En el caso, y en torno a Santa Anna, este villano histórico es en realidad un precursor de la actual clase política. Cambiaba de “chaqueta” (es decir, de bando o de ideología) cada vez que le convenía para seguir en el poder. De liberal a conservador, de republicano a monárquico, de federalista a centralista, lo que hiciera falta y cuantas veces fuera necesario. En una ocasión, cuando se le echó en cara su falta de congruencia, respondió: “Sin abandonar aquella independencia que me es genial, y consultando los verdaderos intereses de la patria, he obrado siempre por las inspiraciones de mi corazón que se inclina hacer el bien”. Francisco Zarco decía de los santanistas que: “Nadie puede calcular cuáles son las miras de esos hombres, qué es lo que pretenden. Ni ellos mismos lo saben, porque sólo quieren lo que quiere su héroe, aunque sea contrario a lo que quiso ayer a lo que querrá mañana”. Así es nuestra clase política; cuando se les acaban las oportunidades de ascenso en su partido, de pronto descubren que éste se ha corrompido, que ha traicionado sus principios e ideales originales. Surgen tránsfugas de todos los partidos que a su vez reciben a quien sea que les pueda dar votos, financiamiento o debiliten a sus adversarios. El único criterio real para tales brincos es el interés para conquistar o preservar el poder. Eso de las ideologías es un pretexto para legitimar el ascenso al poder. Eso se lo dejan a los ciudadanos para que éstos. Ingenuamente, confieran el poder deseado a quienes presuntamente los representan ideológicamente. El concepto de ideología se usa con frecuencia para referirse a un conjunto de ideales más o menos definidos: la ideología liberal o la ideología socialista, la ideología conservadora o la ideología o la ideología progresista. Por mencionar algunos. Pero la ideología también forma parte de la estructura mental de la persona, en tanto que esta no puede aislarse de la sociedad que habita. Se sustenta en principios, valores y creencias, que van forjándose para percibir e interpretar la vida y el entorno. Influye en la conducta y en las formas de relación con los demás. Contribuye a la formación de entidades. Según los términos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en un mundo más precario y provisional. Ansioso de novedades, la ideología, como categoría social también ha entrado en crisis. Ciertamente las ideologías heredadas del siglo XX resultan inaplicables en la actualidad. El mundo cambió. Tengo la impresión de que el entramado actual de la política es cada vez más emocional que racional. Cautiva más lo inmediato, aunque sólo sea aparente, que la perspectiva de largo aliento. La ideología se ha reducido a una suerte de farmacopea política del pasado. Percibo, así mismo, una cierta satisfacción perversa, una intención
tendenciosa, en quienes proclaman con vehemencia el fin de las ideologías. Por su parte, las y los candidatos se esfuerzan en mostrar sus diferencias (a menudo inexistentes) mediante frases efectistas y propuestas improvisadas que, en todo caso importan poco. Son parte de la retórica electoral. Hacer política sólo con el afán personal de alcanzar el poder a cualquier costo, su ideología de por medio, sin un proyecto social colectivo, suele conducir a mal puerto. Así surgen muchos de los gobiernos que pronto se desconectan de la sociedad que los eligió.
Gobernantes distantes y aislados. Electores frustrados y resentidos. Desde luego que la ideología no es panacea, pero ayuda a conectar a los gobernantes con las masas, con las que son afines y con las que no lo son. Agotada la ideología todo queda medio apoltronado- Se critica al otro, pero no queda claro qué es lo que se defiende. Pienso que a veces hace falta un revulsivo para despertar el interés de una sociedad dolida y adormecida.
En ciertos casos, la crítica a la ideología por parte de algunos políticos que se dicen modernos, resulta en sí misma una ideología, oportunista y cínica, pero que puede surtir efecto.
Quienes se mueven en ese eje, habitualmente saben bien lo que hacen y mientras les funcione lo seguirán haciendo: seguirán aprovechándose del hartazgo de una sociedad que no quiere saber más de proyectos políticos en los que no cree. Se dice que también hay políticos sin ideología. ¿Pero es que realmente hay quien piense que esto es posible? Así como no llegó el fin de la historia, tampoco ha llegado el de las ideologías. Pero es cierto que es necesario renovarlas, enriquecerlas y adaptarlas a una nueva realidad.
Va a haber ante el próximo cierre de esta simulación llamada precampaña, una nueva oleada de encuestas que servirán, algunas, para tener realmente una foto del momento, y, otras para satisfacer el ego de algún contendiente. Lo cierto es que todavía falta tiempo para las elecciones, más allá de las tendencias que no pueden ignorarse. Por eso, más interesante en este momento que las encuestas son los movimientos que están realizando los candidatos para pertrecharse para la hora que comience la verdadera campaña, cuando realmente se decidan las cosas, cuando no sólo existan candidatos presidenciales, sino también a gobernador, a senadores y diputados, a la innumerable cantidad de posiciones locales que están en juego. Mientras eso ocurra, ninguno de los candidatos puede presumir hoy de demasiada coherencia en su campaña, mucho menos de sus acompañantes.
Se dice que José Antonio Meade no termina de hacer contacto con los priistas; que no supera la dicotomía de ser un candidato ciudadano y a la vez priista, pero
la verdad es que tampoco Ricardo Anaya termina de amarrar las cosas dentro del PAN y muchos panistas se quejan de que lo ven más cerca del PRD que de los azules, mientras que los perredistas lo ven demasiado conservador para un partido de izquierda. El caso de Morena es diferente; ningún otro candidato hubiera soportado la cantidad de cascajo político que Andrés Manuel ha sumado a su equipo sin inmutarse sobre su pasado, mucho menos sobre su ideología: desde Elba Esther Gordillo, y familia, hasta Greg Sánchez y Fausto Vallejo pasando por una larga lista de personajes, por lo menos cuestionables, salvando a uno que otro valioso.
Muchas veces hemos dicho que el piso electoral de Morena es muy alto comparado con sus competidores, pero lo que sucede es que ese piso es casi el mismo que el techo, y esas incorporaciones, sin importar si traen desprestigio, no importa si aportan votos. Lo que se pierde en el camino es la pureza real o ficticia, de la que siempre ha presumido López Obrador. Hoy la pureza importa mucho menos que los votos. Y si no ahí está la alianza con el PES para demostrarlo.
Hoy la lealtad a una ideología, a un partido, a un candidato, no vale casi nada. |
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