Parece fuera de lo acostumbrado, pero junto con mi colega, compadre y suegro, Gilberto Rosas Govea, somos sobrevivientes de la generación y continuamos en la brega de profesionales del mar, un poco fuera del agua, pero soñando siempre con regresar a correr borrascas, simplemente se puede definir nuestra actitud como “Amor a la Mar”
En los viejos tiempos, se ingresaba a la Náutica saliendo de la primaria, con la temprana edad de 13-15 años de edad, unos chavos que más interesados estábamos en las clases de vela, natación y practicas marineras que en los estudios profesionales que a decir verdad, se debieran considerar como una irregularidad pedagógica, sin embargo, los buenos maestros y la disciplina, hacia que se diera el milagros de egresar de la náutica a la edad de 18-20 años y ¡A Navegar! muy chavos acometer la azarosa carrera del marino.
Quien celebra un aniversario, pretende regresar el tiempo para gozar nuevamente una efeméride importante, cuando el hecho recordado es el conmemorativo de la graduación profesional en sus bodas de oro o platino, el asunto adquiere características homéricas, es el inicio de la odisea que todo hombre instruido pretende protagonizar en su vida.
Ser Marino Mercante, es una decisión trascendente que se toma en la mayoría de los casos en forma irresponsable, la inducción de las historias de piratas, el deseo de aventura por todo el mundo, el trasfondo hedonista de la versión “en cada puerto un amor” y la imposición paterna pretextando tradición familiar, fuerzan prácticamente a los jóvenes que deciden estudiar en una escuela Náutica para ser Marino Mercante, en algunos casos, muy pocos, se estudia la carrera, por vocación auténtica al mar, sentimiento filotalásico, de amor a la naturaleza del océano.
El trabajo en la mar, a bordo de los barcos mercantes, forma el carácter de marino, personalidad sui géneris, derivada del aislamiento de la sociedad, al mismo tiempo influida la conformación del carácter por el sentimiento gregario de convivir durante largos periodos con el grupo que conforma la tripulación de un barco, paradoja auténtica, seres de gran sociabilidad grupal aislados de la sociedad.
La característica del trabajo laboral a bordo de una embarcación hace del marino un ser con una gran independencia de criterio, con la falibilidad propia de todo humano, el mando en la mar no se puede compartir, las decisiones que se toman en situaciones contingentes, implican la vida de los involucrados o la persistencia operativa del barco, una maniobra mal hecha en medio de una tormenta, puede hundir la embarcación, la conservación y operación de la maquinaria en un barco hace de los ingenieros de a bordo auténticos ejecutivos, el desplazamiento seguro del barco y su conservación en la mar se tiene que dar sin recurrir a la ayuda externa, una empresa autárquica.
Quienes han vivido durante los últimos setenta años de la profesión de Marino Mercante, han visto pasar mucha agua, ha girado la rueca de la vida hilvanando acontecimientos inéditos; en 1952 la Marina Mercante pretendía ser un potente motor para impulsar el desarrollo Nacional, el bonito lema de “La Marcha al Mar” se daba bajo los mejores augurios, con los fantásticos proyectos industriales y agropecuarios armados y puestos en marcha por el Presidente Miguel Alemán Valdez. ¡AGUAS!
Septiembre 13 del 2020 lmwolf1932@gmail.com Luis Martínez Wolf |
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