México vive momentos cruentos, de tal magnitud que se refleja en la letra de la famosa canción de Alfredo Jiménez que dice: “La vida no vale nada”.
Una existencia definida por el miedo, es un espacio donde se “normaliza” la violencia, porque los responsables de garantizar mejores condiciones de convivencia se dedican a la repetición de mentiras que buscan implantar la tierra del “aquí no pasa nada”.
El abandono institucional es cada vez mayor y en mayores espacios. Ciertamente antes también había malos resultados en seguridad y también los señalamos, resguardando la provocación del cliché “los de antes también lo hicieron y tú no dijiste nada”. El problema es que en estos años de la supuesta trasformación, los abandonos institucionales se han acentuado, escondidos en frases e imágenes que ante la contundencia de los hechos cotidianos quedan exhibidos como mentiras grandiosas, como simulación cínica.
La retórica oficial no soporta la evidencia de las pruebas que se pueden recoger pateando cualquier piedra. Solo los programas de entrega de dinero son oxígeno para el discurso transformador, sirviendo de escudo contra el abandono de la educación, la salud o la espantosa inseguridad; qué decir de la abierta intención de destruir el entramado institucional democrático y republicano del país.
Hemos sido testigos del proceso de desaparición de los entramados institucionales que soportan una construcción democrática de años de esfuerzos y luchas. Hemos visto y escuchado del presidente mismo, la guerra mediática, presupuestal y legislativa contra los organismos autónomos, los fideicomisos, comisiones y demás instituciones no centralizadas al Poder Ejecutivo. La consigna es desaparecer cualquier contrapeso o función normativa al mandato presidencial.
Un ejemplo claro y tristemente contradictorio es el marco institucional y jurídico para el combate a la corrupción que, habiendo sido planteado como eje discursivo toral de la campaña de la CuatroT, al llegar al poder ha sido minado y abandonado hasta su inmovilización. Pareciera un tema no prioritario para este gobierno, aunque su gestión se cae a pedazos por lo notorio de la vigencia y profundización de eventos de corrupción, demostrando un pañuelo más que sucio, asqueroso, que guarda en el bolsillo trasero con una mano lejana, de un gobierno insensible, con un ejecutivo desvergonzado que mira complots en los sufrimientos sociales.
Hay registro de muchas imágenes y momentos que pueden ejemplificar la acción desastrosa de ese liderazgo que tanta esperanza concitó. Cualquier día se recuerdan como parte de un ejercicio de ejemplos de incompetencia e ignorancia, o para explicar los resultados negativos que nos abruman. Cada día surgen más señalamientos del abandono, del nulo ejercicio de gobierno, de la irresponsabilidad y del menosprecio del compromiso de gobernar. Desde antes, pero también desde ungido, su único foco de atención, ocupación y urgencia, son los temas vinculados a las elecciones que vienen y la continuidad como meta.
Como otras muchas imágenes del cotidiano que inundan nuestra realidad, el enfrentamiento del pasado viernes 8 de diciembre en Texcaltitlán, Estado de México es, para Palacio Nacional, una masacre más pasada de largo como si no importara, como si fuera una noticia sin relevancia, como si no revelara claramente el vacío y el abandono institucional de la población frente al crimen organizado.
Un Palacio Nacional que parece más la cueva de la evasión, de la simulación y del rencor que maniata cualquier acción de gobierno que no sea la panacea de ensimismarse en el mundo feliz que el jefe del ejecutivo atesora como Golum. En el feliz país del nada pasa, hay muerte y violencia inusitada, sin embargo siempre es mejor ignorarla, y porque no, volver a sonreír desvergonzada y socarronamente inventando cualquier ocurrencia.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Los contrapesos y organismos autónomos “”no sirven para nada”, solo cuando impera una visión autocrática.
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