Los fanatismos, las posiciones irreductibles se acentúan en medio de nuestras crisis; la ola de exacerbación se vuelve más grande y la polarización entre buenos y malos, entre pueblo y no pueblo se acentúa. A la construcción de este panorama aportamos todos, pero principalmente los individuos incapaces de respetar al otro, a los otros; la tolerancia, el intercambio de opiniones sin descalificar, con discusiones razonables que permitan construir, se diluyen en medio de la gritería que crece, que ensordece.
El debate político, sin ser lo único, es factor indicativo del nivel que presentan los quehaceres públicos y políticos, donde predominan la gracejada, el discurso incendiario, los lugares comunes o la franca y ofensiva ignorancia. La falta de seriedad e imaginación para enfrentar la multiplicación de nuestras dificultades se reduce hasta desaparecer del discurso de los contendientes.
De la mano acude el pragmatismo duro, donde “el fin justifica los medios”, sea para allegarse de recursos, contabilizar votos, robar partidarios, ensuciar imágenes, entre otras. Los códigos de responsabilidad ética y congruencia política son accesorios que deben ser abandonados pues implican cargas que inmovilizan, que no apoyan el logro de las metas.
El reduccionismo, el pragmatismo, el sálvese quien pueda, el río revuelto, dominan los más amplios espacios de nuestra cotidianeidad pública y privada, justificándose porque lo obligan las circunstancias. Posiciones de recrudecido cinismo que debilitan la construcción de oportunidades alternas, de generar ideas o recomponer escenarios, serán sancionadas por transgredir el contexto dominante sujeto de los sectarismos cada vez más influyentes.
Nuestra capacidad social e individual de opinión diferente, de análisis crítico, se desdibuja frente a los tambores de las guerras santas que suenan abriendo puertas a “los puros”, a los insolentes, a los pragmáticos del todo, a los que atraviesan la razón con la infamia, con el engaño, a los que anteponen su interés personal o de grupo destrozando las visiones diferentes que no sirven a sus expectativas.
Las discusiones de este 2018 se dirimen en un practicidad dominante y ofensiva. Todo se vale, tirios y troyanos conjugan batallas donde las reglas, el ideario, las propuestas, el programa, las diferencias mismas son apenas equipajes que pueden descargarse sin mayor pesadumbre; los cuartos de guerra asumen que los costos serán mínimos, que la población participa de los rompimientos de aquello que daba identidad y honorabilidad, que no habrá sanciones mayores, que los dardos lanzados para la inoculación de praxis darán resultados provechosos.
Los personajes que engrosan los equipos que disputan el bien de México, se muevan como se muevan o vengan de donde vengan siempre serán bienvenidos; las plataformas ideológicas, políticas, se han diluido. El gran asalto del poder, de los poderes, requiere de banalizar los tufos de una coherencia mínima que hoy por hoy es vista como una posición políticamente trasnochada, que pocos frutos puede dar.
Los lugares de las batallas, de las definiciones, están dominados por aquella sencilla pero compleja condición de situarse como ganadores a costa de lo que sea, después vendrán las purgas, los replanteamientos, las alianzas se romperán y el poder se ejercerá, las contradicciones se harán visibles y el romance de la coyuntura tan sólo cobrará su dieta. En este mercado, pese a todo, aún hay muchos negados a doblegarse, bienvenida sea la reprobación de esa realidad.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Apenas 500 millones le enfriarán a Tarek. ¿Y el resto mayor? |
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