Anoche temprano, como a eso de las 10 de la noche, el frío orizabeño pegó duro. Cerca de mi ventanal viven y duermen unos pájaros pequeños, a veces allí anidan entre unos cuatro árboles y una bugambilia y han tenido crías, tienen comida diaria, pero anoche ese frío hizo que un pájaro pequeño se muriera, al pie de la entrada lo recogimos para enterrarlo en una maceta y me acordé del poema: “Dejarás atrás tu vida de ave y tu alma remontará el vuelo hacia lo más profundo del cielo”. Y hablando de animales, mis dos perras callejeras se acurrucan entre ellas para quitarse el frío, la madre es ciega y la hija la guía por todo el sitio, aunque su instinto ya la hace conocer todo donde deambula y casi no choca con nada. Quien me las obsequió, que fue mi hija, me regaña que les ponga unos chalecos, pero no se dejan, no quieren ser fifis, cuando sienten lo duro se meten a sus perreras y ahí se resguardan de este frío que por las madrugadas cala. Es que estas perras eran callejeras por derecho propio, y sobrevivieron a la intemperie durmiendo en la calle junto a los contenedores de basura para ver que comían. Hoy ahí andan bien. La vida les sonríe.
LA PATRIA EN LAS TRIBUNAS
Año de la Champions, cuando las tribunas languidecen y no hay espectadores, por ese pinche y maldito virus. En la cancha, los guerreros velan sus armas. Aparecen los genios, los carasucia (Eduardo Galeano dixit), aquellos que hacen que el balón vaya pegado a sus pies y los olés en las tribunas, cuando dribla a quienes se le ponen enfrente, hace que la perrada delire. Hay también broncas y desaires, ahora no al estar vacías. Alguna vez de hace un tiempo, en Buenos Aires, Argentina, fui a un juego Boca-River. Hospedado en céntrico hotel, y con una compañía creada por jóvenes que se encargan de recogerte en tu sitio, llevarte en una minivan y ponerte a la mano el boleto de entrada, mediante pago suculento, en esa camioneta donde viajábamos gente de varias nacionalidades, un colombiano preguntó si había visto alguna vez un espectáculo de estos, le dije nones. Es inolvidable, respondió. Y lo es no por el juego que se juega, por la pasión en las tribunas. Rivales en la cancha y en la vida, los del River quieren matar a los del Boca, y viceversa. Nada iguala a esas tribunas, las barras bravas se gritan de todo y, al término del juego, salen primero los de la porra visitante, luego los espectadores normales, allí nos incluimos todos, y media hora después, al final, la porra de casa. Afuera de ese barrio bravo de Boca, cuando se encuentran las dos porras, ha habido muertes y apuñalados. Así es la pasión en Argentina. En el Robert F. Kennedy de Washington, en el Mundial de Estados Unidos (1994), me tocó ver a un vikingo noruego que se mofaba en el lado de la tribuna mexicana, cuando nos asestaron el gol. Sin la camisa, el calor era como terrablanquense, y enarbolando su bandera, gritaba improperios. Un mexicano panzón, de esos de Tepito, bajó de las gradas y, en defensa de la patria, le dio dos putazos al intruso que se atrevió a tal afrenta. La tribuna lo elogió como salvador de la patria. Con México no se juega. Toco el tema porque el día de la inauguración del juego contra Sudáfrica, unos mexicanos iban vestidos o disfrazados como Vicente Guerrero, Morelos y un Hidalgo, que sin ser Cura iba en busca de otra independencia. Al transcurrir el juego, la cámara nos hizo ver la escena cuando se enfrentaba a un güero sudafricano, y poco después a nuestro Cura se lo llevaban detenido unos polis. Cosas del fútbol, cuando la pasión llega y el fanatismo se apodera de esa locura que se vive en las tribunas, que a ratos asemeja manicomio.
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