La situación política se torna un escenario grotesco, una tragicomedia de burdas actuaciones, una parodia de la obra legal y democrática que debiéramos estar presenciando. En su lugar hay un batidillo de lodo y malas actuaciones.
Frente a la guerra de videos y otros hechos que hemos presenciado, nos asomamos a una situación no desconocida, pero sí que creíamos superada por los ofrecimientos de esta nueva administración. Ubicados en un periodo de esperanza creado precisamente en función de la reiterada prédica del “no somos iguales”, que estigmatiza a todos los que no son ellos, se van desvelando las mismas prácticas de corrupción, manejo subrepticio de dinero, nepotismo, y lo más preocupante de todo lo anterior, impunidad.
Estoy en contra de los absolutos, porque son una falacia. En todos los ámbitos de la vida pública y privada, existen diferencias y diferentes, multiplicidad de comportamientos en un solo individuo. Sin duda la visión de un mismo hecho puede variar dependiendo del lugar desde el que se observe, de las condiciones que lo motiven, de la perspectiva. No obstante, para el servidor público hay una constante que es la aplicación irrestricta de la ley y la vigilancia de su cumplimiento.
Todos los políticos son iguales, todos los que apoyan al presidente son iguales, todos los que discuten lo que dice el presidente son iguales. No se debe reducir la reflexión, la capacidad de análisis y de síntesis para entender e identificar la cosa pública. Hay que sobreponerse a los calificativos para reconocer mucho más allá de blancos o negros, de chairos o fifís, de buenos o malos servidores públicos.
No es cierto que todos en las administraciones públicas son corruptos, ni antes ni ahora. Aceptar como oposición mínima, la duda ante afirmación tan contundente, para asumir la dimensión de las descalificaciones absolutas respecto de la vida pública y política que daña tan profundamente nuestra vida institucional y de convivencia.
Se taponan los espacios a la tolerancia, al respeto y la crítica constructiva a todo lo que sea diferente, al acentuar los absolutos y privilegiar las afirmaciones donde
solamente se puede reconocer lo que confirme las ideas de los que, atrincherados en sus creencias, cancelan el reconocimiento a cualquier situación alterna a la dureza de la muralla que las resguarda.
En los extremos de esta rencilla pública se acomodan los absolutos, para denostar todo lo que venga de otro lado. Lo increpan y parecen derrotar las posibilidades de generar otras vías, unas de conciliación y treguas políticas para avanzar, para construir, que tanta falta nos hace. Para ellos, para las posiciones únicas de cualquier lado, mejor es separar que unir, mejor es enfrentar que entender, mejor cerrar que abrir la disposición al acuerdo con el distinto. Ojalá se vayan quedando solos, o menos.
Ojalá se multipliquen los que puedan pensar que aún hay mucho que hacer y que es urgente participar juntos, más allá de los sectarismos. Que no predominen las concepciones fanáticas y reduccionistas. Aprovechemos que nada está acabado y todo es un permanente movimiento en el que podemos o no participar, pero que quiérase o no, al final, por acción u omisión, seremos parte del resultado y sus consecuencias.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Sin duda, un difícil regreso a clases. |
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