En pleno inicio del ejercicio electoral y en medio de la pandemia, los partidos políticos y las candidaturas independientes que se presentan a la contienda definen estrategias, alianzas y candidatos, prácticamente todos los partidos políticos mantienen disputas internas, discusiones ácidas, evidenciando rupturas y desacuerdos ante procedimientos y nominaciones a veces difíciles de comprender, con crisis que se manifiestan a través de señalamientos que no ayudan a resolver, sino en muchas ocasiones avivan la profundización de las diferencias.
En mayor o menor magnitud, lo que se advierte de las declaraciones y discusiones públicas de la vida interna partidaria, es la ausencia de liderazgos institucionales y de una verdadera vida orgánica donde se diriman las naturales opiniones diferentes, los enfoques distintos, las preferencias o postulaciones de los grupos que existen en su interior. Prácticas que debieran ser comunes y capaces de procesar democráticamente en sus diferencias.
Esas debilidades estructurales de los partidos, de todos los partidos, no abonan a la vida democrática a la que aspiramos, sino que, por el contrario, generan la oportunidad de robustecer las posiciones infranqueables que reducen el debate de las ideas, a conflictos de facciones intolerantes y de poco o nulo compromiso democrático. Es el ruido electoral de los desacuerdos, de las descalificaciones, no el de las ideas y las propuestas, el que permite contrastar distintos proyectos. No, lo que existe es un ambiente de oídos sordos, donde gana terreno la cerrazón.
En ambientes hostiles se juega el futuro de nuestra participación democrática del 6 de junio; ambientes cargados de incapacidad para cumplir la obligación de construir propuestas, de respetar las diferencias, de fortalecer el civismo y ratificar el valor fundamental de cuidar, pese a todo, nuestra frágil democracia.
Seguiré insistiendo en la necesaria y urgente mesura que debe alentar nuestra participación. No se trata de claudicar en la confronta de ideas desde distintos enfoques, en la crítica constructiva, pues eso es también un imperativo de la democracia. Se trata de ayudar entre todos a sostener el nivel del debate, en lugar de envilecerlo.
Exijamos que los candidatos de todos los partidos o los independientes, se comporten a la altura de nuestros grandes problemas, que no generen un debate excluyente u ofensivo, sino que presenten sus distintas ideas con razones y argumentos. Que aún con las emociones que provoca la contienda en los procesos electorales, no aparezcan como centrales las alusiones personales de descalificación.
Para todos los candidatos de partidos políticos o independientes, el reto estará en marcar la diferencia en tonos y actos respecto de la búsqueda de votos, mostrando capacidad y claridad sobre lo que se pretende lograr respecto de los encargos que se postulan, empezando por los perfiles que presentan las fuerzas políticas y si éstos llevan el respaldo de algo más que las siglas, los recursos financieros o los intereses de grupo.
Debemos insistir en erradicar las formas que han dado pauta a la mala fama y el desprecio sobre la política y los políticos. Penoso será observar que, lejos de mejorar y transformar los malos comportamientos, se ha profundizado el deterioro de las formas y conductas del ejercicio político.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La posición de la intransigencia: “No se cambia ni una coma”. |
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