Mientras ustedes leen este texto, queridos lectores hay para mí varias lecciones, un debate pone en juego no sólo lo dicho, sino expresiones verbales y actitudes, ocurrencias y gastos espontáneos. Los debates son una parte del juego político y suelen representar ilusiones y desencantos. Forman parte de los rituales clásicos de la democracia representativa. A veces se considera que los debates pueden definir una elección. Pero ya sabemos que no modifican radicalmente el escenario, y sólo son un factor más. No generan una relación de causa-efecto, pero si un candidato está rezagado en las encuestas suele tener la ilusión de hacer un buen debate y subir en las preferencias. Pero, en la mayoría de los casos se puede ganar un debate y se pierde la elección. La política es un teatro que se mueve con gran rapidez.
El país debate sobre los debates, y discute sobre los formatos, los moderadores y los candidatos. Se congratula por la existencia de esos ejercicios, percibidos como el pinànculo de la confrontación democrática, y se lamenta por su escasez de propuestas. Entre tanto debate sobre los debates, nadie debate si los debates entre candidatos son útiles para la vida democrática. Eso se da por sentado. Tal vez sería hora de cuestionar esa ortodoxia ¿Los debates sirven para contrastar ideas y propuestas? No lo creo. Las discusiones sustantivas de la política pública no pueden darse en bloques de minuto y medio. Por eso las propuestas son reducidas, obviando cualquier detalle y cualquier matiz. Por eso los debates hacen las delicias de las redes sociales, es casi imposible no parecer un idiota cuando hay que decir algo de sustancia teniendo de enemigo mortal al reloj. Además, las ideas dejan poco en el público.
Pero al menos, los debates sirven para conocer a los candidatos: descubrir de qué están hechos, ¿no? No realmente. Un debate es, antes que nada, un espectáculo. Y en ese espacio, gana el mejor actor. Es decir, gana el que no se muestra cómo es.
El aplomo para deslumbrar en un escenario nos dice poco sobre el temple frente a una crisis, la integridad personal, la capacidad de liderazgo, o la aptitud para negociar entre intereses encontrados. Por último, tal vez alguien gane un debate pero gana poco. Tal vez los debates podrían volverse espectáculos más atractivos, pero seguirán siendo espectáculos.
Optemos entonces por la heterodocia y acabemos ya con los debates. Sirven poco y distraen mucho. Sustituyamoslo por algo más útil. Nada de malo veo en las campañas negativas, que buscan resaltar los defectos de uno u otro candidato o partido. Pueden ser útiles a la sociedad y a los votantes en tanto que alerten sobre un episodio nefasto o un secreto perverso guardado en secreto, o subrayen equis o ye propuestas políticas de algunos de los contendientes. El electorado tiene derecho a saber quiénes son y de que están los candidatos. Pero si se va uno a poner a hacer analogías o paralisismos, conviene siempre revisar la historia reciente y no tanto.
Vive México momentos de enorme crispación.
Amigos, colegas y familiares distanciados, enemistados. Personas normalmente racionales e inteligentes llamando a la cerrazón, la exclusión, al desprecio por quienes piensan y opinan diferente, por quienes tienen una preferencia política distinta.
Es momento de que todos recordemos que no hay mayor defensa ante la igualdad que la obediencia a la ley, mi mejor promoción de la democracia que a través de las urnas, los votos, la ética y la transparencia. Si esas ganan, ganamos todos. De otra manera, derrota puede ser mayúscula. Y aquí, más allá de resultados, está de por medio la enseñanza y el legado para las futuras generaciones.
El pasado,debate de presidencial fue un show mediático, más que un ejercicio democrático de ideas y propuestas. Cada candidato fue a lo suyo. AMLO a escribir el bulto y mantener su ventaja. Anaya a torpedear al puntero para obligarlo a responder. Meade con una nueva estrategia, más articulado y propositivo. De una u otra forma, todos lograron su objetivo, menos los electores. Hasta los conductores lograron notoriedad por su mala actuación. El nivel de debate fue muy bajo. AMLO exhibió su ignorancia frente a los temas, su nulo interés por proponer o explicar programa. Ninguna propuesta seria. Se refugió en su guión.
Anaya sí presentó propuestas en materia de política exterior y de negociación con EEUU, aunque utilizó la confrontación para provocar a AMLO; lo logró. En un debate se confrontan ideas e incluso se descalifican propuestas, pero se hace con base en argumentos, no en burlas.
José Antonio Meade fue más propositivo, conoce los temas a profundidad y lo demostró. Sin duda el más capaz, también recurrió a ataques.
En el fondo lo que está en este debate es una concepción de justicia que contrasta entre amnistía y defensa de prácticas comunitarias indígenas, algunas muy cuestionables en términos de Derechos Humanos.
Usted jugará posiciones.
Lo más lamentable del debate fueron los conductores. Una cosa es encauzar el mismo, otra muy distinta, es considerarse parte del ejercicio, con opiniones, sugerencias y posturas propias como si fuesen actores del proceso. Fue Yuridia Sierra la más desubicada, sin que León Krauze se quedase atrás, ambos arrebatando la palabra a los candidatos, extendiendo el tiempo con sus propios comentarios. En fin, es joven nuestra democracia. Faltan ejercicios de este tipo, que se irán perfeccionando.
Las encuestas dan un favorito, el enojo y el voto de castigo prevalecen. Pero aún falta la recta final. Llegar a la meta implica un esfuerzo de todos los candidatos, lo merecemos los electores. Y desde luego, con un mejor nivel de discusión de los temas nacionales, sin bromas ni bullying. Es nuestro destino común lo que está en juego. El voto de los indecisos y el voto útil terminarán por decidir la elección de julio.
Quiero asentar algo que a mí me parece evidente, en el proceso electoral que vive México son constantes las voces que plantean, entre otras demandas, privilegiar las propuestas en lugar de ataques, evitar e identificar las noticias falsas y contener la violencia contra candidatos, especialmente en y
estados. Pero hay quienes están empezando a señalar la importancia de mirar desde ahora lo que pueda presentarse después del 1 de julio, como las denuncias por eventuales actuaciones fuera de la ley electoral.
Hay que recalcar qué se considera clave el papel que tendrán los árbitros de la contienda, cantó el INE como el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, y la necesidad de que su desempeño sea imparcial, con pulcritud técnica y despolitización absoluta.
El reto es que el clima de las campañas no trascienda a los órganos electorales. Resoluciónes transparentes y apegadas a la ley contribuirán al respaldo de la opinión pública y por lo tanto a la percepción de que se ha hecho una tarea eficiente. |
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