“No somos iguales”/“No mentir, no robar, no traicionar al pueblo”/“Ha muerto el neoliberalismo”.
No una sino tres campañas con discursos esperanzadores sobre una transformación social, económica y política largamente postergada. Siete meses de gobierno han pasado reiterando estos lemas, como eslogan de una campaña que sigue presente aunque oficialmente ya terminó. Es oportuno dudar de la veracidad de estos lemas, o es prudente esperar a tener más elementos.
Ser diferentes a los anteriores gobernantes implica mucho más que decirlo. Se requiere que tus actos así lo demuestren, para que las formas antes criticadas y señaladas como malas o incorrectas, no se repitan. Se trata de mostrar con suficiencia que en verdad se sigue un sentido positivo de cambio que deberá vencer los obstáculos y resistencias de los que pretenden mantener sus privilegios, pero que al final se logrará un beneficio colectivo mayor, la paz social y el desarrollo nacional.
Esperemos de verdad que lo anterior se cumpla y que se las transformaciones que muy pocos podrán cuestionar sobre la urgente necesidad de mejores condiciones de salud y educación, de lucha contra la corrupción y la arbitrariedad, de desterrar la impunidad, y contar con elementos para enfrentar la pobreza y la desigualdad, y de cuidar nuestros ecosistemas. En resumen, un mejor futuros para todos.
Las dudas aparecen cuando, independientemente del tiempo trascurrido y el beneficio que las esperanzas brindan para respaldar las palabras comprometidas, se observan nubarrones que parecen presagiar un rumbo distinto al esperado.
No solo los de la “normal” y más agresiva resistencia y boicoteo de los sectores siempre beneficiados por las arbitrariedades más ofensivas, por los favores de la expoliación, la ilegalidad, la injusticia y la violencia que favorecieron un modelo injusto y desigual.
El ciudadano común también duda porque le generan desazón algunas nuevas decisiones que ha tomado el nuevo gobierno que le afectan como lo de las guarderías o el Seguro Popular, o se pregunta porque siguen haciéndose mal algunas cosas que ya deberían no suceder porque fueron duramente criticadas a los anteriores, como las asignaciones directas, o la falta de estudios obligatorios por ley para los grandes
proyectos nacionales, o el nepotismo, por ejemplo, donde pareciera que son iguales a los anteriores.
Cómo no sentirse engañado cuando se criticó puntualmente la salida del ejército a las calles y ahora se formaliza su integración en labores de seguridad. Durante años, la sociedad civil organizada acompañó al candidato perdedor, y ahora que gana le generan desconfianza y los relega.
Qué tan cierta es la muerte del neoliberalismo, cuando decenas de miles de trabajadores han sido despedidos, se recorta el gasto público hasta la asfixia, se adelgaza el Estado y se restringe el circulante, medidas todas de política neoliberal, contrarias a un gobierno de izquierda.
Surgen dudas cuando se observa que los responsables de mover la rueda del cambio parecen entramparse en los lodos de la continuidad de arraigados vicios y costumbres y/o se observan incapaces de empujar con suficiencia la rueda que nos transforme.
Se duda cuando la eficiencia se suple con soberbia y la capacidad con prejuicios. El triunfo no los ha hecho humildes y generosos, sino al contrario. La desesperanza, la incredulidad y la desilusión empiezan a llenar los vasos de ciudadanos que pese a todo aún confían, que otorgan la indulgencia del tiempo, que sobrellevan algunos errores con la esperanza de que la gran ecuación sea positiva. ¿Hasta cuándo?
Vale anotar la evidente diferencia entre lo que sucede a nivel nacional y los estatales y municipales, donde dolorosamente el escenario se complica en materia de credibilidad.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Da escalofrío solo de pensar en Duarte como preso político e inmaculado ciudadano. |
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