La paradoja del ruido y la sordera en este momento político, proviene del mismo lugar. Los oídos se vuelven deliberadamente sordos para no escuchar el reclamo de diálogo de quienes no les alaban; prefieren que sobresalga el ruido de la intransigencia y el griterío intencionadamente provocado en el intercambio de descalificaciones, pues se supone que “los debates se ganan” en directa proporción de quién grita más, quién calumnia más, quién ofende o miente más.
La tragedia es que, dicen muchos, ese escenario que parece una parodia, es lo real. Estamos viviendo en la miseria de las razones, en la precarización mayor de la honestidad y la imposibilidad de entendimiento. Mediocridad, ignorancia y simulación son moneda corriente.
El ruido de nuestras clases políticas, todas, algunas más que otras, enfrascadas en obstruir, en cerrar el paso a cualquier entendimiento que implique asumir debilidades o equivocaciones, incrementan el riesgo e impiden la construcción de mínimos pisos de entendimiento de cara a los problemas que nos agobian. Parece que la prioridad no es solucionar problemas, sino todo lo contrario.
Acuerdos de convivencia democrática, forjados en años de lucha, supuestos básicos para caminar juntos en la pluralidad, ahora son desdeñados, porque según el actual gobierno, refieren momentos que deben eliminarse ya que representan a la corrupción y al engaño.
Pero en la sordera que impera, el ruido incesante que provocan, impiden aclarar que fueron precisamente estos acuerdos, normas e instituciones, la base para derrotar a la arbitrariedad y al cinismo que refirieron los anteriores gobiernos saqueadores. Gracias a esos logros es que se ha podido dar la alternancia, y mediante el voto efectivo se ha dado voz al hartazgo ciudadano en tres elecciones presidenciales, haciéndose oír frente a la típica sordera sexenal cuando se denuncian las contradicciones entre los dichos y los hechos, las simulaciones, los dobles lenguajes, la intolerancia, los abusos.
Estamos obligados todos a entender que, atemperar los denuestos y bajar el volumen de la discordia podría impedir que la sordera general, también nos afecte la visión hasta quedarnos, además, ciegos y mudos hasta silenciar del todo nuestras aspiraciones democráticas, en un retroceso doloroso del que será difícil recuperarnos.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Agarrón entre los “diplomáticos”, al final muestra de la crisis interna.
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