Se va notando más que algo grave y profundo incomoda. El talante presidencial es más visiblemente irritable, el gesto del rostro se le descompone un día sí y otro también, aunque pretende ocultarlo desde las mordaces risas y videos, con los que más que convencer de soltura, evidencia el enojo del cual es presa quien debería de serenarse, como si fuera un estadista.
Ha quedado muy lejos, prácticamente desterrado, aquel mensaje esperanzador del triunfo del 2018 donde se llamaba a la unidad nacional, a la reconciliación, a la reconstrucción nacional de los agravios, de las arbitrariedades, de las injusticias que podrían enfrentarse sobre un quehacer público y político distinto, de tolerancia y “humanismo”, con un gobierno para todos, que superara los denuestos de una larga campaña de construcciones rijosas entre fifís y chairos.
También lejos quedaron los alcances de un presidente electo con el propósito claro de la unidad del país, porque al primer escollo se mostró ensoberbecido, clamando sin pudor no requerir de nadie más que del pueblo, su pueblo -que es ese que solamente contempla a quienes le alaban o le siguen acríticamente-, para lograr la transformación de un país con profundos problemas que motivaron el voto de sanción y de respaldo de una opción que reclamaba tener la altura para enfrentar las criticas condiciones.
Corre el sexto año, y el ejercicio político y administrativo que ofreció ser distinto, ha dejado claro que algo descompuso lo que ofreció o que simplemente mostró la realidad de sus propósitos, la magnitud de las contradicciones, la profundidad del engaño populista que, de tanto crecer, resulta peligroso para la convivencia democrática nacional por su tufo siempre veleidoso, autoritario e intolerante.
Al transcurrir los días, van quedando cada vez más evidencias de los desvaríos y de los daños que ellos provocan al empecinarse en imponer una visión que se asume por encima de cualquier otra, que dice concentrar en ella la auténtica y única posibilidad de un pueblo, el que está de acuerdo, lo que implica no reconocer y mucho menos aceptar que somos un país pluriétnico, multicultural, diverso y plural donde cabemos todos; que la visión reduccionista que pretende establecer como universal, nos ha quedado y quedará demasiado chica siempre; que la dicotomía de blancos y negros es un problema asociado a sus intereses pero que ha ido quedando de lado ante nuestra forja multicolor; que cuando habla de su estatura moral, se refiere a una sobredimensión de su ego forjado sobre la idea de superioridad moral que deriva de su pequeñez humana y por lo tanto se cae a pedazos con cada paso que da.
Su megalómano anhelo de pasar a la historia como prócer se oscurece y desvanece por la gravedad de sus desplantes, por su talante autocrático, por el enorme desprecio mostrado y la falta de empatía con el dolor de millones de mexicanos, incluidos los de su pueblo. Las herramientas de la simulación y el engaño que domina tan bien, no serán suficientes para resolver el enorme fracaso de su legado, que ya le pisa la sombra.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
¿Quién defiende el derecho al agua de los habitantes de la cuenca del Pánuco que padecen sequia extrema?
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