El autoritarismo, la intransigencia y la ruptura del diálogo es siempre una tentación latente en los círculos del poder, sean gobiernos, organizaciones o sectores. La historia es la memoria fehaciente de aquellas metamorfosis que han abierto las puertas a decisiones y conductas que anulan las oportunidades democráticas, particularmente las relativas a la libertad, a los ejercicios ciudadanos de expresión, de organización, más allá de mayorías y minorías, apuntalados en la capacidad y condición de individuos y colectivos que buscan fijar posiciones, defender derechos, que discrepan o señalan determinados actos de la autoridad o de fuerzas con las cuales se pueda o deba disentir.
El grado que ha alcanzado la polarización social y política, es un ambiente propicio para la intransigencia al diálogo, la descalificación del que no es incondicional, la sospecha infundada y permanente; tufos de intolerancia que evidencian mucho más que la natural disputa política.
Se ha vuelto común escuchar cómo se lapida el comentario que difiera de los poderes, de las voces “autorizadas” de uno u otro bando, como se hacen pedazos razonamientos que no se sumen sin chistar a las palabras o gestos de quienes se nombran poseedores de la verdad.
La capacidad de dialogar en la diferencia ha visto mermado su espacio, se diluye hasta desaparecer como opción, la condición de que los distintos construyan acuerdos donde no se atropellen las ideas o posiciones del de enfrente. Vencer en lugar de convencer, aplastar en lugar de negociar.
Malos augurios si no se abren las mentes al reconocimiento del espacio político que ocupan los otros, a la necesidad de convivir y sumar, asumiendo la exigencia de que la suma cero no puede ser el camino de la construcción.
Se percibe un ambiente de obcecación que sin duda agudiza nuestros problemas, pues para su atención y solución se requiere mucho esfuerzo, capacidad y voluntad, para que la suma de las aspiraciones por superar nuestras taras se concrete y abra caminos donde transitemos más allá de las diferencias. El piso
básico de exigencias que está allí, en una sociedad agobiada, no puede ni debe ser indiferente ni subestimarse.
Las instituciones todas, las representaciones políticas y sociales todas, tienen la responsabilidad de no avivar la intransigencia, de no alimentar la obstinación, ni el autoritarismo que arrasan la tolerancia y la capacidad de escuchar al distinto y abonar a la reconstrucción de nuestro entramado social y público.
Para Veracruz, en sus momentos de transición se debe reclamar calma, altura de miras, apego a la ley, voluntad política. “El horno no está para bollos”, nuestras condiciones impelen a desaprobar los escenarios de permanente diferencia y desencuentro; urgen rutas serias y razonables que permitan destensar un largo y sinuoso proceso de alternancia política que no puede dar resultados negativos para una sociedad que reivindica el legítimo derecho de tener mejores condiciones de vida en la idea de mejores ejercicios públicos.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
“Los principios democráticos están bajo asedio” dice la ONU, preocupante. |
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