueda verificarse en algún rincón del mundo, incluso más de 200 años después.
No. No nacemos iguales y libres. Pero hay un acto en el que nos igualamos pobres y ricos, educados y analfabetas, integrantes de pueblos originarios, mestizos, mexicanos de varios orígenes, campesinos o empresarios, poderosos o humildes, hombres y mujeres: el voto.
Pero ha sido a través del lento proceso de reformas electorales, iniciado en 1977, que las condicionantes de la libertad para votar y ser votados que afectaban a los más pobres y a las mujeres o la violación de la voluntad popular mediante el fraude, han sido moderadas o eliminadas y se ha dado a la ciudadanía instrumentos legales para defenderse y reclamar.
La iniciativa de reforma enviada por el Presidente que busca desaparecer el INE e inventar una autoridad electoral bajo su control terminaría por menoscabar esa libertad e igualdad para elegir lo que tanto nos ha costado. Hay que recordar que, después del fraude el "88" operado por Manuel Bartlett Díaz, más de 600 perredistas fueron asesinados. Que el INE y el TEPJF vigilan las condiciones de piso parejo para los partidos grandes y pequeños, de tal manera que las votaciones puedan reflejar la rica pluralidad del país.
Especialistas en lo electoral ya han señalado los numerosos problemas jurídicos, políticos y técnicos que tiene la iniciativa. Quisiera enfatizar dos aspectos en los que no se ha insistido: la iniciativa es profundamente antifederalista y viola el espíritu del 115 constitucional. Su centralismo tóxico refleja la personalidad del Presidente, ávido de control, seguro que "el centro, o sea él, sabe más que el resto del país". La iniciativa propone la desaparición de los organismos electorales locales, así como los tribunales electorales idem, ignorando las realidades políticas tan variadas y contrastantes de un país tan grande como el nuestro. Y en bofetada directa a entidades federativas y municipios, la iniciativa dicta el número de legisladores locales y regidores que deban elegirse según un criterio exclusivamente demográfico, haciendo transversal un error que recorre la iniciativa: en los estados pequeños y medianos sólo podrán triunfar los partidos grandes.
En segundo lugar, está el "dulce envenenado" de las urnas electrónicas. Varios partidos de la oposición también las proponen desde hace tiempo.
Pero me pregunto si en este clima de desconfianza, en el que el adversario político es convertido diariamente en enemigo y traidor a la patria, es posible implementar el voto mediante urna electrónica.
Grandes reformas requieren consenso y confianza, ambas condiciones difíciles de encontrar en un período preelectoral tan polarizado como en el que vivimos. Es cierto, las urnas ahorrarían en tiempo, dinero y personal, pero son inaceptables en manos de una autoridad electoral capturada por el gobierno como la que propone la iniciativa. Nuestro INE no es patrimonio de un partido o de una generación. Lo construimos todos y todas y lo hemos ido perfeccionando golpe a golpe, reforma a reforma.
¿Por qué es tan importante el respeto al voto? Porqué los procesos electorales permiten a la ciudadanía elegir gobierno, y éste crea instituciones políticas públicas para atender las necesidades de la sociedad.
El voto determina la aprobación o el rechazo al desempeño gubernamental y permite realizar cambios en su beneficio, sin rupturas o violencia. Es un ejercicio de libertad y nuestro derecho a elegir. Socavarlos por miedo a perder una elección presidencial es desconocer la esencia misma de la democracia. Querer imponer una sola visión del mundo es negar la pluralidad que caracteriza a nuestra sociedad y tanto aporta a la convivencia. No podemos aceptar una reedición de viejos maximatos o nuevos autoritarismos.
El quitarnos la voluntad de elegir libremente a nuestros representantes es un gran agravio. La destrucción del INE y del TEPJF para suplantarlos por instituciones controladas a modo por el gobierno es un retroceso inaceptable, el acabar con la democracia ya es un exceso. Eso no se puede permitir.
La democracia es el único modelo que permite la convivencia pacífica de lo diverso, que permite libertades y fomenta el respeto a las diferencias, que protege
los Derechos Humanos. Rechazamos el autoritarismo. Querer dar la impresión de que su discurso y su aceptación son apoyados unánimemente por la mayoría de la población es una falacia. Un mito que se romperá.
Elegir a nuestros representantes es un derecho. Pueden existir muchas fallas, pero nuestro sistema electoral funciona, nos da certeza, imparcialidad, legalidad, evita conflictos poselectorales violentos, y es reconocido mundialmente. Costa Rica a la que el Ejecutivo pone como ejemplo, acaba de condecorar al INE en la figura de su presidente Lorenzo Córdova. Se dice que una chispa puede incendiar una pradera. Confrontar para descalificar y anular.
Construir es muy difícil, implica convocar voluntades, analizar propuestas, debatir opciones, tomar decisiones informadas, implica mucho trabajo y vocación de servicio. |
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