“El poder es para ejercerlo”. Así se expresan algunos seguidores, y no, del presidente, entre molestas e incrédulas, quienes observan cómo se contienen algunas de las iniciativas del gobierno federal que se ven “obstaculizadas por los conservadores” y detienen el proyecto transformador, que debe realizarse sin modificarle ni una coma, pues siempre son aplaudidas y respaldadas por “el pueblo”.
La democracia, entendida como el espacio del ejercicio político de pesos y contrapesos, donde se encuentran los diferentes para establecer acuerdos, a través de reglas, mecanismos, instituciones donde conviven diferentes formas de pensar y se garantiza el respeto y el reconocimiento de los distintos, se convierte en un estorbo en el marco de la idea superior transformadora, la única, la mejor, la que no admite discusión o alternativa. Como sucede en los regímenes autoritarios.
Son esas y otras ideas, que abren la puerta a la intolerancia, porque para el que posee la verdad absoluta, no se justifica el diálogo. Los que no reconocen esa premisa de irrefutabilidad y se atreven e insisten en plantear como posibles otras visiones, no se trata de pluralidad, sino que son enemigos del proyecto, por lo que no deben ser vistos ni escuchados, no merecen el respeto mínimo y pueden ser señalados y agredidos por su mal proceder. Como se comportan los fanáticos.
Por ello, de cara a los problemas que vivimos, es que los guiños de intolerancia, vengan de donde vengan, sean de un extremo o de otro, suben la apuesta para endurecer las posiciones y abren espacios para gobiernos duros, con líderes “fuertes” que desprecien los instrumentos de convivencia democrática que a tirones se han ido forjando en nuestra historia.
Algunos datos me parecen preocupantes. Un estudio del CIDE de 2021, de Daniel Zizumbo-Colunga y Benjamín Martínez-Velasco, denominado “Militarización en tiempos de pandemia: Una exploración de las experiencias, percepciones y preferencias de la ciudadanía”, nos muestra cómo se ha ido construyendo un imaginario que favorece la idea militarizante en amplios porcentajes de la sociedad donde en promedio, 6 de cada 10 mexicanos estarían dispuestos a permitir que los militares desarrollen actividades del orden civil.
Es precisamente en ese ambiente social, en el que se debate el futuro de la Guardia Nacional y su incorporación al mando militar. Según la encuesta del 17 de agosto de 2022 del periódico El Financiero, un 53% está a favor y un 40% en contra, observándose una tendencia incremental a favor de la militarización de este cuerpo de seguridad.
En las conclusiones del estudio de Daniel Zizumbo-Colunga y Benjamín Martínez-Velasco los autores plantean: “La militarización de las funciones gubernamentales representa uno de los más importantes retos para las democracias liberales alrededor de Latinoamérica”(…) “Los datos alertan sobre los riesgos de seguir a la opinión pública con respecto al rol que debería tener el ejército en el país. La ciudadanía muestra un nada despreciable grado de apoyo a que el ejército cierre cortes opositoras, tome el control total de paraestatales ineficientes, limite un potencial gobierno opositor e incluso lleve a cabo purgas políticas.”
El tema no es menor. Apenas el 06 de septiembre, el presidente ha aceptado públicamente que cambió de opinión respecto de lo que ofreció en campaña, de regresar a los militares a los cuarteles, “al ver el problema de inseguridad y violencia que me heredaron”. Es claro, el cúmulo de problemas que nos aquejan, dan oportunidad a considerar salidas que arriesgan nuestro frágil entramado democrático, como el caso de militarizar la Guardia Nacional.
Ciertamente, la incapacidad y la ignorancia, pero principalmente la soberbia, parece dominar nuestra vida pública y política. Por el bien de todos, es urgente romper esa inercia y asumir con mayor estatura y humildad de los que toman decisiones, desde cualquier espacio de opinión o acción que incida positivamente en el ánimo de una sociedad dolida, harta, desilusionada, desconfiada y en riesgo que, ante lo cotidiano, suele cuestionar la fortaleza de una democracia que ha quedado a deber frente a la vida de millones.
Son los tiempos tormentosos y complejos que debemos enfrentar.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Ojalá que el diagnóstico educativo que hará la profesora Lety no le tome hasta el final de sexenio. |
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