Qué corto ha quedado el escenario catastrófico que el sonriente servidor público responsable de enfrentar, con sus “capacidades científicas y de coordinación”, los impactos del COVID-19 en nuestro país, que predijo hace 6 meses. A una velocidad vertiginosa pasamos de los 100 mil muertes y estamos entrando en una espiral muy peligrosa de contagios que, independientemente de los dichos oficiales, auguran muchísimo más dolor para miles de familias.
La tasa de letalidad nacional (número de fallecidos entre número de contagios) ubicada en 9.4 %, resume la tragedia que padecemos. Esta altísima pauta nos ubica entre los países más riesgosos del mundo para contagiarse, y evidencia de un problema mucho mayor que la hipertensión; estamos frente a una enorme incapacidad institucional para enfrentar esta pandemia.
Desde su inicio, especialistas en estos tipos de crisis, reclamaban al gobierno una estrategia clara para aminorar el impacto de este virus, siendo criticados entonces, interpretando sus propuestas como un ataque político al actual gobierno. Hemos venido escuchando y viendo pasar a los responsables gubernamentales de la pandemia, del ninguneo a la excesiva confianza en la fortaleza de nuestro pueblo, incluidas aseveraciones absurdas como que solo se contagian los ricos, la protección religiosa, o la injustificable defensa de los actos irresponsables del presidente y todos los que, obligados institucionalmente a respetar las normas sanitarias, se niegan a usar el cubrebocas con la retórica del prohibido prohibir.
Con el arribo del invierno se acentuarán las posibilidades de incrementar los problemas de salud pública. Abona la falta de conciencia social en muchos sectores de la sociedad, que insisten en relajar las medidas de protección más allá de las necesidades de sus labores de trabajo, acudiendo sin medidas de control a otras actividades no esenciales o meramente de ocio que debieran cancelarse.
En esta crisis, un sector laboral ha sido especialmente afectado, y son los trabajadores de la salud que, carentes de las condiciones, materiales y equipo requerido para su resguardo y mejor desempeño, han ofrecido su conocimiento, esfuerzo y compromiso, arriesgando diariamente su vida y la de sus familias. Lo anterior se demuestra con el número de muertes ocurridas en el sector,
Cifras de noviembre muestran que había 140,196 casos de contagio con 1,884 muertes, de las que 41% eran personal de enfermería, 26% personal médico, 2% laboratoristas, 1% odontólogos y 29% de otros trabajadores de la salud1.
Veracruz tiene al día de hoy una tasa de letalidad de 14.5 %, cinco puntos arriba de la nacional. No obstante, se le otorgó el semáforo verde, tal vez porque su Secretario de Salud presume de un manejo exitoso de la pandemia.
Aquí el sector salud también ha puesto su esfuerzo, su compromiso y tristemente también sus muertos. Con datos del mes de agosto, Veracruz era cuarto lugar en el orden nacional, contando con más de 27 mil contagios totales; se registraban 5 mil contagios y 83 fallecimientos entre trabajadores de la salud2, lo que representó la muerte de casi una quinta parte de los contagiados de este sector, mostrando las debilidades del equipamiento y las condiciones de trabajo.
En su comparecencia ante los legisladores, el Secretario de Salud veracruzano retumbó una frase insensible, irresponsable y fuera de lugar, señalando como traidores a la patria, a todos aquellos que se ampararon, dijo, todos aquellos que no acudieron a su llamado en las condiciones (de riesgo a la salud y abandono institucional) en que han venido trabajando los demás.
Es penoso observar a este servidor público soberbio, gritón, con un comportamiento pendenciero, petulante e ignorante, que seguramente ha menospreciado con sus acciones los esfuerzos de miles de trabajadores de la salud. Un responsable gubernamental que se muestra públicamente practicante de “limpias y amuletos para la suerte”, en una rara mezcla de burla y desprecio por su encargo y responsabilidad, con una obsesiva compulsión a la retórica partidaria y militante, no a los compromisos administrativos y de acciones públicas eficientes.
Mientras tanto, sin importar el color del semáforo, la estrategia que más nos conviene es cuidarnos, usar el cubrebocas siempre que salgamos de casa, como un elemento recomendado por la OMS y pasando por alto eso de que tan solo es “un elemento que nos dé una falsa sensación de seguridad” (Gatell dixit), adoptando su uso con la seriedad que no ha tenido el gobierno, respetando la sana distancia y resguardándonos cuanto se pueda.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Beisbol o el nuevo deporte de Estado. |
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