El comportamiento del grupo en el poder es arrogante, porque al tener mayoría en las representaciones sociales, menosprecian el oficio de la discusión y la negociación con sus pares, imponiéndose y abusando del peso de sus decisiones.
Sin embargo es más alarmante su arrogancia, cuando manifiestan que representan al “pueblo”, es que por su voz y actos vive en la verdad; se creen que más allá de ellos está el vacío, la traición a la patria y todo aquello que representa el mal. Esto es, que actúan como si fueran superiores a todos los demás, faltando al respeto al diferente, incluidos los que dicen representar.
Son arrogantes en la simulación de una supuesta pureza moral que no es tal, porque sus actos y estilos son reediciones de los comunes a la vieja usanza, gustando de ataviarlos con los ropajes del fanatismo y de la subordinación, sumando fieles por convicción o por interés, que por sobrevivencia y por no mirar ni buscar más prefieren asumir los colores, las frases, señas y los símbolos que hoy dominan.
Las leyes, las normas, las reglas de convivencia en la pluralidad, las instituciones construidas a jalones en una larga transición democrática nacional, no merecen su atención ni respeto, más aún si su cumplimiento y operación supone la “obstaculización del movimiento transformador”. Cualquier regla, voz o idea que contradiga su verdad, contradice al “pueblo”, dicen los arrogantes, incluida la misma Constitución que es claro buscan desmantelar por ser la ley, que es la Ley.
Por eso repiten machaconamente en la necesidad de acabar con los diques de los “derechos” conseguidos, pensados como “nuevos” derechos que deben derrumbarse porque son la continuidad de privilegios pasados, mucho más cuando esos derechos pueden poner en riesgo la nueva e impúdica conformación de privilegios que sostienen a la mal llamada trasformación.
Envanecidos en un lenguaje de doble moral de redención e integridad, los demonios que ofrecieron exorcizar son los mismos que aparecen y controlan sus quehaceres, en una corriente amorfa que actúa como guida por la iluminación, impulsada por una desmedida ambición, por la ignorancia y la incompetencia.
Son los nuevos cínicos que, en la opacidad, construyen fortunas malversando presupuestos públicos sin pudor. Son los demonios que aparecen y se parecen a los de “conservadores” tan denostados hasta ser idénticos. Nos “transformamos” del “haiga sido como haiga sido” al “no me salgan con que la ley es la ley”, o de “la plenitud del pinche poder”, al “hagan lo que hagan” y la representación única del pueblo.
En este caminar de nuestra cada vez más preocupante vida política, pública y social, los diques de la mesura, de las razones, de la voluntad de un básico diálogo para contener la polarización, van siendo derrumbados por la soberbia de la intolerancia que agrede, que amenaza y que persigue.
¿Cómo escapar de la vorágine que secuestra la certidumbre democrática y las oportunidades de mantener cordura cívica, asolados por las cada vez más visibles actitudes autoritarias?,
¿Cómo enfrentar las voces que desde el poder y desde extremos de derecha e izquierda claman por la destrucción de los otros, de los que piensan distinto, en pos de la purificación?
Basta de la arrogancia de los desmedidos discursos de la “moralidad” y la polarización pública desde donde vengan que como látigos se encarnan en una piel social lastimada por la pobreza, por la violencia, por la desilusión que genera la arbitrariedad e impunidad pasada y presente. Basta de la arrogante incapacidad cívica y democrática de los “poderosos” de ahora que presagia muchas más oscuridades de las que actualmente padecemos.
Un poco de humildad y tolerancia serian bienvenidas, cuando se requiere urgentemente caminar juntos hacia un destino compartido de paz, concordia y prosperidad, más allá de nuestras diferencias, no es esto ingenuidad, es un reclamo de oportunidades a las cuales tenemos derecho.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
¿Edomex, reedición desvergonzada del “haiga sido como haiga sido”?
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