Las emociones, las pasiones, las fobias siempre han invadido las urnas; por supuesto que la frivolidad se pasea en la política. Pero había una mínima correspondencia entre asuntos fundamentales. Si la economía va bien, si a los hogares llega el bienestar, lo básico, seguridad, alimento, vivienda, salud, educación, si hay mejoría, la gente no debería votar en contra de quien se encuentre en el poder. Por el contrario. Si los salarios se deterioran, si las carencias avanzaban la población, harta se manifiesta en las urnas.
Claro que hace falta imaginación para gobernar, imaginación para no volver sobre las antiguas propuestas que arrancan las mismas viejas cicatrices, imaginación para vernos como el país que queremos y podemos ser, para obviar los debates insulsos y estériles y enfocarnos en los que si valen la pena, para crear normas claras que sí puedan cumplirse y hacerse cumplir.
Emle Durkheim, sociólogo, una disciplina por desgracia en desuso, estableció una correlación entre la cohesión social y el grado de amenaza o peligro que sufre una sociedad: a mayor amenaza, mayor cohesión.
Una sociedad que se sabe en peligro, la inseguridad, por ejemplo, no genera más conflictividad. Es un mecanismo de auto defensa. Eso no está ocurriendo en las sociedades desarrolladas. Pero tampoco en las que sufren amenazas considerables como la mexicana. Algo muy grave a ocurrido en nuestra forma de convivencia que no protegemos lo básico.
Mucho me temo que hemos entrado ya en un periodo especial y que todo cuanto se diga puede ser interpretado en clase electoral, pero hay vida antes y después de las elecciones, antes de que todo se vuelva bofetones, amenazas y pastelazos, abramos el diálogo pensando en ese margen de certeza y seguridad que es nuestra identidad y nuestra cultura, que contendientes y ciudadanos podamos volver a él como un sitio abierto en el que saldemos nuestras diferencias civilizada y constructivamente.
Henri Rousseau, el aduanero, fué un pintor francés que llenó lienzos fantásticos de animales, frutas y selvas tropicales, siempre creíamos que había estado en
México con los ejércitos de Napoleón III, no fué así, su retrato es un sueño de un país que siempre quiso y no pudo conocer, sin embargo, ese deseo creativo llenó de vida el arte de su tiempo e inspiró fuentes de diálogo entre generaciones de artistas de ambos lados del océano eso es crear, a partir de la imaginación mundos posibles. Antes de alzar la mano o la bala, antes de lanzar como piedra la palabra, pensemos en este año delicado, si podemos imaginar juntos una manera mejor de hacer las cosas en esta rica identidad donde cabemos todos.
El domingo 1 de julio se celebrarán las elecciones más complejas y trascedentales de nuestra historia contemporánea. Así será por el número de cargos de representación popular en disputa, la concurrencia de nueve elecciones para gobernador y decenas de elecciones locales. Más que la Presidencia de la República, estarán en juego un proyecto de nación, un orden institucional construido en los últimos lustros y un régimen de libertades y derechos conquistados por los mexicanos a la largo de décadas.
Se imponen algunas reflexiones sobre el significado de la elección de 2018 y el papel de los actores políticos y de los ciudadanos que participan en este proceso.
La primera es que el proceso electoral es parte de la vida democrática y la normalidad de nuestro régimen constitucional, de modo que la competencia política no debe ser motivo de conflicto o violencia en cualquiera de sus formas, ni pretexto para sembrar odio y encono en la sociedad.
El marco institucional y normativo permite a la ciudadanía informarse y confrontar las distintas propuestas, así como conocer los perfiles políticos y personales de los candidatos, con el propósito de que el día de la elección se exprese la voluntad popular en las urnas y se defina la integración del próximo gobierno.
La segunda reflexión es que en toda elección, y sobre todo en una de carácter presidencial, define no solo quién encabezará el gobierno federal, sino también el programa de desarrollo para México.
La tercera cuestión es que contamos con las instituciones, la normatividad y la experiencia suficientes para que este proceso se desarrolle en completa normalidad y de manera pacífica. Tenemos controles y equilibrios institucionales.
Hay quienes de forma irresponsable, y en virtud de que anticipan su fracaso, adelantan un fraude electoral; y ante ello es preciso anteponer la estabilidad y el vigor e nuestras instituciones y, principalmente, su garantía de respeto a la voluntad de la mayoría ciudadana.
De estas reflexiones se desprende la relevancia de reconocer las cualidades y deficiencias de las ofertas políticas que tenemos por delante.
Lo dijimos en este espacio los planteamientos que a la fecha han expresado los tres (pre) candidatos son, para decirlo decentemente, viejos lugares comunes, en el mejor de los casos, y en el peor, ocurrencias sin sentido, carentes de toda relación con la cruda y ofensiva realidad que enfrentamos. La generalidad que nos recetan es, sin duda, para preocupar al más tranquilo y sereno de los casi 90 millones de electores. ¿Así piensan enfrentar con expresiones vagas que nada dicen, los graves y profundos problemas estructurales de México?
Sé bien que pedir claridad y concreción a quienes han hecho del lugar común objeto de culto, es tiempo perdido; sin embargo, no pierdo la esperanza de que ante el desencanto y el descrédito de los políticos decidan, si en verdad quisieren ganar la aceptación del elector para que éste les entregue su voto el 1 de julio, que deben ser claros y concretos cuando hablen de éste o aquel problema. De hacerlo, sabríamos cómo lo enfrentarían y qué solución pondrían en práctica y la más importante, con qué recursos lo sufragarían.
¿Qué tal si al tomar posesión, la realidad que los recibiría los obligare a tener que hacer lo contrario de lo que estuvieron durante meses prometido? ¿Cómo justificarían ese giro de 180°? ¿Acaso lo único que sabrían hacer sería mentirle, otra vez a los ciudadanos? ¿Les parecería ético comenzar así el mandato para el que fueron elegidos? De comportarse así, ¿qué diferencia habría entre ustedes y los viejos políticos corrompidos que los habrían antecedido en el puesto que a partir de este 1 de diciembre ocuparían? ¿Qué campañas veremos entonces? ¿Acaso piensan que el electorado mexicano no está preparado y ustedes, ante lo que consideran en los hechos una verdad axiomática le darán lo mismo que ayer?
La elección presidencial, 9 gubernaturas 128 senadores y la de 500 diputados serán históricas; más que por el número de puestos de elección popular en juego, por lo que podrían significar para el país y lo logrado en más de 45 años, desde aquella locura hecha gobierno que bautizamos como La Docena Trágica. ¿Eso queremos? ¿La repetición recargada de esa tragedia? |
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